La vida no se acaba,
se transforma
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La
vida no se acaba ni se destruye, sino que, como la energía, se transforma. Cuando
se inicia un embrión no se ha creado vida pues tanto el óvulo materno como el
espermatozoide paterno son células vivas. Ante un cadáver se sabe que el cuerpo
está desanimado y se corromperá pero la vida humana no se ha terminado. La
persona subsiste pues su alma, al ser espiritual (y por eso no se ve) es
inmortal, y la vida sigue aunque en una etapa intermedia hasta la definitiva
que se iniciará con la resurrección de la carne.
Dios
creador hará una re-creación y como en la primera, sacará de la nada lo que
haga falta. Dice el Apocalipsis que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva
(Apoc 21, 1-5), no dice que al final de los tiempos, los sucesos apocalípticos
sean para la liquidación de la humanidad y del cosmos.
Francisco
ha recordado que nacemos para resucitar. "La vida es una salida: del vientre de la
madre a la luz, de la infancia a la adolescencia y la juventud, de la juventud
a la edad adulta, etc.... hasta que dejemos este mundo" (homilía
4-XI-2019).
Uno
de los 7 hermanos Macabeos, martirizados junto a su madre, hablando en nombre
de los demás, le dice al rey: “tú,
criminal, nos quitas la vida presente pero el Rey del mundo nos resucitará a
una vida eterna”. El tercero (…) dijo
con valentía: «espero recibirlos de nuevo.» (2Macb 7, 1-2. 9-14).
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El evangelista
Juan recordaba que “estas cosas os he escrito a vosotros que creéis
en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1Jn 5, 13). El
joven rico le preguntó qué hacer para ganar la vida eterna (Mt 19, 16). En la 2ª Lectura de
este domingo XXXII (ciclo C) del TO, Pablo recuerda esta realidad real: Dios nuestro Padre, que nos amó y gratuitamente
nos concedió un consuelo eterno y una feliz esperanza (2Tes 2, 16-3, 5).
El Concilio Vaticano II recuerda que “Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la
humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo” (GS,
39).
La
fe en aquellos sucesos futuros de transformación, de perfección total no pueden
ser excusa para despreciar este mundo caduco, imperfecto, corrupto, matarile…
Por eso el Concilio añadía: “No obstante,
la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la
preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva
familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo
nuevo” (GS, 39).
Y
Juan Pablo II lo recordaba por escrito diciendo que “la inagotable profundización teológica de la verdad cristiana ayuda a
entender cada vez mejor que el cristiano no puede encerrarse en el templo; debe
estar abierto al mundo dialogando con las filosofías, culturas y religiones”
(NMI, 56).
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Atrincherarse
y no contaminarse es también una constante tentación en el mundo del Islam
pues, por ejemplo, Mohamed Inb Abd Al Whab (1703-1787) fundó el wahabismo cuando empezó a predicar un
islamismo intransigente basado en la interpretación literal del Corán, e inspirado
en Ibn Taymiyva (1263-1328) -coetáneo de Tomás de Aquino (+1274)-, y tenido
como el más afamado jurisconsulto de la escuela hanbalí.
Ahmad
b. Hanbal contrapuso a los mu’tazilíes,
influidos por el helenismo, el dogma del Corán “increado”, el que no puede
sufrir alteración alguna, no puede comportar el más mínimo error de
trascripción o la menor corrupción. Por aquí, el wahabismo ha llegado a la
intolerancia extrema y considera herejes a quienes no admiten escrupulosamente
su dogma.
En su 2ª venida (parusía),
Cristo, Dios y hombre, vendrá a juzgar a vivos y a muertos y en ese momento
será el llamado Juicio universal y público. El juicio personal se tiene nada
más salir de este mundo y que suele dar temor y espanto, revoltillo de tripas y
otras alteraciones psíquico-somáticas a quienes desconocen o mal interpretan las palabras de Cristo:
En
verdad os digo que en el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de
Sodoma y Gomorra que para esa ciudad.
Os digo que de toda palabra vana que
hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio.
Dios no envió a su Hijo al mundo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
En verdad, en verdad os digo que el que
oye mi palabra y cree en el que me envió tiene vida eterna, y no viene a juicio
sino que pasa de la muerte a la vida.
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Tras el juicio universal
habrá la retribución eterna para toda la humanidad pero también se nos asegura
la retribución inmediata después de la muerte de cada uno de acuerdo con sus
obras y con su fe. El pobre Lázaro goza en el “seno de Abraham” (cf. Lc 16, 22)
y al buen ladrón Jesús, clavado en la cruz, le dice: “Hoy mismo estarás conmigo en el
paraiso” (cf. Lc 23, 43)
Juan de la Cruz sabe resumir toda la
realidad en la breve frase: “a la tarde
te examinarán en el amor”. Muchos siglos antes, Abdías (s V aC), profeta de Samaria, ya había resumido el juicio divino particular y
universal diciendo: “Importa mucho
no encontrarse faltos de peso”. Yahvéh también sigue hoy viendo a los
prepotentes, a los que explotan, a los que impulsan al destierro, a los que
hacen trata de blancas, a los orgullosos y a los soberbios, a los que
calumnian, a los que causan el desprecio, a los que insultan y maldicen, a los
que humillan, a los que roban lo ajeno ... y a los que se venden por dinero.
Francisco de Sales recordaba a sus
fieles ginebrinos que hay que “estar
preparados viviendo cada día como si fuera el último, unidos con los del cielo”.
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