domingo, 9 de febrero de 2020

SOU LA LLUM DEL MÓN

S'encén una llum perquè il.lumini a tots


Qui és just (…) brilla com una llum en les tiniebres” (Ps 111) diu el que reça el salm responsorial d’aquest dia 9 de febrer de 2020, diumenge 5è (cicle A) de l’TO, i Jesús ho confirma quan afirma que “vosaltres sou la llum de l’món (…) s’encén una llum per posar-la (…) en un candeler per tal que dongui llum a tots els de la casa. Resplandeixi així la vostra llum davant dels homes” (Mt 5, 13-16).

Ha de notarse esa capacidad de cada cristian@ sin deslumbrar ni pretender lucirse ante los hombres buscando la vanagloria. L@s cristian@s han aprendido de Cristo a no hacer las cosas para ser vistos y aplaudidos por los hombres, pero que “alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5, 16).

En la 1ª lectura de la Liturgia de la Palabra Isaías concreta las cosas en que ha de notarse que un cristiano es cristiano, no por ir disfrazado, tatuado o con un cartelito colgado en la espalda y en el pecho, sino porque parte el pan con el hambriento y a los pobres sin hogar recibe en casa, a un desnudo lo cubre y entonces brotará tu luz como la aurora (cf Is, 58, 7-10).

Joan Pau II, per la preparació del Gran Jubileu de l’any 2000 demanava que “recordant que Jesús va venir a «evangelitzar els pobres» (Mt 11, 5; Lc 7, 22), ¿no convé subratllar decididament lopció preferencial de l’Esglesia pels pobres i els marginats?” (TMA, 51). La preocupació pels pobres no és nova ni exclusiva de Francesc, sinó de l’Evangeli i per això també aquest Papa argentí segueix recordant el de sempre per ajudar a viure-ho cada dia millor, si cap. En “L’alegria de l’Evangelio” (Evangelii gaudium, EG,) recorda que la fe cristiana és “en Cristo fet pobre, i sempre proper als pobres i exclosos. Fer oïdes sordes a aquest clam ens situa fora de la voluntad de l’Pare i del seu projecte.

 (…) El imperativo de escuchar el clamor de los pobres –se sigue leyendo en EG- se hace carne en nosotros (…) Esta verdad penetró profundamente la mentalidad de los Padres de la Iglesia y ejerció una resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano (…) El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2Co 8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres (EG, 186-197).

Com aquest diumenge de febrer, si un@ té devoció a sant Josep, ja que es el 2n diumenge a ell dedic para preparar amb 7 la seva festa de l’19 de marzç, es oportú contemplar una vegada més el naiximent de Jesús en Betlem i la seva pobresa que es palpa amb les mans en tota la seva vida. Joan Pau II considerava el fet que Josep va ser testimoni ocular d’aquest naiximent, esdevingut –diu Wojtyla- en condicions humanament humiliants, primer anunci d’aquell «anonadament» (Phil 2, 5-8) de el mateix Déu totpoderós, creador d’el cel i de la terra, de tot el visible i invisible (cf RC, 10).

El justo brilla como una luz, dice el salmo. Vosotros sois la luz del mundo, dice Jesucristo a los suyos, y ayuda a recordarlo el ver encendidos al menos un par de cirios en la Eucaristía. Pueden ser más de dos pero se simboliza lo mismo. Reciente ha sido la “fiesta de las luces” o de “la candelaria” como se apoda a María pues el Niño Jesús es la candela, o sea “luz de luz”, “luz del mundo”. En el libro Mente abierta, corazón creyente, con meditaciones de unos ejercicios espirituales predicados por Jorge M. Bergoglio, siendo arzobispo de Buenos Aires, se leen sus consideraciones sobre el valor simbólico de la candela, de la luz tenue, que se convertirá en un gran cirio adornado la noche de Pascua.

En la Carta ap de Juan Pablo II al término del Gran Jubileo, en Novo millennio ineunte, hizo referencia al Mysterium lunae (cf NMI, 54) recordando la imagen que usaban los llamados Padres de la Iglesia ya que cada discípulo de Cristo es luz del mundo pero no por su propio poder sino porque refleja la luz divina, como la luna refleja la luz del sol. Nadie cuerdo creerá que la luna da luz propia. Y añadía: “Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su "reflejo" (…) es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia (NMI, 54).

Els cristians tenen el paper diví de ser llum de l’món la qual cosa conté el també ser llum de l’Esglesia. A hores d’ara de segle XXI acudeix el record de l’gest de el cardenal Ángelo Roncalli, acabat de ser elegit Papa Juan XXIII, quan un del seus secretaris li preguntava que qué calia fer ara amb ell ja que cada “maestrillo tiene su librillo” i Roncalli era d’un altre caràcter respecte al seus antecessors. El Papa “bo” (como se li anomanà mol aviat), sense paraules, es va acostar a la finestra de l’despatx pontifici i obrir finestra i porticons perquè entrés la llum de l’exterior.

Ya desde la primera hora de la Iglesia se ha tenido que andar con las lámparas encendidas para estar en salida a todas las gentes y para no encerrarse en inmovilismos, cegueras y sorderas hacia el Espíritu Santo cuya luz es dada para ver y no tropezar como ya ocurrió al principio. En Jerusalén tras el Concilio allí celebrado para tratar la cuestión novedosa que proponía Saulo de Tarso (cf Act 15, 1-29), los de Santiago eran los judaizantes encadenados en “la tradición de sus mayores” y por eso no toleraban dejar de practicar los preceptos mosaicos tal como la circuncisión. Decían que si no estás circuncidado no eres cristiano. Eran también los llamados por el Papa Francisco los inmovilistas, los falsos·conservadores que no quieren cambiar nada, no quieren mejorar nada y tampoco quieren eliminar cosas que se hacen mal.

En el Renacimiento aparecieron sobre todo dos voces discordantes del contexto oficial, lo contrario a los “conservadores” pues son profetas que tienen las lámparas encendidas y ven defectos, pecados u omisiones que denuncian para que se corrijan. Eran Pico de la Mirándola y el cardenal Nicolás de Cusa que promovieron (ya entonces, hace seis siglos) la tolerancia y el diálogo frente a quienes usaban la respuesta “agresiva” de moda: manu militari.

A lo largo de la segunda mitad del segundo milenio habían aparecido los intolerantes y rigoristas antijansenista proponiendo remedios contundentes e inhumanos al alentar “la solicitud y la vigilancia de los obispos para arrancar de las mentes católicas con toda energía esa impía y nociva idea, con toda habilidad y saber a vuestra disposición”, frase que leí en uno de los muchos libros de J.A. Sayés, aunque no anoté el título en su momento pero podría ser “La gracia de Cristo”, BAC, Madrid 2000. Sí anoté la página, la 77.

En la segunda mitad del siglo XIX aumentó en algunos ese talante cusano tolerante y dialogante. El humilde de verdad está dispuesto a dialogar, a hablar, a escuchar, a aprender de los demás y refleja una luz divina en su conducta que atrae y que todo varón o mujer de buena voluntad sabe al menos apreciar.

¡Qué importante y necesaria absolutamente es la luz! Lo primero que hizo el Creador es decir: “Hágase la luz”! Cuando el Dios hecho hombre nacía en Belén una luz (una estrella) señalaba su presencia. Cuando Cristo resucitó una luz dejó impresa en la hoy llamada “sábana santa” la realidad de la pasión y crucifixión y una luz, que es el mismo Cristo resucitado, derribó a Saulo de Tarso de su intolerante lealtad a su religión judía y le dejó ciego. Lo primero que le dijo Ananías fue que le haría recuperar la vista y volvería a ver la luz (cf Act 22, 3-16). Non comment.

La Constitución ap “La alegría de la verdad” (Veritatis gaudium, VG, 2017) del papa Francisco empieza recordando que el título “manifiesta el deseo vehemente que deja inquieto el corazón del hombre hasta que encuentre, habite y comparta con todos la Luz de Dios (cf san Agustín, Confesiones)” (VG, 1).

El Espíritu Santo hablando a las iglesias a mitad del siglo XX para proponer los planes para el tercer milenio, hizo que el Concilio que convocó “bajo mano” con la cooperación del Papa Juan XXIII, iluminase la realidad real con dos documentos magisteriales. Uno se tituló “Luz de las gentes” (Lumen gentium, LG, 21-XI-1964), fruto de la mirada de fe sobre la propia Iglesia, instrumento universal de Dios para la salvación. Empieza la Constitución diciendo que “Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que resplandece sobre el haz de la Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) (LG, 1). 

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