No sólo cada Navidad es un encuentro con Dios.
Cada Adviento es un tiempo de 4 semanas para renovar y rejuvenecer
la esperanza que, se dice, es lo último que se pierde. Es la esperanza ante la
llegada del Hijo de Dios, el Mesías, anunciada por los profetas. Es un como
estar en Belén para recibir a Jesús, Dios y hombre, tal como hicieran algunos,
como los pastores y los magos de Oriente.
No solo en cada Navidad es como si fuéramos al encuentro del Señor
nacido en Belén sino que en cada Misa se le puede recibir sacramentalmente y nos
preparamos para su segunda y definitiva llegada, clamando ¡ven, Señor Jesús! Y también
lo encontramos en cada hombre o mujer especialmente necesitado: Tuve
hambre y me disteis de comer. Estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me
visitasteis… cada vez que lo hacíais con uno de estos hermanos míos más
pequeños (Mt 25, 35-40).
El
Adviento no solamente son las 4 semanas que preceden a Navidad ya que su meollo es practicar la esperanza, que puede rejuvenecerse encontrando
ocasiones diarias para hacerlo. Juan Pablo II ante el Gran Jubileo del año 2000, que daba paso al estreno del nuevo tercer milenio, ya en su enc “El Redentor del
hombre” (RH, 1979), recordaba que vivíamos en un nuevo adviento de la Iglesia y
nuevo adviento de la humanidad. Y decía: “Suplico a la
celeste Madre de la Iglesia que, en este nuevo adviento de la humanidad, se
digne perseverar con nosotros, el Cuerpo místico de su Hijo” (RH, 22).
El
profeta Isaías anuncia algo para los tiempos mesiánicos, cuando se haya dado la
llegada del Mesías: ”Sucederá en días
futuros que (…) confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos
numerosos (…) al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos
enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos” (Is 2, 1–5).
San
Pablo escribía a los primeros cristianos que “ya es hora de que despertéis del sueño (…) conduzcámonos con decoro, no
en comilonas y borracheras, no en fornicaciones y en desenfrenos, no en
contienda y envidia, sino revestíos del Señor Jesucristo” (Rom 13, 11-14).
La vida cristiana es estar en tensión (sin agobios y con alegría) preparando
hoy y ahora el encuentro con Dios. El mismo Jesús lo dice: “Velad, pues, ya que no sabéis en
qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24, 44).
El
Catecismo de la Iglesia (CEC) recuerda que “Desde la
Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el
momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf.
Mc 13, 32). Este
acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt
24, 44; 1Ts 5, 2) (CEC 673). “Los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía, que se
apresure el retorno de Cristo cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (CEC,
671).
“Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo
Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo
Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos
el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la
salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia
habrá conducido todas las cosas a su fin último” (CEC, 1040).
Esa hora definitiva es la que se espera y por eso en Adviento se
rejuvenece y se refuerza la esperanza cristiana. Francisco
en la Misa en Nagasaki (24-XI-2019), acompañado por 35.000 personas presentes,
recordó que “nuestra fe es en el Dios de
los Vivientes. Cristo está vivo y actúa en medio nuestro, conduciéndonos a
todos hacia la plenitud de vida (…) Él está vivo y nos quiere vivos, es nuestra
esperanza”.
El Catecismo sigue enseñando que “en Jesús el Reino de Dios está
próximo, llama (…) a la vigilancia. En la oración, el
discípulo espera atento a Aquel que es y que viene, en el recuerdo de su
primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo
advenimiento en la gloria” (CEC, 2612).
Benedicto
XVI ya había recordado en su enc Spe salvi (SS) que “un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la
oración (…) Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón
privado (…) En la oración, el hombre ha de aprender (…) que no puede rezar
contra el otro (…) no puede pedir cosas superficiales y banales (…) Ha de
purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas
con que se engaña a sí mismo.
(…) el
esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos nos
cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de aquella
esperanza más grande que no puede ser destruida ni siquiera por frustraciones
en lo pequeño
ni por el fracaso en los acontecimientos de importancia histórica”.
Y
se sigue leyendo que “Podemos abrirnos
nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el
bien. Es lo que han hecho los santos que, como «colaboradores de Dios», han
contribuido a la salvación del mundo”.
Mientras
se espera la hora divina de la instauración definitiva y perfecta de la
creación entera, todo lo material y todo lo espiritual, todo lo visible y todo
lo invisible, los cristianos se saben llamados para preparar ese momento pues
Dios mismo lo ha dejado en sus manos pues cuenta con la cooperación humana con
su providencia. En esa colaboración humana no hay que
olvidar que “el Reino no se realizará,
por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (CEC 677).
El Catecismo recuerda que “Las
bienaventuranzas (…) expresan la vocación de los fieles (…) iluminan las
acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas
paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los
discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas” (CEC 1717).
Adviento
es por excelencia un tiempo mariano pues se celebra la medalla Milagrosa
(27-XI), la Inmaculada (8-XII), la Virgen de Guadalupe (12-XII) y la Virgen de
la Esperanza o de la O (17-XII). Un(a) buen(a) hij@ quiere aprender de María,
su madre santísima, que enseña a corresponder requetebién como ella hizo ante
lo visto y oído en la vida de su hijo Jesús.
Francisco
dijo en la Audiencia General del pasado 27-XI-2019: “Os deseo a todos que la espera
del Salvador llene vuestros corazones de esperanza y os encuentre alegres en el
servicio a los más necesitados”.
También
ha manifestado por escrito “Que los ojos
misericordiosos de la Santa Madre de Dios estén siempre vueltos hacia nosotros
(…) Confiemos en su ayuda materna y sigamos su constante indicación de volver
los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios” (Misericordia
et misera, 22.).
“Que el Espíritu Santo nos ayude a estar
siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para que la
justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que constituyan
el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del reino
de Dios” (MM, 19). Tuve hambre y me disteis de comer. Estuve
desnudo y me vestisteis…
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