lunes, 10 de diciembre de 2018

ANTE EL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN

San José se planteó dejar a María, su mujer



Aprovechando la oración del Papa ante la Inmaculada (8-XII-2018), intento hacer lo que pedía, pensar un poco: Oh Madre de Jesús (…) pensando en los días en que tú y José os encontrabais bajo el ansia por el nacimiento de vuestro hijo, preocupados porque era el tiempo del censo y también vosotros debíais dejar vuestro pueblo, Nazareth, y viajar a Belén…

Puede suponerse que sería una semana lo que José y María utilizarían para hacer el viaje de unos 100 km, desde Nazaret a Belén para empadronarse. Antes de empezar la preparación inmediata del viaje -que pensarían sería ida y vuelta- José de Nazaret ya estaba preocupado pues “vio” que María, con la que se había desposado pero todavía no se habían casado (les faltaba un año para ello), estaba de “buena esperanza” y se planteó abandonarla. Si utilizaba el entonces legal “libelo de repudio”, estaría diciendo que ella era la culpable, pero como sabe –por su finura de espíritu- que está Dios por en medio, le entra miedo y piensa que está estorbando. Si la deja en secreto dará pie a que la gente suponga que era él el culpable y no ella.

El san José durmiendo que tiene el Papa
en su habitación
En sueños, un ángel tranquilizó a José y le hizo perder el miedo de estar entre algo directamente divino y que no estorbaba; al revés, se contaba con él.

Abandonarla, repudiarla, o como se le llama, es el divorcio sin más florituras. El papa Inocencio I, el 40 sucesor de Pedro (+417), dio a Probo la respuesta (PL 20, 602-603) que se irá repitiendo siglos después.

El papa Gregorio II, en el año 726, recibió una consulta del obispo san Bonifacio: ¿Qué debe hacer el marido cuya mujer haya enfermado y como consecuencia no puede darle el débito conyugal?
Respuesta del Papa: "Sería bueno que todo siguiese igual y se diese (el marido) a la continencia. Pero como eso es de hombres grandes, el que no se pueda contener, que vuelva a casarse, pero no deje de ayudar económicamente a la que enfermó y no ha quedado excluida por culpa detestable" (PL 89, 525).

En el siglo XI el "Decreto de Graciano" repite lo mismo en cambio el Concilio de Trento (Ses. 24, can. 5) anatematiza a quien diga que "el vínculo del matrimonio puede disolverse" (DH 1805). Pero, cuando se habla de "anatemas", en la doctrina de Trento, es capital tener en cuenta –dicen unos expertos- que eso no significa nada más que una decisión disciplinar. No se trata de una cuestión dogmática.

De vez en cuando algunos eclesiásticos se ponen “pesados” con este asunto del divorcio y piden al Papa de turno que la indisolubilidad se declare dogma y así se zanje la cuestión del divorcio de una vez para siempre. Pero ningún Papa ha hecho caso a tal “sugerencia”, incluidos los de los siglos XIX y XX, por tanto, se entiende que este asunto pertenece al ámbito de lo disciplinar, no de lo dogmático. Nadie quiere cambiar la fe sino corregir las malas conductas.

En marzo de 2014 ya colgué un post al respecto anotando que es una realidad innegable que el divorcio existe teóricamente en la Iglesia católica romana y no sólo en los ortodoxos aunque ellos sí lo practican. Ya sabemos que Jesús les dijo a sus apóstoles que lo que ataran en la tierra, quedaría atado en el cielo y lo que desataran quedaría desatado. No es honrado olvidar o callar lo de desatar. Está claro que Jesús no se refería a desatar los cordones de los zapatos o las riendas del caballo.

Unos dicen que sólo se pueden disolver las obligaciones pero no el vínculo que es indisoluble. La astucia de los juristas es enorme y han llegado a inventar por ejemplo la ficción jurídica, como es –entre otros muchos- el caso de los cardenales: que siendo en un principio párrocos romanos, hoy día es un nombramiento virtual para defender sus privilegios.

Juan Pablo II en su última carta apostólica, tras el gran jubileo del 2000, Novo millennio ineunte del 6 de enero de 2001, utiliza una palabra llamativa: la posibilidad dice. Así que no es un imperativo sino una invitación a las familias cristianas animándolas a que “ofrezcan un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios”.

El cristianismo tiene reconocido el divorcio aunque no suele hacer uso de él. El llamado “privilegio paulino” lo admite solamente en un caso concreto  pero todos los demás, quedan incluidos en el “privilegio petrino”, que es la capacidad del Papa para disolver todos los que le parezca bien.

Antes de la venida de Cristo la posición de la mujer era muy baja en todas las naciones, civilizadas o primitivas; ellas eran una cosa para usar y tirar. En ninguna parte el marido estaba atenazado por la ley como lo estaba una esposa, y en muy pocos casos se concedía a ellas iguales derechos en materia de divorcio. A Cristo le presentan para lapidar a una adúltera, parece que cogida con las manos en la masa, pero ¿y el adúltero?

Jesús tuvo que soportar muchas veces el asedio de los jerarcas y sabiondos del pueblo judío de entonces. Los escribas, los fariseos, los sumos sacerdotes, etc., iban continuamente tras él para tenderle una trampa y poder “cazarle” como hereje y condenarlo.

Los fariseos constituían una corriente religiosa o "escuela de pensamiento" para quienes la Torá tenía una importancia central por tenerla como expresión de la voluntad de Dios; por eso se preocupaban por la estricta interpretación y observancia de la Ley... con aquello del cumplo y miento pues he olvidado el sentido de los gestos. Lo mismo pasa hoy con esos cuantos cardenales, obispos y demás “fieles” de la Iglesia que ponen el grito en el cielo criticando las actuales directrices del buen pastor en la Exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia (la alegría del amor, AL) donde se recuerda la actitud que el mismo Cristo nos enseñó.

Ahí se lee: “Los Padres sinodales han expresado que, aunque la Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo matrimonial «va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos». Iluminada por la mirada de Jesucristo (…) la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña” (AL, 291).

Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano” (AL, 304).

Francisco acababa su oración ante la Inmaculada pidiendo que “permanezcas cercana a las familias que hoy (…) en el mundo entero, viven situaciones similares, para que no los abandones, sino que los tuteles en sus derechos, derechos humanos que están antes que cualquier otra exigencia legítima”.

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