Por el
Limosnero vaticano
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Desde el primer momento en que fue elegido obispo de
Roma, Francisco, por su ilusionada fidelidad al Evangelio, ya manifestó: “¡cuánto me gustaría una Iglesia pobre para
los pobres”! Evidentemente no es una ocurrencia suya y fuera de sitio en el
ámbito de la fe cristiana pues es el mismo Cristo quien lo practicó y lo enseñó
a los que le quisieran seguir. Él mismo se hizo pobre.
De todos modos a lo largo de los XXI siglos de
cristianismo no son demasiados los papas que han vivido con claridad este rasgo
evangélico. Sin embargo al principio se tenían las ideas claras
y se vivía con congruencia. Así Santiago apóstol recuerda que “Si un
hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento cotidiano y alguno
de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no le dais lo
necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? (Snt 2, 15-16). Pedro y Juan, yendo al
templo de Jerusalén, se encontraron un cojo de nacimiento que les pidió limosna
pero Pedro le dijo: “No
tengo plata ni oro; pero lo que tengo, eso te doy: ¡En el nombre de Jesucristo
Nazareno, levántate y anda!” (Act 3, 1-6). Y muchos ejemplos más podrían
añadirse hasta que la cosa se empezó a torcer.
En las primeras comunidades cristianas eran los
diáconos, instituidos por los apóstoles de Jerusalén quienes tenían el encargo
eclesial de ocuparse de los pobres. Papas que
descuellan como limosneros en el santoral o martirologio romano hay pocos. Se puede
contar con Sotero (†175) que
fue Papa napolitano del que sobre su caridad se conserva un fragmento de la
carta que escribió Dionisio, el obispo de Corinto, a la iglesia de Roma en la
que dice que "vuestro obispo Sotero
no sólo conservó esta costumbre, sino que aún la mejoró, suministrando
abundantes limosnas, así como consolando (…) y tratándolos como un padre trata
a sus hijos".
Luego hay que irse al siglo VIII, cerca del final del
primer milenio, cuando Paulo I (+767)
fue un Papa que de noche y en silencio, visitaba a enfermos pobres. En el siglo
siguiente también el Papa Nicolás I (+867 con 57 años), llamado
“el grande” o “vencedor”, sustentaba a diario y sin excepción a todos los
pobres sin sustento.
En el siglo XIII Inocencio III, como obispo de Roma, confió la
tarea de la caridad al llamado Limosnero, nombre que aparece por primera vez en
la historia de la Iglesia y sigue hoy vigente.
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Tres
siglos más tarde, a mitad del segundo milenio, fue el Papa Pío V (+1572 con 68 años), un dominico que
decretó que se destinara a los pobres el dinero que hasta entonces se gastaba
en banquetes para embajadores y jefes políticos y militares.
Hay que llegar al final del siglo
XIX e inicios del XX cuando el Papa de entonces, León XIII, el de la primera encíclica social Rerum novarum (1891) movilizó a toda la Iglesia para apoyar a los
pobres creados por la Revolución Industrial. De todos modos la lista de sant@s
no obispos de Roma se hace interminable.
La Limosnería vaticana en 2018
entregó unos 3,5
millones de euros a quienes no podían pagar los alquileres, las facturas de electricidad y gas, los
medicamentos y las necesidades básicas. Normalmente son los párrocos los que
escriben al Limosnero indicando quién está realmente necesitado.
La Limosnería realiza sus
actividades todos los días, apoya comedores para los pobres, dirige la clínica
médica y de salud bajo la columnata junto con duchas y barberías para los sin
techo, así como el dormitorio en Via dei Penitenzieri. También un
buen % de las ayudas económicas vaticanas se destinan a ayudar a poblaciones flageladas por
catástrofes naturales o
por la violencia.
Es
conocida la anual colecta mundial del 28 de junio, llamada “óbolo de san Pedro” destinada al
mantenimiento de la Santa Sede y las caridades del Papa. Se originó en
Inglaterra en el siglo VIII como un impuesto (Denarius sancti Petri) de un centavo sobre los propietarios de
tierra de cierto valor. El óbolo fue decayendo hasta ser abolido por Enrique
VIII en el 1534 y comenzó de nuevo en el siglo XIX para ayudar Pío IX que se
encontraba exiliado en Gaeta desde el 1848.
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Francisco,
al recibir a los trabajadores del Vaticano para felicitarles la Navidad en 2017,
les dijo: “No
quiero trabajo ilegal en el Vaticano. Os pido disculpas si todavía lo hay (…)
no se debe dejar a nadie sin trabajo, es decir, despedirlo, a menos que haya
otro trabajo fuera que le convenga, o que haya un acuerdo que sea conveniente
para la persona”.
La
economía vaticana estaba seriamente dañada en 1978 y eso lo conoció el fugaz
Papa Juan Pablo I. Tres años más tarde se produjo la quiebra del Banco Ambrosiano, que llevaba las finanzas
internacionales del Vaticano y ocurrió el misterioso asesinato de su director
Roberto Calvi después de haber fallecido por sorpresa el Papa Albino Luciani.
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Tanto
para hacer el bien como para hacer el mal, hace falta dinero, más normalmente
para hacer el bien. Dar de comer a hambriento, vestir al desnudo, etc. cuesta sus euros o dólares.
La Exhortación apostólica Evangelii gaudium de Francisco recuerda que nuestra fe es “en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos. Hacer oídos sordos a ese clamor –que ya lo dijo antes Benedicto XVI casi con las mismas palabras- nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto (…) El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2Co 8, 9) (EG 186-197).
La Exhortación apostólica Evangelii gaudium de Francisco recuerda que nuestra fe es “en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos. Hacer oídos sordos a ese clamor –que ya lo dijo antes Benedicto XVI casi con las mismas palabras- nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto (…) El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2Co 8, 9) (EG 186-197).
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