... ni están todos los que son
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Es una multitud incontable
de hombres y mujeres de todas las razas, de todas las religiones, de todas las
épocas (cf Apocalipsis 7, 9), que –aunque el 95% no lo sabía- Jesús recibe con su
infinito amor divino “porque tuve hambre y me disteis de comer.
Estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y
vinisteis a verme” (Mateo 25, 35-36).
Pensando en esa multitud
incontable, me da por “mirar”, por ejemplo, a aquell@s que aparecen
en los evangelios porque vieron a Jesús, el Mesías esperado en Israel y no están incluid@s en ningún santoral. Solo en
el evangelio de Mateo ya salen un@s cuant@s pero no es correcto afirmar que no se pueden tener entre l@s sant@s de esa multitud incontable.
Sabemos que el joven rico que se acercó a Jesús para
preguntarle qué hacer para ganar la vida eterna, se marchó triste pues tenía
muchas posesiones (Mt 19, 16-22). De Simón de Cirene, al que le forzaron a que llevara su cruz, se sabe
que era el padre de Alejandro y de Rufo (Mt 27, 32).
Se saben cosas de las mujeres que acompañaban a Jesús
formando parte del grupo de discípul@s. Así algo se sabe de María Magdalena,
María la madre de Santiago y José; de la madre de los hijos de Zebedeo; de José
de Arimatea y también pocas cosas de algunos de los Doce, como Pedro, Santiago (el menor) y de Saulo de Tarso
(Pablo).
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¿Qué fue de aquell@s curad@s
de toda enfermedad y dolencia, de Siria;
tant@s aquejad@s de diversas enfermedades y dolores, de l@s endemoniad@s,
lunátic@s y paralític@s, etc… tod@s fueron curad@s?
¿Qué fue de esas grandes
multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán que le seguían (Mt 4, 23-25)? ¿Qué fue del
leproso que al instante quedó limpio
de la lepra (Mt 8, 2)? ¿Del centurión que
le pidió en Cafarnaúm curar a su criado
que yacía paralítico en casa (Mt 8, 5-6)? ¿Qué fue de la suegra de Pedro curada de una fiebre
(Mt 8, 14)?
Qué fue del escriba que le
dijo: Maestro, te seguiré dondequiera que vayas (Mt 8, 19). O de aquellos dos
endemoniados en la tierra de los gadarenos, a la otra orilla, que le
salieron al encuentro (Mt 8, 28) así
como del paralítico postrado en una
camilla y los cuatro que se lo presentaron al regresar a su ciudad (Cafarnaúm)
(Mt 9, 1).
Qué fue de los muchos publicanos, fariseos y pecadores, sentados
a la mesa con Jesús y sus discípulos en casa de Mateo (Mt 9, 10). O de aquel hombre importante que postrándose le pidió por su hija muerta y los
músicos fúnebres agolpados en la casa de ese hombre (Mt 9,18). O de la mujer que padecía flujo de sangre hacía
doce años, acercándose por detrás, le tocó el borde de su manto y quedó curada
(Mt 9, 20).
Los dos ciegos curados y
desobedeciendo a Jesús, divulgaron la noticia por toda aquella región (Mt 9,
27. 31). El endemoniado mudo curado (Mt 9, 32-33). El hombre que tenía una mano
seca dentro de la sinagoga (Mt 12, 9). El endemoniado ciego y mudo
curado (Mt 12, 22). Los que se admiraban por lo que les enseñaba en la sinagoga
de su ciudad de Nazaret (Mt 13, 54).
Los cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños que comieron hasta quedar
satisfechos, y recogieron de los trozos sobrantes doce cestos llenos (Mt 14,
15-2). Y los otros cuatro mil hombres
sin contar mujeres y niños que, en la montaña, junto al mar de Galilea,
comieron hasta quedar satisfechos. De los trozos sobrantes recogieron siete
espuertas llenas (Mt 15, 29-38).
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Los dos ciegos, sentados a la vera del camino, a la salida de Jericó,
Jesús, compadecido, les tocó los ojos y al instante comenzaron a ver, y le
siguieron (Mt 20, 29-34), ¡qué fue de ellos? ¿no pudieron ser de aquellos otros
72 discípulos? ¿Qué fue de los ciegos y
cojos que curó en el Templo (Mt 2, 14)? De Simón el leproso que invitó a Jesús en su casa, en Betania. De la mujer que llevaba un frasco de
alabastro lleno de un perfume de gran valor, lo derramó sobre su cabeza
mientras estaba a la mesa y Judas Iscariote se escandalizó (Mt 26, 6-7).
¿Qué fue del criado del Sumo Sacerdote curado por
Jesús en Getsemaní pues Pedro le cortó la oreja con la espada (Mt 26, 51)? ¿Y
del centurión que custodiaba a Jesús
camino del Calvario e hizo el acto de fe monumental (Mt 27, 54)?
Viene bien aprovechar esta fiesta solemne de "Todos los
santos” para re-leer algunas páginas de la Ex. Ap. “Alegraos y regocijaos” (Gaudete et exúltate, GEx, 19-III-2018) de
Francisco, sobre la llamada a la santidad en el mundo actual. Dice en n. 3 que nos alientan, nos estimulan a seguir
caminando hacia la meta. Y entre ellos puede estar nuestra propia madre, una
abuela u otras personas cercanas.
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“Me gusta ver la
santidad en (…) los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos
hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos (…) es muchas veces la santidad
«de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros” (GEx,
7).
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