Protagonismo del Espíritu Santo
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El “esperado”, cuando llegue aunque ya lo hace desde
siempre, “no juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará
con justicia a los débiles y sentenciará con rectitud a los pobres de la
tierra” (Isaías 11, 1-10).
Con el orante rezamos que “Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. Él
librará al pobre que calmaba, al afligido que no tenía protector; él se
apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres” (salmo
resp 71).
El evangelista Mateo nos explica que “Juan el Bautista
predicando en el desierto de Judea (…) Como viese que venían a su bautismo
muchos de los fariseos y de los saduceos, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os
ha enseñado a huir de la ira que ha de venir? (…) no os justifiquéis
interiormente»” (Mt 3,1-12).
Ahora y siempre el Espíritu Santo es en todo el protagonista
-no sin nuestra cooperación-, pues no solo porque hizo concebir a María sino por
su presencia en estos momentos camino de Belén. Le acompañamos con san José.
Cantalamessa comentó esta idea y en una meditación de Adviento recordó una
referencia de Benedicto XVI en la Misa crismal del Jueves Santo de 2012: "Mirando a la historia de la época
postconciliar, se puede reconocer
la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas
inesperadas en movimientos llenos de vida y que hacen casi tangible la
inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del
Espíritu Santo".
Juan Pablo II dejaba por escrito la importancia de no vivir
con el Espíritu Santo olvidado. El Concilio Vaticano II sirvió para afirmar con
claridad su “resurrección” pues estuvo encerrado en una tumba desde los últimos
Padres de la Iglesia. Desde los siglos del primer milenio ya algun@s sant@s llamaban
al Espíritu “el gran desconocido”. En la Enc de Wojtyla dedicada a la tercera
Persona trinitaria, Señor y dador de vida (Dominum et vivificantem
(1986) se lee que “La Iglesia profesa su
fe en el Espíritu Santo, que (…) «habló por boca de los profetas» (…)
El Espíritu Santo que procede del
Padre y del Hijo (…) es una
Persona divina que está en el centro de la fe cristiana y es la fuente y fuerza
dinámica de la renovación de la Iglesia (…) Su misión mesiánica es revelada por
Juan Bautista que anuncia al Mesías-Cristo como el que “lleva” el Espíritu
Santo, como Jesús revelará mejor en el cenáculo.
(…) La enseñanza de
este concilio (Vaticano II) está
esencialmente impregnada por la verdad sobre el Espíritu Santo, rico magisterio
que contiene propiamente todo lo que «el
Espíritu dice a las iglesias» en la fase presente de la historia de la
salvación”.
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Wojtyla sigue diciendo que “el Espíritu transforma el
mundo humano desde dentro, desde el interior de los corazones y de las
conciencias (…) Que bajo la acción del Espíritu Paráclito se realice en nuestro
mundo el proceso de verdadera maduración en la humanidad (…) El Espíritu Santo
es el único que puede ayudar a las personas a liberarse de los viejos y nuevos
determinismos, descubriendo la verdadera libertad”.
Francisco en un Ángelus (27-XI-2016)
dijo que se necesita “aprender a no
depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el
Señor viene en la hora en la que no imaginamos (…) el Adviento viene para
introducirnos en una dimensión más bella y más grande”.
Benedicto XVI en la Exh postsinodal “Ecclesia in Oriente”
(EinO) dejaba escrito que “Con
la acción del Espíritu Santo, los modos de seguir a Jesucristo dentro de la
Iglesia son innumerables. Tan varios como los cristianos” (EinO,
13). “Desde hace bastantes años, los movimientos eclesiales y las nuevas
comunidades están presentes en Oriente Medio. Son un don del Espíritu a nuestra
época. No se debe apagar el Espíritu” (cf 1Ts 5, 19) (EinO, 87).
“Por lo que respecta a
la fe cristiana, la comunión es la vida misma de Dios que se comunica en el
Espíritu Santo, mediante Jesucristo. Es un don de Dios que interpela nuestra
libertad y espera nuestra respuesta. Precisamente por su origen divino, la
comunión tiene una dimensión universal” (EinO, 3).
Ayuda a todo ello aprovechar el hacer o montar el belén como
Francisco acaba de recordar en su Carta ap “Signo admirable” (Admirabile
signum, AdS) sobre el significado del pesebre y firmada (1-XII-2019) en Greccio
(Umbría, Italia), lugar del primer pesebre, inventado por san Francisco de
Asís, en 1223.
“El
hermoso signo del pesebre -dice-, tan estimado por el pueblo cristiano, causa
siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del
nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo
de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un
Evangelio vivo” (AdS, 1).
“San Francisco -sigue diciendo el papa Francisco- realizó
una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo (…) el
pesebre es desde su origen franciscano una invitación a “sentir”, a “tocar” la
pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es
implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la
pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una
llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas
más necesitados” (AdS, 3).
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“El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece
imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros. Qué
sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la
leche de su madre, llora y juega como todos los niños. Como siempre, Dios
desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá de nuestros esquemas”
(AdS, 8).
“El belén (…) nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el
amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que
nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de
Dios y de la Virgen María” (AdS, 10).
En la primera meditación de Adviento de este diciembre de
2019, el viernes día 6, el P. Cantalamessa, ante Francisco y demás asistentes -cardenales,
obispos, prelados, monseñores, etc.- de la Curia vaticana ha puesto los ojos en
María quien, no celebra el Adviento sino que lo vive pues lo lleva en sus
entrañas.
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