sábado, 1 de diciembre de 2018

ADVIENTO ES ESPERAR EL ADVENIMIENTO

Esperar el encuentro con Dios



“Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento -se lee en el Catecismo-, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17)” (CEC, 524).

Decía el profeta Jeremías: "mirad que vienen días (…) en aquellos días" (Jer 33, 14-16). Sabemos que ya vino hace 2018 años y volverá aunque no sepamos cuándo. Mientras hay que irse preparando cada vez mejor y sirve muy bien lo que dice san Pablo: “hermanos, os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús a que progreséis cada vez más (…) del comportamiento debido para agradar al Señor” (1Tes 3, 12 - 4, 2).

Del Evangelio del día escuchamos palabras del mismo Jesús: Vigilad (…) para que vuestros corazones no estén ofuscados (…) y no sobrevenga aquel día de improviso sobre vosotros (…)  Vigilad orando en todo tiempo, a fin de que podáis (…) estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lc 21, 25-36).

"El Evangelio –nos recordó Benedicto XVI- no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida (…) Quien tiene esperanza vive de otra manera (…) Es el momento de preguntarnos ahora de manera explícita: la fe cristiana ¿es también para nosotros ahora una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida?" (Spe salvi).

Francisco nos recuerda lo mismo, que tenemos que “dejarnos sorprender por Dios y no depender de nuestras seguridades porque el Señor viene a la hora menos pensada”. Dijo Jesús a sus discípulos: "Velad y estad preparados, porque no sabéis cuándo llegará el momento” (Mc 13, 33-37).

Juan Pablo II, en una catequesis (28-XI-1978) decía que “estamos tan familiarizados con la palabra “adviento· que a lo mejor no captamos toda la riqueza que encierra”.

No sólo cada Navidad ha de ser un nuevo especial encuentro con Dios pues podemos encontrarlo a diario, en cada hora del día, en cada lugar en que estemos, no solo en el sagrario; entre los pucheros anda Dios, decía la santa de Ávila. Y sobre todo está identificado en cada ser humano que nos cruzamos en el camino de la vida; “cada vez que lo hacíais con uno de estos más pequeños, lo hacíais conmigo” dijo Jesús. 

Es Dios mismo quien toma la iniciativa del encuentro y nos lo recordaba el Papa polaco: En Jesucristo Dios no sólo habla al hombre, sino que lo busca (...) Si Dios va en busca del hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama eternamente en el Verbo y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo (Tertio milennio adveniente, 7).

Duns Escoto (+1308 con 43 años) es un escocés de Duns, franciscano beatificado en 1993 y del que trató Benedicto XVI en una catequesis de los miércoles (Aud Gral 100707) destacando ser defensor de que el Verbo se habría encarnado igualmente aunque el hombre no hubiera pecado. Escoto es como una excepción en la historia pero da envidia no tener, como él, la convicción hecha vida real de esa iniciativa divina que sale al encuentro del hombre porque le ama.

Adviento son 4 semanas previas a Navidad en las que fomentamos crecer en esperanza  (que es lo último que se pierde). Benedicto XVI escribió una encíclica entera para ir meditando el tema: «SPE SALVI facti sumus». Se trata de fomentar tanto la esperanza sobrenatural como la humana en la que se apoya y a la que sana pues está herida por el pecado. El Verbo no se hizo hombre para destruir lo humano, lo terrenal y montar aquí el cielo.

Esperar es algo muy humano. Cuatro siglos antes de Cristo ya decía Aristóteles (+322 aC) que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”. “Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes” dejó dicho Khalil Gibran (+1931 de cáncer hepático con 48 años) libanés. 

En Adviento fomentamos la esperanza en la venida de Dios pero también hay que caer en la cuenta que Dios vive su adviento con cada uno de nosotros. Ya Rabindranath Tagore (+1941 con 80 años), filósofo y escritor indio, dijo que cada criatura, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los hombres.

Dios nos están esperando pero también la humanidad espera (de alguna manera) a los cristianos y por eso se agradece a Juan Pablo II que nos ayudara a plantearnos: “¿no está este mundo de los viajes cósmicos, de la energía atómica, de las conquistas científicas “gimiendo y sufriendo” como en los dolores del parto y están esperando la manifestación de los hijos de Dios? (Rom 8,19. 22)” (RH, 8).

El papa Francisco recuerda a su modo que “un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos” (EvG, 10).

El Papa argentino no es original ya que lógicamente Juan Pablo II tenía también la idea clara: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste –dijo en 2001- es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (NMI, 43).

Una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad” (EvG, 159) nos ha escrito Francisco. Y unas líneas más adelante de esa Exhortación dice que "amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas (Gaudium et spes), con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos” (EvG, 183).

También Juan Pablo II pidió al estrenar el nuevo tercer milenio: “¡Caminemos con esperanza! (…) tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza «que no defrauda» (Rom 5, 5)” (NMI, 58).

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