S'encén una llum perquè il.lumini a tots
“Qui és just (…) brilla com una llum en les
tiniebres” (Ps 111) diu el que reça el salm responsorial d’aquest dia 9 de
febrer de 2020, diumenge 5è (cicle A) de l’TO, i Jesús ho confirma quan afirma que
“vosaltres
sou la llum de l’món (…) s’encén una llum per posar-la (…) en un candeler per
tal que dongui llum a tots els de la casa. Resplandeixi així la vostra llum
davant dels homes” (Mt 5, 13-16).
Ha
de notarse esa capacidad de cada cristian@ sin deslumbrar ni pretender lucirse
ante los hombres buscando la vanagloria. L@s cristian@s han aprendido de Cristo
a no hacer las cosas para ser vistos y aplaudidos por los hombres, pero que “alumbre así vuestra luz ante los
hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los Cielos” (Mt 5, 16).
En
la 1ª lectura de la Liturgia de la Palabra Isaías concreta las cosas en que ha
de notarse que un cristiano es cristiano, no por ir disfrazado, tatuado o con un cartelito colgado en la espalda y en el pecho, sino porque parte el pan con el hambriento y a los pobres sin hogar recibe en casa, a un desnudo lo cubre y entonces
brotará tu luz como la aurora (cf Is, 58, 7-10).
Joan Pau II, per la preparació del Gran Jubileu de
l’any 2000 demanava que “recordant que Jesús va venir a
«evangelitzar els pobres» (Mt 11,
5; Lc 7, 22), ¿no convé subratllar decididament l’opció
preferencial de l’Esglesia pels pobres i els marginats?” (TMA, 51). La preocupació pels pobres no és nova
ni exclusiva de Francesc, sinó de l’Evangeli i per això també aquest Papa
argentí segueix recordant el de sempre per ajudar a viure-ho cada dia millor,
si cap. En “L’alegria de l’Evangelio” (Evangelii gaudium, EG,) recorda que la
fe cristiana és “en Cristo fet pobre, i
sempre proper als pobres i exclosos. Fer oïdes
sordes a aquest clam ens situa fora de la voluntad de l’Pare i del seu projecte.
(…) El imperativo de escuchar el
clamor de los pobres –se sigue leyendo en EG- se hace carne en nosotros (…) Esta verdad
penetró profundamente la mentalidad de los Padres de la Iglesia y ejerció una
resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano (…) El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres,
tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2Co 8,9). Todo el
camino de nuestra redención está signado por los pobres (EG, 186-197).
Com
aquest diumenge de febrer, si un@ té devoció a sant Josep, ja que es el 2n diumenge
a ell dedic para preparar amb 7 la seva festa de l’19 de marzç, es oportú
contemplar una vegada més el naiximent de Jesús en Betlem i la seva pobresa que es
palpa amb les mans en tota la seva vida. Joan Pau II considerava el fet que Josep va ser testimoni
ocular d’aquest naiximent, esdevingut –diu Wojtyla- en condicions humanament
humiliants, primer anunci d’aquell «anonadament» (Phil 2, 5-8) de el mateix Déu
totpoderós, creador d’el cel i de la terra, de tot el visible i invisible (cf
RC, 10).
El justo
brilla como una luz, dice el salmo. Vosotros sois la luz del mundo,
dice Jesucristo a los suyos, y ayuda a recordarlo el ver encendidos al menos un
par de cirios en la Eucaristía. Pueden ser más de dos pero se simboliza lo
mismo. Reciente ha sido la “fiesta de las luces” o de “la candelaria”
como se apoda a María pues el Niño Jesús es la candela, o sea “luz de luz”,
“luz del mundo”. En el libro Mente
abierta, corazón creyente, con meditaciones
de unos ejercicios espirituales predicados por Jorge M. Bergoglio, siendo
arzobispo de Buenos Aires, se leen sus consideraciones sobre el valor simbólico
de la candela, de la luz tenue, que se convertirá en un gran cirio adornado la
noche de Pascua.
En
la Carta ap de Juan Pablo II al término del Gran Jubileo, en Novo millennio
ineunte, hizo referencia al Mysterium lunae (cf NMI, 54) recordando la imagen que usaban los llamados Padres de la
Iglesia ya que cada discípulo de Cristo es luz del mundo pero no
por su propio poder sino porque refleja la luz divina, como la luna refleja la
luz del sol. Nadie cuerdo creerá que la luna da luz propia. Y añadía: “Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a
la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y
exigente cometido de ser su "reflejo" (…) es una tarea posible si,
expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia (NMI, 54).
Els
cristians tenen el paper diví de ser llum de l’món la qual cosa conté el també
ser llum de l’Esglesia. A hores d’ara de segle XXI acudeix el record de l’gest
de el cardenal Ángelo Roncalli, acabat de ser elegit Papa Juan XXIII, quan un
del seus secretaris li preguntava que qué calia fer ara amb ell ja que cada
“maestrillo tiene su librillo” i Roncalli era d’un altre caràcter respecte al seus
antecessors. El Papa “bo” (como se li anomanà mol aviat), sense paraules, es va
acostar a la finestra de l’despatx pontifici i obrir finestra i porticons
perquè entrés la llum de l’exterior.
Ya
desde la primera hora de la Iglesia se ha tenido que andar con las lámparas
encendidas para estar en salida a todas las gentes y para no
encerrarse en inmovilismos, cegueras y sorderas hacia el Espíritu Santo cuya
luz es dada para ver y no tropezar como ya ocurrió al principio. En Jerusalén
tras el Concilio allí celebrado para tratar la cuestión novedosa que proponía
Saulo de Tarso (cf Act 15, 1-29), los de Santiago eran los judaizantes encadenados
en “la tradición de sus mayores” y por eso no toleraban dejar de practicar los
preceptos mosaicos tal como la circuncisión. Decían que si no estás
circuncidado no eres cristiano. Eran también los llamados por el Papa Francisco
los inmovilistas, los falsos·conservadores que no quieren cambiar nada, no
quieren mejorar nada y tampoco quieren eliminar cosas que se hacen mal.
En
el Renacimiento aparecieron sobre todo dos voces discordantes del contexto
oficial, lo contrario a los “conservadores” pues son profetas que tienen
las lámparas encendidas y ven defectos, pecados u omisiones que denuncian para
que se corrijan. Eran Pico de la Mirándola y el cardenal Nicolás de Cusa que
promovieron (ya entonces, hace seis siglos) la tolerancia y el diálogo
frente a quienes usaban la respuesta “agresiva” de moda: manu militari.
A
lo largo de la segunda mitad del segundo milenio habían aparecido los
intolerantes y rigoristas antijansenista proponiendo remedios contundentes e
inhumanos al alentar “la solicitud y la vigilancia de los obispos para
arrancar de las mentes católicas con toda energía esa impía y nociva idea, con
toda habilidad y saber a vuestra disposición”, frase que leí en uno de los muchos libros de J.A. Sayés, aunque
no anoté el título en su momento pero podría ser “La gracia de Cristo”, BAC,
Madrid 2000. Sí anoté la página, la 77.
En
la segunda mitad del siglo XIX aumentó en algunos ese talante cusano tolerante y dialogante. El humilde de verdad está dispuesto a dialogar, a
hablar, a escuchar, a aprender de los demás y refleja una luz divina en su
conducta que atrae y que todo varón o mujer de buena voluntad sabe al menos
apreciar.
¡Qué
importante y necesaria absolutamente es la luz! Lo primero que hizo el Creador
es decir: “Hágase la luz”! Cuando el Dios hecho hombre nacía en Belén una luz
(una estrella) señalaba su presencia. Cuando Cristo resucitó una luz dejó impresa
en la hoy llamada “sábana santa” la realidad de la pasión y crucifixión y una luz, que es el mismo Cristo resucitado, derribó a Saulo
de Tarso de su intolerante lealtad a su religión judía y le dejó ciego. Lo primero
que le dijo Ananías fue que le haría recuperar la vista y volvería a ver la luz (cf
Act 22, 3-16). Non comment.
La Constitución ap “La alegría de la verdad” (Veritatis gaudium, VG, 2017) del papa
Francisco empieza recordando que el título “manifiesta
el deseo vehemente que deja inquieto el corazón del hombre hasta que encuentre,
habite y comparta con todos la Luz de Dios (cf san Agustín, Confesiones)” (VG, 1).
El
Espíritu Santo hablando a las iglesias a mitad del siglo XX para proponer los
planes para el tercer milenio, hizo que el Concilio que convocó “bajo mano” con
la cooperación del Papa Juan XXIII, iluminase la realidad real con dos
documentos magisteriales. Uno se tituló “Luz de las gentes” (Lumen gentium, LG,
21-XI-1964), fruto de la mirada de fe sobre la propia Iglesia, instrumento
universal de Dios para la salvación. Empieza la Constitución diciendo que “Por ser Cristo luz de las gentes, este
sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea
vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que resplandece
sobre el haz de la Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,
15)” (LG, 1).
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