domingo, 3 de noviembre de 2019

EN TENSIÓN ESCATOLÓGICA

Cerca del final



En noviembre de cada año están las semanas finales del año litúrgico que acaba siempre cinco domingos antes de Navidad. Son ocasión para aprovechar recordando el final de los tiempos y la 2ª y definitiva venida de Jesús resucitado y glorificado junto al Padre que vendrá a juzgar a vivos y a muertos.

Acerca de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestro encuentro con él, dice Pablo- os rogamos, hermanos, que no se inquiete fácilmente vuestro ánimo ni os alarméis: ni por revelaciones, ni por rumores, ni por alguna carta que se nos atribuya, como si fuera inminente el día del Señor” (2Tes 2, 2).

En aquel día será el mismo Jesucristo, Señor de la historia y Redentor del hombre, quien vendrá al encuentro de sus hermanos los hombres. Un caso concreto de encuentro con Jesús, por su iniciativa divina, es el que cuenta Lucas: “Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa. Bajó rápido y lo recibió con gozo” (Lc 19, 1-10).

Los cristianos nos podemos disponer interiormente a ese encuentro con Jesús cada domingo y en cada Eucaristía y lo recordaba Juan Pablo II, en su Enc. “La Iglesia vive de la Eucaristía” (IV-2003). Escribía que “La aclamación «hasta que vuelvas» es tensión hacia la meta (…) Una consecuencia significativa de la tensión escatológica es que da impulso a nuestro camino histórico, estimula nuestra responsabilidad respecto a la tierra presente (cf GS, 39), más que nunca comprometidos a no descuidar los deberes de su ciudadanía terrenal”.

Con esa certeza, el Papa polaco pidió coherencia y fidelidad para llevar felizmente a término las indicaciones del Vaticano II contando con que tenemos tiempo de sobra pues el Señor Jesús no va a venir esta tarde.

Además, ante la inquietud apocalíptica excitada en el año 2.000, el Papa Wojtyla advertía a los cristianos y a los hombres de buena fe para no caer en la tentación “milenarista” de la fiebre que se extiende en algunos ámbitos (cf TMA, 18,20-21,46; NMI, 5) cuyos profetas claman: “¡Arrepentíos! El fin del mundo está cerca” (cf TMA 46 y 21).

El papa francés Silvestre II, parece que fue “milenarista” pues creía en la inminencia del final apocalíptico, tras haber recibido clases de magia en Sevilla y en Córdoba. El 31 de diciembre del año 999, convocó a todos los fieles de la Cristiandad a ir a Roma para “esperar juntos la gran hecatombe y el día del desastre”.

Esa fiebre milenarista quedó superada con la interpretación de Tomás de Aquino (+1274) que hizo una reflexión desde la fe y la cordura (cf S. Th . I-II, q. 106, a.4, ad 1 y Supl. q. 77, aa. 1-4) pero volvió a rebrotar en los ambientes de la Reforma, y de modo exacerbado con las primeras sectas milenaristas americanas de ámbito cristiano y actualmente se comercializa como producto “ligth” en los movimientos de “New Age”. En USA, del libro Hal Lindsey sobre la inminencia del fin del mundo, se compraron más de 30 millones de ejemplares, colocándose como tercer  libro más vendido, detrás de la Biblia y del Corán.

shaykh Nazem al-Qubrusi
También en el mundo musulmán hay hechos similares como la secta mística de los nakshabanditas que eligieron la región libanesa de Sin Reniye para escapar de las catástrofes anunciadas para el 2.000 por su jeque, el carismático shaykh Nazem al-Qubrusi, chipriota y políglota que estudió Ingeniería Química en Estambul. Son una cofradía musulmana que se ha extendido por Turquía, Irak, Uzbequistán, Bosnia, Malasia e Indonesia. Es denunciada por los musulmanes ortodoxos y exalta el retorno a los orígenes del islamismo y el repudio de la civilización occidental.

Contemplando las construcciones del templo de Jerusalén desde la ladera del monte de los olivos, mientras estaban sentados en el viaje de regreso a Betania, como cada día de la última semana antes de la crucifixión, le preguntaban sus discípulos: ¿Dinos, cuándo sucederá esto y cuál será la señal de que todo se va a cumplir? (Mc 13, 4). Jesús fue describiéndoles algunas señales que avisan de la “cercanía” del fin, pero que no son tal fin.

Lo importante no es adivinar el día y la hora, sino atender a la llamada del propio Cristo para estar interiormente preparados como si fuera a ocurrir ahora mismo. Jesús sólo insistía en que aprendamos a leer los signos de los tiempos, que estemos atentos a lo que nos sirve de recordatorio. Tened ceñidos vuestros lomossi el dueño de la casa supiera a qué hora iba a venir el ladrón Estad también vosotros preparados, porque a la hora que no sabéis vendrá el Hijo del Hombre (Mt 24, 43-44).

Cristo quiere que no se repita para su segunda venida lo que le ocurrió en la primera, cuando nació en Belén. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11). Estaba todo anunciado durante siglos por los profetas; hasta lo de Belén estaba escrito.

Algunos predicadores cristianos, reformadores a menudo, llevados por el celo de conducir a las almas por las buenas o por las malas, amenazan con predicaciones tremendistas y la llegada del fin del mundo, pues creen ver cumplido el que los cuatro jinetes del Apocalipsis (Hambre, Peste, Guerra y Muerte) ya han recorrido la faz de la tierra, y por tanto el Juicio Final, precedido de la resurrección de los muertos, es inminente.

La reacción pendular ha llevado las cosas al otro extremo y por eso, durante las últimas décadas del siglo XX, un sector de la actual teología cristiana ciertamente descuidó o despreció las verdades “escatológicas”, también llamadas “los novísimos”: muerte, juicio, infierno y gloria. Algunas encuestas dicen que incluso el 75% de los católicos de entonces no creía en el infierno.

La tensión escatológica provocada por la expresión “hasta que vuelvas” y “¡ven, Señor Jesús!” ayuda a mantener fresca la idea que recordaba el Papa polaco en su Enc “Ecclesia de Eucharistia” y a mantener actualizado el estímulo de “nuestra responsabilidad respecto a la tierra presente (cf GS, 39), más que nunca comprometidos a no descuidar los deberes de su ciudadanía terrenal. En este mundo es donde brilla la esperanza cristiana”.


Y a su vez el Papa Francisco recuerda en una homilía matutina que “la esperanza no es optimismo sino una ardiente expectación hacia la revelación del Hijo de Dios (…) la esperanza cristiana es dinámica y da vida. No es fácil de entender (…) los primeros cristianos la representaban con un ancla en el más allá; ¿dónde estamos anclados? Estamos anclados allí (…) o estamos anclados en una laguna artificial que hemos creado nosotros, con nuestras reglas, nuestros comportamientos, nuestros horarios, nuestros clericalismos, nuestros comportamientos eclesiásticos? no eclesiales ¿eh? ¿Estamos anclados allí? Todo cómodo, todo seguro, ¿Eh? Esta no es la esperanza. Estamos a la espera, como en un parto”.

Acudimos a la intercesión de Santa María para perseverar con esperanza y a permanecer pegados a Jesucristo para recorrer con buen pie la aventura terrenal del Amor.

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