Entonces se despegarán
los ojos de los ciegos
y las orejas de los sordos se abrirán
El
profeta Isaías, en este domingo 3º (ciclo A) de Adviento sigue animando a preparar la venida de Dios, tanto la primera, hace 21 siglos, en
Belén, como a su segunda en cuerpo glorioso resucitado al final de los tiempos y a la de cada día en cada sagrario o en cada ser humano, especialmente los "pequeños". Dice lo que ocurrirá
cuando venga el Mesías esperado, el Redentor del hombre, Jesús de Nazaret: “Entonces se
despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán.
Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de
júbilo” (Is 35, 1-10). Son las señales que Jesús da a los de Juan Bautista
que van a preguntarle (cf Mt 11, 2-11).
Santiago
”el menor”, el pariente de Jesús, hermano de Judas y de Simón, hijos de
Cleofás, que para algunos era hermano de José de Nazaret, esposo de María,
concreta un detalle preparatorio para el encuentro con Dios. “Tened paciencia hasta la venida del Señor (…)
fortaleced vuestros corazones” (St 5, 7-10) que no quiere decir endurecerlo. Para
fortalecer el corazón se requiere utilizar la inteligencia y para ello hay que
ir dando vueltas, meditando, lo visto y oído.
Juan Bautista, que había visto y oído tantas cosas de Jesús, tenía sin embargo sus dudas y envía a sus discípulos a preguntarle: "¿eres tú el que ha de venir? (Mt 11, 2-11). O sea que dudar
no es malo sino un requisito de la racionalidad humana
que no capta todo a la primera ni de manera definitiva, sino que progresa poco a poco hasta llegar a la verdad total.
Francisco recuerda en su Enc. “La alegría del evangelio (Evangelii
gaudium, EG) que “Pablo VI invitó a ampliar la llamada a la renovación (…) que no ha
perdido su fuerza interpelante: «Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi
impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y
refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo
que Cristo nos dejó de sí» (EG, 26).
Y sigue en otra página diciendo que “la pastoral en clave de misión pretende
abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a
todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar” (EG, 33).
Con
el Mesías se despegarán los labios de los mudos, los oídos de los sordos y los
párpados de los ciegos aunque siempre ocurrirá que no hay mejor sordo que el
que no quiere oír, ni mejor ciego que el que no quiere ver.
Como no se llega a la totalidad de la Verdad en un periquete, sino
razonando, contrastando, sumando o restando e intercambiando opiniones, puede
haberse dado y se puede seguir dando un “modo
de comunicar el mensaje mutilado y reducido” (EG, 34) y que puede
excusarse con un pensé que…, creí que. La limitación humana escondida o justificada
hace que “no será propiamente el
Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que
proceden de determinadas opciones ideológicas” (EG, 37). En todo este
planteamiento, Francisco denuncia -como buen profeta- que “hay quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin
matices” (EG, 40).
En
la dinámica de la racionalidad humana, en lo científico, en lo del conocimiento
de la Naturaleza y en lo religioso, se demuestra la realidad de ir avanzando
poco a poco. Siglos para pasar de la edad de piedra a la de hierro; siglos para
conocer la gravedad, la electricidad y la relatividad.
En
el mundo religioso también ocurre lo mismo. Dada la proximidad de la solemnidad
de la Inmaculada Concepción de María, se recuerda que esa realidad la negaban
teólogos desde el siglo V como san Ambrosio y el
papa san Gregorio “magno” porque entendían como pecaminosa la concepción humana
que lo era solo del cuerpo y no del todo, alma y cuerpo. Tenían “claro” que María
es santísima solo desde su nacimiento. San Anselmo, en el siglo XII, la defendía
con ahínco y quiso restaurar en Canterbury la celebración como antes del año mil pues había sido anulada por los normandos invasores. Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII era
de esa opinión negativa al principio, luego dijo lo contrario, y al final de su
vida tenía la opinión intermedia: no sabía si sí o si no.
Cuando
en 1240 el obispo de Lyon quiso introducir la festividad de la Inmaculada en su
diócesis, san Bernardo protestó públicamente contra esa nueva forma de honrar a
María que la veía extraña y revolucionaria con la Tradición. Como Ambrosio y
Gregorio defendía que la santificación sólo puede ser después de la concepción
y Dios haría santo el nacimiento, no la concepción misma.
Benedicto
XVI deja escrito que “es necesario que en
la autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del
cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a
partir de sus propias raíces” (Enc “Salvados con esperanza”, “spe salvi”,
SS, 22, 30-XI-2007).
Francisco, en la homilía de la apertura de la XXI Asamblea
General de Cáritas (mayo 2019), preguntó: “¿Por qué Jesús no había dado reglas siempre
claras y rápidamente resolutivas?”, y alertó sobre la “tentación del eficientismo, del pensar que la Iglesia va bien si
tiene todo bajo control, si vive sin ‘sacudidas’, con la agenda siempre en
orden, todo regulado”.
En otra ocasión decía que “la novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más
seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos,
programamos y planificamos nuestra vida”.
También se ha referido a que conviene recordar que “es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del
Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios” (EG, 51).
“En su
constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer
costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio (…) No
tengamos miedo de revisarlas” (EG, 43).
Algunos
creen que la Iglesia, por ser institución fundada por Cristo está en la Verdad,
tiene la Verdad y nada más que la Verdad completa pero olvidan que Jesús
entregó a sus discípulos (la Iglesia) las llaves del reino o sea que dio a saber que sería
organizada por los hombres que evidentemente no son Dios, son finitos, son
racionales, hacen lo que pueden aunque Dios con su gracia santificante, los
diviniza. La esperanza que se fomenta en Adviento ayuda a fomentar la humildad,
no solo personal sino colectiva.
María,
una mujer que ama y que vive la humildad pues acepta ser como olvidada en el
período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar una
nueva familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario