sábado, 16 de noviembre de 2019

LA CARIDAD DEL PAPA

Por el Limosnero vaticano


La Iglesia universal celebra cada año una Jornada mundial de los pobres, decretada por Francisco para el domingo penúltimo del TO, deseando que sea la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo que en 2019 es el 17 de noviembre.

Desde el primer momento en que fue elegido obispo de Roma, Francisco, por su ilusionada fidelidad al Evangelio, ya manifestó: “¡cuánto me gustaría una Iglesia pobre para los pobres”! Evidentemente no es una ocurrencia suya y fuera de sitio en el ámbito de la fe cristiana pues es el mismo Cristo quien lo practicó y lo enseñó a los que le quisieran seguir. Él mismo se hizo pobre.

De todos modos a lo largo de los XXI siglos de cristianismo no son demasiados los papas que han vivido con claridad este rasgo evangélico. Sin embargo al principio se tenían las ideas claras y se vivía con congruencia. Así Santiago apóstol recuerda que “Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento cotidiano y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no le dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? (Snt 2, 15-16). Pedro y Juan, yendo al templo de Jerusalén, se encontraron un cojo de nacimiento que les pidió limosna pero Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, eso te doy: ¡En el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda!” (Act 3, 1-6). Y muchos ejemplos más podrían añadirse hasta que la cosa se empezó a torcer.

En las primeras comunidades cristianas eran los diáconos, instituidos por los apóstoles de Jerusalén quienes tenían el encargo eclesial de ocuparse de los pobres. Papas que descuellan como limosneros en el santoral o martirologio romano hay pocos. Se puede contar con Sotero (†175) que fue Papa napolitano del que sobre su caridad se conserva un fragmento de la carta que escribió Dionisio, el obispo de Corinto, a la iglesia de Roma en la que dice que "vuestro obispo Sotero no sólo conservó esta costumbre, sino que aún la mejoró, suministrando abundantes limosnas, así como consolando (…) y tratándolos como un padre trata a sus hijos".

Luego hay que irse al siglo VIII, cerca del final del primer milenio, cuando Paulo I (+767) fue un Papa que de noche y en silencio, visitaba a enfermos pobres. En el siglo siguiente también el Papa Nicolás I (+867 con 57 años), llamado “el grande” o “vencedor”, sustentaba a diario y sin excepción a todos los pobres sin sustento.

En el siglo XIII Inocencio III, como obispo de Roma, confió la tarea de la caridad al llamado Limosnero, nombre que aparece por primera vez en la historia de la Iglesia y sigue hoy vigente.

En los santorales solo hay un santo apodado el Limosnero que es Juan (+619 con 63 años), un chipriota que fue Patriarca de Alejandría, siempre muy generoso con sus limosnas con pordioseros, vagos y maleantes pues creía que le pedía Jesucristo mismo. Al morir sólo dejaba un tercio de céntimo que legaba a los pobres a los que llamaba “mis señores”.

Tres siglos más tarde, a mitad del segundo milenio, fue el Papa Pío V (+1572 con 68 años), un dominico que decretó que se destinara a los pobres el dinero que hasta entonces se gastaba en banquetes para embajadores y jefes políticos y militares.

Hay que llegar al final del siglo XIX e inicios del XX cuando el Papa de entonces, León XIII, el de la primera encíclica social Rerum novarum (1891) movilizó a toda la Iglesia para apoyar a los pobres creados por la Revolución Industrial. De todos modos la lista de sant@s no obispos de Roma se hace interminable.

La Limosnería vaticana en 2018 entregó unos 3,5 millones de euros a quienes no podían pagar los alquileres, las facturas de electricidad y gas, los medicamentos y las necesidades básicas. Normalmente son los párrocos los que escriben al Limosnero indicando quién está realmente necesitado.

La Limosnería realiza sus actividades todos los días, apoya comedores para los pobres, dirige la clínica médica y de salud bajo la columnata junto con duchas y barberías para los sin techo, así como el dormitorio en Via dei Penitenzieri. También un buen % de las ayudas económicas vaticanas se destinan a ayudar a poblaciones flageladas por catástrofes naturales o por la violencia.

Es conocida la anual colecta mundial del 28 de junio, llamada “óbolo de san Pedro” destinada al mantenimiento de la Santa Sede y las caridades del Papa. Se originó en Inglaterra en el siglo VIII como un impuesto (Denarius sancti Petri) de un centavo sobre los propietarios de tierra de cierto valor. El óbolo fue decayendo hasta ser abolido por Enrique VIII en el 1534 y comenzó de nuevo en el siglo XIX para ayudar Pío IX que se encontraba exiliado en Gaeta desde el 1848.

La Santa Sede (o la Curia Vaticana) y la Ciudad-Estado del Vaticano tienen su propia economía y sus fuentes de ingresos no son el óbolo de san Pedro para atender los gastos. Cuando fue elegido Juan XXIII, como tenía aire de ser un hombre abierto, en una entrevista, los periodistas le preguntaron: “Santidad, ¿cuántas personas trabajan en el Vaticano?” lo cual era desde siempre un misterio. Y el Papa “bueno” les contestó: “Más o menos la mitad”.

Francisco, al recibir a los trabajadores del Vaticano para felicitarles la Navidad en 2017, les dijo: “No quiero trabajo ilegal en el Vaticano. Os pido disculpas si todavía lo hay (…) no se debe dejar a nadie sin trabajo, es decir, despedirlo, a menos que haya otro trabajo fuera que le convenga, o que haya un acuerdo que sea conveniente para la persona”.

La economía vaticana estaba seriamente dañada en 1978 y eso lo conoció el fugaz Papa Juan Pablo I. Tres años más tarde se produjo la quiebra del Banco Ambrosiano, que llevaba las finanzas internacionales del Vaticano y ocurrió el misterioso asesinato de su director Roberto Calvi después de haber fallecido por sorpresa el Papa Albino Luciani.

Las investigaciones consiguientes revelarían que el Banco Vaticano (IOR) se dedicaba, entre otros despropósitos, al blanqueo del dinero de la mafia y a Francisco se le encargó seguir reformando ese instrumento vaticano para que sea trasparente, honrado y eficaz.

Tanto para hacer el bien como para hacer el mal, hace falta dinero, más normalmente para hacer el bien. Dar de comer a hambriento, vestir al desnudo, etc. cuesta sus euros o dólares.

La Exhortación apostólica Evangelii gaudium de Francisco recuerda que nuestra fe es “en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos. Hacer oídos sordos a ese clamor –que ya lo dijo antes Benedicto XVI casi con las mismas palabras- nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto (…) El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2Co 8, 9) (EG 186-197).

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