San José se planteó
dejar a María, su mujer
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Puede
suponerse que sería una semana lo que José y María utilizarían para hacer el
viaje de unos 100 km, desde Nazaret a Belén para empadronarse. Antes de empezar
la preparación inmediata del viaje -que pensarían sería ida y vuelta- José de
Nazaret ya estaba preocupado pues “vio” que María, con la que se había
desposado pero todavía no se habían casado (les faltaba un año para ello),
estaba de “buena esperanza” y se planteó abandonarla. Si utilizaba el entonces legal
“libelo de repudio”, estaría diciendo
que ella era la culpable, pero como sabe –por su finura de espíritu- que está
Dios por en medio, le entra miedo y piensa que está estorbando. Si la deja en
secreto dará pie a que la gente suponga que era él el culpable y no ella.
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El san José durmiendo que tiene el Papa en su habitación |
En
sueños, un ángel tranquilizó a José y le hizo perder el miedo de estar entre
algo directamente divino y que no estorbaba; al revés, se contaba con él.
Abandonarla,
repudiarla, o como se le llama, es el divorcio sin más florituras. El papa
Inocencio I, el 40 sucesor de Pedro (+417), dio a Probo la respuesta (PL 20, 602-603) que se
irá repitiendo siglos después.
El papa
Gregorio II, en el año 726, recibió
una consulta del obispo san Bonifacio: ¿Qué
debe hacer el marido cuya mujer haya enfermado y como consecuencia no puede
darle el débito conyugal?
Respuesta del Papa: "Sería
bueno que todo siguiese igual y se diese (el marido) a la continencia. Pero como eso es de hombres grandes, el que no se
pueda contener, que vuelva a casarse, pero no deje de ayudar económicamente a
la que enfermó y no ha quedado excluida por culpa detestable" (PL 89,
525).
En el siglo XI el
"Decreto de Graciano" repite lo mismo en cambio el Concilio de Trento (Ses. 24, can. 5) anatematiza a quien diga
que "el vínculo del matrimonio puede disolverse" (DH 1805). Pero,
cuando se habla de "anatemas", en la doctrina de Trento, es capital
tener en cuenta –dicen unos expertos- que eso no significa nada más que una
decisión disciplinar. No se trata de una cuestión dogmática.
De vez en cuando
algunos eclesiásticos se ponen “pesados” con este asunto del divorcio y piden
al Papa de turno que la indisolubilidad se declare dogma y así se zanje la
cuestión del divorcio de una vez para siempre. Pero ningún Papa
ha hecho caso a tal “sugerencia”, incluidos los de los siglos XIX y XX, por
tanto, se entiende que este asunto pertenece al ámbito de lo disciplinar, no de
lo dogmático. Nadie quiere cambiar la fe sino corregir las malas conductas.
En
marzo de 2014 ya colgué un post al respecto anotando que es una realidad innegable que el divorcio existe
teóricamente en la Iglesia católica romana y no sólo en los ortodoxos aunque
ellos sí lo practican. Ya sabemos que Jesús les dijo a sus apóstoles que lo que
ataran en la tierra, quedaría atado en el cielo y lo que desataran quedaría
desatado. No es honrado olvidar o callar lo de desatar. Está claro que Jesús no se refería a desatar los cordones de
los zapatos o las riendas del caballo.
Unos dicen que sólo se pueden disolver las obligaciones pero no el
vínculo que es indisoluble. La astucia de los juristas es enorme y han llegado
a inventar por ejemplo la ficción
jurídica, como es –entre otros muchos- el caso de los cardenales: que
siendo en un principio párrocos romanos, hoy día es un nombramiento virtual
para defender sus privilegios.
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El
cristianismo tiene reconocido el divorcio aunque no suele hacer uso de él. El
llamado “privilegio paulino” lo admite solamente en un caso concreto pero todos los demás, quedan incluidos en el
“privilegio petrino”, que es la capacidad del Papa para disolver todos los que
le parezca bien.
Antes
de la venida de Cristo la posición de la mujer era muy baja en todas las
naciones, civilizadas o primitivas; ellas eran una cosa para usar y tirar. En
ninguna parte el marido estaba atenazado por la ley como lo estaba una esposa,
y en muy pocos casos se concedía a ellas iguales derechos en materia de
divorcio. A Cristo le presentan para lapidar a una adúltera, parece que cogida
con las manos en la masa, pero ¿y el adúltero?
Jesús
tuvo que soportar muchas veces el asedio de los jerarcas y sabiondos del pueblo
judío de entonces. Los escribas, los fariseos, los sumos sacerdotes, etc., iban
continuamente tras él para tenderle una trampa y poder “cazarle” como hereje y
condenarlo.
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Ahí se lee: “Los Padres sinodales han expresado que,
aunque la Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo matrimonial «va contra
la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus
hijos». Iluminada por la mirada de Jesucristo (…) la tarea de la Iglesia se
asemeja a la de un hospital de campaña” (AL, 291).
“Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona
responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y
asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano”
(AL, 304).
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