viernes, 1 de noviembre de 2019

¿QUÉ HA SIDO DE …?

... ni están todos los que son


En la solemnidad de cada 1 de noviembre, Todos los santos, se honra a esa multitud incontable de hombres y mujeres que han alcanzado la meta prevista en esta vida terrenal y caduca. Es una multitud incontable que deja anulada la importancia del listado de l@s conocid@s y recopilad@s en el santoral o martirologio romano, donde ya están l@s más de 400 sant@s que canonizó Juan Pablo II y l@s casi 900 que lleva canonizados Francisco.

Es una multitud incontable de hombres y mujeres de todas las razas, de todas las religiones, de todas las épocas (cf Apocalipsis 7, 9), que –aunque el 95% no lo sabía- Jesús recibe con su infinito amor divino “porque tuve hambre y me disteis de comer. Estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mateo 25, 35-36).

Pensando en esa multitud incontable, me da por “mirar”, por ejemplo, a aquell@s que aparecen en los evangelios porque vieron a Jesús, el Mesías esperado en Israel y no están incluid@s en ningún santoral. Solo en el evangelio de Mateo ya salen un@s cuant@s pero no es correcto afirmar que no se pueden tener entre l@s sant@s de esa multitud incontable.

Sabemos que el joven rico que se acercó a Jesús para preguntarle qué hacer para ganar la vida eterna, se marchó triste pues tenía muchas posesiones (Mt 19, 16-22). De Simón de Cirene, al que le forzaron a que llevara su cruz, se sabe que era el padre de Alejandro y de Rufo (Mt 27, 32).

Se saben cosas de las mujeres que acompañaban a Jesús formando parte del grupo de discípul@s. Así algo se sabe de María Magdalena, María la madre de Santiago y José; de la madre de los hijos de Zebedeo; de José de Arimatea y también pocas cosas de algunos de los Doce, como Pedro, Santiago (el menor) y de Saulo de Tarso (Pablo).

Sin contar las multitudes que se citan en tantas ocasiones porque iban al encuentro de Jesús, hay un listado interesante (para meditar). Los Magos llegados de Oriente a Jerusalén (Mt 2, 1), el rey Herodes y todos los príncipes de los sacerdotes y escribas del pueblo (Mt 2, 3-4) que les atendieron y sabían dónde nació el “rey de los judíos”.

¿Qué fue de aquell@s curad@s de toda enfermedad y dolencia, de Siria; tant@s aquejad@s de diversas enfermedades y dolores, de l@s endemoniad@s, lunátic@s y paralític@s, etc… tod@s fueron curad@s?

¿Qué fue de esas grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán que le seguían (Mt 4, 23-25)? ¿Qué fue del leproso que al instante quedó limpio de la lepra (Mt 8, 2)? ¿Del centurión que le pidió en Cafarnaúm curar a su criado que yacía paralítico en casa (Mt 8, 5-6)? ¿Qué fue de la suegra de Pedro curada de una fiebre (Mt 8, 14)?

Qué fue del escriba que le dijo: Maestro, te seguiré dondequiera que vayas (Mt 8, 19). O de aquellos dos endemoniados en la tierra de los gadarenos, a la otra orilla, que le salieron al encuentro (Mt  8, 28) así como del paralítico postrado en una camilla y los cuatro que se lo presentaron al regresar a su ciudad (Cafarnaúm) (Mt 9, 1).

Qué fue de los muchos publicanos, fariseos y pecadores, sentados a la mesa con Jesús y sus discípulos en casa de Mateo (Mt 9, 10).  O de aquel hombre importante que postrándose le pidió por su hija muerta y los músicos fúnebres agolpados en la casa de ese hombre (Mt 9,18). O de la mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, acercándose por detrás, le tocó el borde de su manto y quedó curada (Mt 9, 20).

Los dos ciegos curados y desobedeciendo a Jesús, divulgaron la noticia por toda aquella región (Mt 9, 27. 31). El endemoniado mudo curado (Mt 9, 32-33). El hombre que tenía una mano seca dentro de  la sinagoga (Mt 12, 9). El endemoniado ciego y mudo curado (Mt 12, 22). Los que se admiraban por lo que les enseñaba en la sinagoga de su ciudad de Nazaret (Mt 13, 54).

Los cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños que comieron hasta quedar satisfechos, y recogieron de los trozos sobrantes doce cestos llenos (Mt 14, 15-2). Y los otros cuatro mil hombres sin contar mujeres y niños que, en la montaña, junto al mar de Galilea, comieron hasta quedar satisfechos. De los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas (Mt 15, 29-38).

Los enfermos de Genesaret que le suplicaban poder tocar aunque sólo fuera el borde de su manto; y todos aquellos que lo tocaron quedaron sanos (Mt 14, 34-36).  La mujer cananea que ruega por su hija endemoniada a Jesús cuando se retiró a la región de Tito y Sidón y la curó (Mt 15, 21-28). El hombre que puesto de rodillas, le suplicaba por su hijo lunático (Mt 17, 14).

Los dos ciegos, sentados a la vera del camino, a la salida de Jericó, Jesús, compadecido, les tocó los ojos y al instante comenzaron a ver, y le siguieron (Mt 20, 29-34), ¡qué fue de ellos? ¿no pudieron ser de aquellos otros 72 discípulos? ¿Qué fue de los ciegos y cojos que curó en el Templo (Mt 2, 14)? De Simón el leproso que invitó a Jesús en su casa, en Betania. De la mujer que llevaba un frasco de alabastro lleno de un perfume de gran valor, lo derramó sobre su cabeza mientras estaba a la mesa y Judas Iscariote se escandalizó (Mt 26, 6-7).

¿Qué fue del criado del Sumo Sacerdote curado por Jesús en Getsemaní pues Pedro le cortó la oreja con la espada (Mt 26, 51)? ¿Y del centurión que custodiaba a Jesús camino del Calvario e hizo el acto de fe monumental (Mt 27, 54)?

Viene bien aprovechar esta fiesta solemne de "Todos los santos” para re-leer algunas páginas de la Ex. Ap. “Alegraos y regocijaos” (Gaudete et exúltate, GEx, 19-III-2018) de Francisco, sobre la llamada a la santidad en el mundo actual. Dice en n. 3 que nos alientan, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta. Y entre ellos puede estar nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas.

No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes” (GEx, 6). “La santidad es (…) aun fuera de la Iglesia católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo” (GEx, 9).

Me gusta ver la santidad en (…) los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos (…) es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros” (GEx, 7).

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