Aprender
con María
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Belén del Antiguo Testamento era una aldea |
En
la Liturgia de la Palabra de este 4º domingo de Adviento, del ciclo C, se oye
decir al profeta Miqueas: “Mas tú, Belén
Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir
aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde
los días de antaño” (Miq 5, 1-4). O sea que la cosa viene de lejos.
Miqueas fue profeta de Israel contemporáneo de Isaías aunque menos
implicado en los asuntos de gobierno, empezó su ministerio en el 727 aC, unos
años antes de la caída de Samaria a manos de los asirios. Nacido a 35 km al
sudoeste de Jerusalén, en la Sefelá, región costera que en hebreo quiere decir
“valle”, territorio fértil rico en olivares y trigales, a diferencia de la estéril
zona de Jerusalén.
El libro de
Miqueas cita Belén como lugar del nacimiento de Jesús y lo de los enemigos del
hombre en su propia casa. Predica el sentido del pecado perdido por el pueblo
de Dios y denuncia la falsa seguridad del pueblo y de los gobernantes puesta en
compatibilizar una vida de pecado con actos externos de culto a Dios. Sigue
estando así el panorama mundial.
Esa
actitud de doble vida viviendo una vida de pecado pero aparentando santidad o
religiosidad la denunció Pío XII a mitad del s XX y también se repetía en el
pueblo judío y entre los primeros cristianos, por eso la carta a los hebreos
dice: “Sacrificio y ofrenda no quisiste
(…) los holocaustos y sacrificios por el pecado no te han agradado (…) no
quisiste ni te agradaron sacrificios y ofrendas ni holocaustos y víctimas
expiatorias por el pecado” (Heb 10, 5-9).
Entre
los humanos tod@s, hemos de estar vigilantes, rectificando, examinándonos, corrigiéndonos.
Un reproche que se oía en mi adolescencia era la de algún@s que clamaban «tanto
ir a Misa ¿para qué?» ya que la conducta de algún@s adult@s dejaba que desear.
En
el Evangelio sale el relato de la visitación de María a su parienta Isabel (Lc
1, 39-45). Sabe que esa parienta ha concebido en su vejez y ya está de seis
meses la que llamaban estéril. María acude deprisa a servirla pues no tiene
hij@s que le ayuden en esas circunstancias y su marido Zacarías es también de
su edad y tendrá poca o ninguna experiencia. María durante tres meses permanecerá en casa de Isabel y Zacarías.
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San
Bernardo consideraba ese momento de la anunciación en que el ángel, de parte de
Dios, pide a María su colaboración libre al plan divino y la encarnación del
Hijo de Dios, el Redentor del hombre. Y comenta Bernardo: “Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no
será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel
aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió.
También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia,
esperamos, Señora, esta palabra de misericordia”. Y como se reza en el
ángelus, María contestó: “Hágase en mí según tu palabra”.
Pero
las cosas de Dios son para toda la humanidad y también, de alguna manera, cada
hombre y cada mujer tiene que dar una respuesta semejante a la de María sino quiere
defraudar a Dios y a los demás seres humanos. Ante esta realidad existencial de cualquiera,
también ahora María es quien espera nuestro “¡sí quiero!”.
Nos
podemos aplicar lo que Bernardo piensa de María en ese momento histórico de la
humanidad entera: “¿Por qué tardas? ¿Qué
recelas? Cree, di que sí y recibe (…) En este asunto no temas, Virgen prudente,
la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más
necesaria es ahora la piedad en las palabras”.
María
se deja llevar por el Espíritu Santo que no solamente hace que conciba al Verbo
sino que actúa para que todas sus acciones diarias sean “perfectas”. También Isabel se llenó de él mientras saludaba a María, y su hijo Juan daba saltos en su vientre y así pudo proclamar esa aseveración que siguen repitiendo millones de hombres y mujeres a lo largo
de los siglos: ¡Bendita tú entre las mujeres. De dónde que venga a visitarme la
madre de Dios (cf Lc 1, 39-43). ¡Qué importante es saber dejarse “llevar” por
el Espíritu Santo!
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Cantalamessa predica ante Francisco y otros |
La necesidad
cumplir
con el que la Iglesia está semper reformanda, es una tarea imposible y
siempre pendiente. Hay, desde luego, reformas más importantes que no pueden
imponerse por decreto, sino que el Espíritu las va suscitando en el pueblo de
Dios: las órdenes religiosas nunca fueron fundadas ni concebidas por
Roma. El ecumenismo es obra del Espíritu Santo. Hay reformas concretas y
factibles señaladas en los textos conciliares. El Concilio Vaticano II no fue
un episodio ni un paréntesis. Y así manifestaba fray Cantalamessa esas
consideraciones que le salían del corazón y las habría meditado en repetidas
ocasiones.
Echando
una ojeada por la historia, que tanto enseña, se comprueba por ejemplo que la
reforma gregoriana del siglo XI no fue definitiva. Y toda la Edad Media soportó
las lacras de la simonía y la corrupción moral de la curia romana, contra la
cual casi en cada siglo se iban elevando voces de sant@s y movimientos reformadores
que, a veces, conseguían un triunfo momentáneo. La reforma tridentina llegó
probablemente tarde y no fue completa, pues Roma se reformó totalmente
de lo que significaba Alejandro VI, pero no de lo de Julio II y León X.
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Bergoglio, en las palabras después
del ángelus del domingo anterior, día 16, 3º de Adviento, ciclo C, recordó las
palabras que de parte de Dios el ángel dijo a María y destacó cómo "hoy el mismo anuncio está dirigido a la
Iglesia, llamada a acoger el Evangelio para que se haga carne, vida concreta y
también a cada uno de nosotros".
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