Para ser otros cristos, como
decía san Pablo
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Parece que la Jornada se la
inspiró el capuchino padre Solanus Casey (†1957 con 87 años), beatificado en
Detroit el domingo de la I Jornada, la del año pasado 2017. Es el 2º USA beatificado
junto al padre Stanley Rother, asesinado en la guerra civil de Guatemala.
Francisco ha enviado su Mensaje para esta II Jornada
en 2018: “No es protagonismo lo que
necesitan los pobres, sino ese amor que sabe esconderse y olvidar el bien
realizado. Frente a los pobres, no es cuestión de jugar a ver quién tiene el
primado de la intervención”.
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Francisco organizó una comida para 1.500 pobres romanos |
La pobreza es un rasgo fundamental
del perfil de Cristo que ya se le nota desde el primer momento de su vida
terrena en Belén. Como toda virtud, se ha de crecer en ella y por tanto se
puede vivir mejor la pobreza de espíritu, se puede ser más pobre de espíritu. Esta
virtud cristiana es tanto para los pobres económica y socialmente hablando como
para los ricos.
Benedicto XVI
en una de sus catequesis (Aud Gral 21-I-2010) dijo: “Hoy quiero presentaros la
figura de san Francisco (…) que amó la pobreza para seguir a Cristo con entrega
y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a
cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo
asimismo un estilo de vida sobrio y un desprendimiento de los bienes materiales”.
El Concilio Vaticano II dejaba escrito: “El lujo pulula junto con la miseria. Y mientras unos pocos disponen de
un poder amplísimo de decisión, muchos… viven con frecuencia en condiciones de
vida y de trabajo indignas de la persona humana (…) Cada día se agudiza más la
oposición entre las naciones económicamente desarrolladas y las restantes, lo
cual puede poner en peligro la misma paz mundial” (GS 63-72).
Gandhi decía:
“yo no predico la pobreza voluntaria a un
pueblo que padece la pobreza involuntaria”. Jesús no predicaba: ¡Qué
felices sois, proletarios!
El nuevo párroco de un pueblo se puso a vaciar las huchas “para limosnas” y “para el culto”. El sacristán cuando -como siempre- iba a vaciarlas, las encontraba vacías y pensando que alguien robaba, se puso a vigilar con sigilo. Descubrió que era el nuevo párroco y cuando le preguntó que por qué lo hacía si siempre había sido el
sacristán quien las vaciaba, contestó: “yo soy el culto del pueblo”.
San Juan Crisóstomo (+407), patriarca de Constantinopla predicó: “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? Pues no lo desprecies cuando lo
contemplas desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos
de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez (…) ¿De qué serviría
adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de
hambre?” (Homilía 50, comentarios al Evangelio de Mateo).
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En otro lugar dice haber
visto a un abad con la pompa de dos obispos, por el nº de caballeros que
llevaba (casi 60). Lamenta que lleven bocado de oro los caballos y arreos
encastados de joyas y brillantes.
San Juan Pablo II escribió en su última encíclica sobre la Eucaristía (Eucharistia de Ecclesia, EE): “Sin quitar nada al deber de la caridad hacia los necesitados, a los que se han de dedicar siempre los discípulos –“pobres los tendréis siempre entre vosotros”-, Él aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que su cuerpo merece” (EE, 47)… Como la mujer en la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo de “derrochar”, dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía” (EE, 48).
Hay, hubo y habrá obispos que en vez de cristianizar el mundo, son, han sido y seguirán siendo –si no están atentos- cristianos mundanizados imitando a los poderosos del mundo. El Duque del Infantado, el 4º más rico entonces, tiempos de Felipe III, para arreglar y mejorar el palacio ducal de Gandía se gastó 100.000 ducados y gastó más de 300.000 durante la visita a Valencia del rey en 1599. El Conde-Duque de Olivares tenía 198 servidores; el Gran Duque de Osma 300 y el de Medinaceli 700. Con Felipe IV las canonjías de Sevilla habían pasado de 300 a 2000 ducados.
Hay, hubo y habrá obispos que en vez de cristianizar el mundo, son, han sido y seguirán siendo –si no están atentos- cristianos mundanizados imitando a los poderosos del mundo. El Duque del Infantado, el 4º más rico entonces, tiempos de Felipe III, para arreglar y mejorar el palacio ducal de Gandía se gastó 100.000 ducados y gastó más de 300.000 durante la visita a Valencia del rey en 1599. El Conde-Duque de Olivares tenía 198 servidores; el Gran Duque de Osma 300 y el de Medinaceli 700. Con Felipe IV las canonjías de Sevilla habían pasado de 300 a 2000 ducados.
Sigue diciendo san Bernardo a
los abades de su Orden: “Mas claman los
desnudos, los famélicos se quejan diciendo: Decid, pontífices ¿qué hace el oro
en el freno? Por ventura aparta el oro del freno el frío o el hambre? (...) Andan
los mulos cargados de piedras preciosas
y nos dejáis a nosotros en la desnudez. Sortijas, cadenas, campanillas, correas
claveteadas y muchas cosas semejantes, tan hermosas en sus colores como
preciosas por su peso, van colgando de las cervices de los mulos (...) Veis
aquí los pensamientos de los pobres y lo que ellos dicen al presente delante de
Dios que entiende el lenguaje de los corazones. Ellos no osan quejarse en
público contra vosotros. (San Bernardo. Obras completas (II). BAC, 1955, p.
685).
Escribió Juan Pablo II en la
Carta ap “Novo milenio ineunte” de 2001, tras clausurar el Gran Jubileo del
2000: “Si verdaderamente hemos partido de
la contemplación del rostro de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo
en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse (…) Que
nadie quede excluido de nuestro amor” (NMI, 49).
Jesús les respondió: Id
y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven (…) y a los
pobres se anuncia el Evangelio (Mt 11, 4-5).
Jesús le respondió: Si
quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres (…) luego ven
y sígueme (Mt 19, 21).
Al ver esto, los
discípulos se disgustaron y dijeron: ¿A qué viene este despilfarro? Se
podía haber vendido por mucho dinero y repartirlo a los pobres. Pero Jesús,
conociéndolo, les dijo: (…) Ha hecho una obra buena conmigo; pues
a los pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis (Mt 26, 8-11).
Aquí también aparece la
paradoja de la fe pues ser pobre de espíritu no es no tener.
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