domingo, 1 de diciembre de 2019

¡VEN, SEÑOR JESÚS!

No sólo cada Navidad es un encuentro con Dios.


Cada Adviento es un tiempo de 4 semanas para renovar y rejuvenecer la esperanza que, se dice, es lo último que se pierde. Es la esperanza ante la llegada del Hijo de Dios, el Mesías, anunciada por los profetas. Es un como estar en Belén para recibir a Jesús, Dios y hombre, tal como hicieran algunos, como los pastores y los magos de Oriente.

No solo en cada Navidad es como si fuéramos al encuentro del Señor nacido en Belén sino que en cada Misa se le puede recibir sacramentalmente y nos preparamos para su segunda y definitiva llegada, clamando ¡ven, Señor Jesús! Y también lo encontramos en cada hombre o mujer especialmente necesitado: Tuve hambre y me disteis de comer. Estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis… cada vez que lo hacíais con uno de estos hermanos míos más pequeños (Mt 25, 35-40).

El Adviento no solamente son las 4 semanas que preceden a Navidad ya que su meollo es practicar la esperanza, que puede rejuvenecerse encontrando ocasiones diarias para hacerlo. Juan Pablo II ante el Gran Jubileo del año 2000, que daba paso al estreno del nuevo tercer milenio, ya en su enc “El Redentor del hombre” (RH, 1979), recordaba que vivíamos en un nuevo adviento de la Iglesia y nuevo adviento de la humanidad. Y decía: “Suplico a la celeste Madre de la Iglesia que, en este nuevo adviento de la humanidad, se digne perseverar con nosotros, el Cuerpo místico de su Hijo” (RH, 22).

El profeta Isaías anuncia algo para los tiempos mesiánicos, cuando se haya dado la llegada del Mesías: ”Sucederá en días futuros que (…) confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos (…) al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos” (Is 2, 1–5).

San Pablo escribía a los primeros cristianos que “ya es hora de que despertéis del sueño (…) conduzcámonos con decoro, no en comilonas y borracheras, no en fornicaciones y en desenfrenos, no en contienda y envidia, sino revestíos del Señor Jesucristo” (Rom 13, 11-14). La vida cristiana es estar en tensión (sin agobios y con alegría) preparando hoy y ahora el encuentro con Dios. El mismo Jesús lo dice: “Velad, pues, ya que no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24, 44).

El Catecismo de la Iglesia (CEC) recuerda que “Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44; 1Ts 5, 2) (CEC 673). “Los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (CEC, 671).

“Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último” (CEC, 1040).

Esa hora definitiva es la que se espera y por eso en Adviento se rejuvenece y se refuerza la esperanza cristiana. Francisco en la Misa en Nagasaki (24-XI-2019), acompañado por 35.000 personas presentes, recordó que “nuestra fe es en el Dios de los Vivientes. Cristo está vivo y actúa en medio nuestro, conduciéndonos a todos hacia la plenitud de vida (…) Él está vivo y nos quiere vivos, es nuestra esperanza”.

El Catecismo sigue enseñando que “en Jesús el Reino de Dios está próximo, llama (…) a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que es y que viene, en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria” (CEC, 2612).

Benedicto XVI ya había recordado en su enc Spe salvi (SS) que “un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración (…) Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado (…) En la oración, el hombre ha de aprender (…) que no puede rezar contra el otro (…) no puede pedir cosas superficiales y banales (…) Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo.
(…) el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos nos cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de aquella esperanza más grande que no puede ser destruida ni siquiera por frustraciones en lo pequeño ni por el fracaso en los acontecimientos de importancia histórica”.

Y se sigue leyendo que “Podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el bien. Es lo que han hecho los santos que, como «colaboradores de Dios», han contribuido a la salvación del mundo”.

Mientras se espera la hora divina de la instauración definitiva y perfecta de la creación entera, todo lo material y todo lo espiritual, todo lo visible y todo lo invisible, los cristianos se saben llamados para preparar ese momento pues Dios mismo lo ha dejado en sus manos pues cuenta con la cooperación humana con su providencia. En esa colaboración humana no hay que olvidar que “el Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (CEC 677).

El Catecismo recuerda que “Las bienaventuranzas (…) expresan la vocación de los fieles (…) iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas” (CEC 1717).

Adviento es por excelencia un tiempo mariano pues se celebra la medalla Milagrosa (27-XI), la Inmaculada (8-XII), la Virgen de Guadalupe (12-XII) y la Virgen de la Esperanza o de la O (17-XII). Un(a) buen(a) hij@ quiere aprender de María, su madre santísima, que enseña a corresponder requetebién como ella hizo ante lo visto y oído en la vida de su hijo Jesús.

Francisco dijo en la Audiencia General del pasado 27-XI-2019: Os deseo a todos que la espera del Salvador llene vuestros corazones de esperanza y os encuentre alegres en el servicio a los más necesitados”.

También ha manifestado por escrito “Que los ojos misericordiosos de la Santa Madre de Dios estén siempre vueltos hacia nosotros (…) Confiemos en su ayuda materna y sigamos su constante indicación de volver los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios” (Misericordia et misera, 22.).

Que el Espíritu Santo nos ayude a estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que constituyan el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del reino de Dios” (MM, 19). Tuve hambre y me disteis de comer. Estuve desnudo y me vestisteis…

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