viernes, 16 de noviembre de 2018

ANTE LA II JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

Para ser otros cristos, como decía san Pablo


El domingo es el día 18 de noviembre, el XXXIII del Tiempo Ordinario, el anterior a la solemnidad de Jesucristo rey del universo, en 2018 y se celebra la II Jornada mundial de los pobres que el papa Francisco instituyó al clausurar en noviembre de 2016 el Año de la Misericordia con la carta Misericordia et misera (Mim). En ella nos dijo que “Será una Jornada que ha de ayudar a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio (…) Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11 ,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia” (Mim, 21).

Parece que la Jornada se la inspiró el capuchino padre Solanus Casey (†1957 con 87 años), beatificado en Detroit el domingo de la I Jornada, la del año pasado 2017. Es el 2º USA beatificado junto al padre Stanley Rother, asesinado en la guerra civil de Guatemala.

Francisco ha enviado su Mensaje para esta II Jornada en 2018: “No es protagonismo lo que necesitan los pobres, sino ese amor que sabe esconderse y olvidar el bien realizado. Frente a los pobres, no es cuestión de jugar a ver quién tiene el primado de la intervención”.

Francisco organizó una comida para 1.500 pobres romanos
La pobreza es un rasgo fundamental del perfil de Cristo que ya se le nota desde el primer momento de su vida terrena en Belén. Como toda virtud, se ha de crecer en ella y por tanto se puede vivir mejor la pobreza de espíritu, se puede ser más pobre de espíritu. Esta virtud cristiana es tanto para los pobres económica y socialmente hablando como para los ricos.

Benedicto XVI en una de sus catequesis (Aud Gral 21-I-2010) dijo: “Hoy quiero presentaros la figura de san Francisco (…) que amó la pobreza para seguir a Cristo con entrega y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo asimismo un estilo de vida sobrio y un desprendimiento de los bienes materiales”.

El Concilio Vaticano II dejaba escrito: “El lujo pulula junto con la miseria. Y mientras unos pocos disponen de un poder amplísimo de decisión, muchos… viven con frecuencia en condiciones de vida y de trabajo indignas de la persona humana (…) Cada día se agudiza más la oposición entre las naciones económicamente desarrolladas y las restantes, lo cual puede poner en peligro la misma paz mundial” (GS 63-72).

Gandhi decía: “yo no predico la pobreza voluntaria a un pueblo que padece la pobreza involuntaria”. Jesús no predicaba: ¡Qué felices sois, proletarios!

El nuevo párroco de un pueblo se puso a vaciar las huchas “para limosnas” y “para el culto”. El sacristán cuando -como siempre- iba a vaciarlas, las encontraba vacías y pensando que alguien robaba, se puso a vigilar con sigilo. Descubrió que era el nuevo párroco y cuando le preguntó que por qué lo hacía si siempre había sido el sacristán quien las vaciaba, contestó: “yo soy el culto del pueblo”.

San Juan Crisóstomo (+407), patriarca de Constantinopla predicó: “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? Pues no lo desprecies cuando lo contemplas desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez (…) ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre?” (Homilía 50, comentarios al Evangelio de Mateo).

Escribió san Bernardo: “Me pasmo de que algunos abades de monasterios de nuestra Orden (…)¿Qué hacéis? (…) san Pedro, de quien no se sabe que saliese jamás adornado de piedras o de sedas, ni cubierto de oro, ni llevado en blanco caballo, ni acompañado de tropa, ni cercado de ruidoso séquito de ministros... En esto habéis sucedido no a Pedro sino a Constantino”.

En otro lugar dice haber visto a un abad con la pompa de dos obispos, por el nº de caballeros que llevaba (casi 60). Lamenta que lleven bocado de oro los caballos y arreos encastados de joyas y brillantes.

San Juan Pablo II escribió en su última encíclica sobre la Eucaristía (Eucharistia de Ecclesia, EE): “Sin quitar nada al deber de la caridad hacia los necesitados, a los que se han de dedicar siempre los discípulos –“pobres los tendréis siempre entre vosotros”-, Él aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que su cuerpo merece” (EE, 47)… Como la mujer en la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo de “derrochar”, dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía” (EE, 48).

Hay, hubo y habrá obispos que en vez de cristianizar el mundo, son, han sido y seguirán siendo –si no están atentos- cristianos mundanizados imitando a los poderosos del mundo. El Duque del Infantado, el 4º más rico entonces, tiempos de Felipe III, para arreglar y mejorar el palacio ducal de Gandía se gastó 100.000 ducados y gastó más de 300.000 durante la visita a Valencia del rey en 1599. El Conde-Duque de Olivares tenía 198 servidores; el Gran Duque de Osma 300 y el de Medinaceli 700. Con Felipe IV las canonjías de Sevilla habían pasado de 300 a 2000 ducados.

Sigue diciendo san Bernardo a los abades de su Orden: “Mas claman los desnudos, los famélicos se quejan diciendo: Decid, pontífices ¿qué hace el oro en el freno? Por ventura aparta el oro del freno el frío o el hambre? (...) Andan los mulos cargados de piedras  preciosas y nos dejáis a nosotros en la desnudez. Sortijas, cadenas, campanillas, correas claveteadas y muchas cosas semejantes, tan hermosas en sus colores como preciosas por su peso, van colgando de las cervices de los mulos (...) Veis aquí los pensamientos de los pobres y lo que ellos dicen al presente delante de Dios que entiende el lenguaje de los corazones. Ellos no osan quejarse en público contra vosotros. (San Bernardo. Obras completas (II). BAC, 1955, p. 685).

Escribió Juan Pablo II en la Carta ap “Novo milenio ineunte” de 2001, tras clausurar el Gran Jubileo del 2000: “Si verdaderamente hemos partido de la contemplación del rostro de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse (…) Que nadie quede excluido de nuestro amor” (NMI, 49).

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mt 5, 3).
Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven (…) y a los pobres se anuncia el Evangelio (Mt 11, 4-5).
Jesús le respondió: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres (…) luego ven y sígueme (Mt 19, 21).
Al ver esto, los discípulos se disgustaron y dijeron: ¿A qué viene este despilfarro? Se podía haber vendido por mucho dinero y repartirlo a los pobres. Pero Jesús, conociéndolo, les dijo: (…) Ha hecho una obra buena conmigo; pues a los pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis (Mt 26, 8-11).

Aquí también aparece la paradoja de la fe pues ser pobre de espíritu no es no tener.

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