Lamentarse por los tiempos pasados, va
petrificando
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Apia y Filemón |
Pablo le dice a Filemón: “te suplico en favor de mi hijo Onésimo, a
quien engendré entre cadenas, a quien te devuelvo (…) para que ahora lo
recuperes para siempre, no ya como siervo, sino más que siervo, como hermano
muy amado” (Filemón 1, 9b-10. 12-17). Es un punto de no fácil entendimiento
–no solamente en aquel entonces- eso de tratar a un esclavo como a un hermano,
que eso somos todos los hombres ya que todos somos hijos de un mismo Padre que
está en el cielo.
Onésimo
(†90 o 95), que era esclavo de Filemón, fue
bautizado por san Pablo y acabó siendo obispo.
Le impactó la visita que hizo a san Pablo en Roma a la cárcel Mamertina. Dice
san Jerónimo que ambos (Onésimo y Filemón- fueron obispos en Macedonia y en
Colosas, respectivamente. Otras fuentes dicen que Onésimo predicó en Hispania
donde sufrió martirio.
Filemón,
con su esposa Apia, fue un matrimonio colaborador de san Pablo, y acabaron mártires
en el 65 o 68. Filemón, que era un rico
ciudadano de Colosas, fue convertido por Epafras, otro discípulo de san Pablo y
y entonces liberó a su esclavo Onésimo dejándole ir con san Pablo para servir
al Evangelio. Dice san Jerónimo que Filemón fue obispo de su natal Colosas. En
tiempos de Nerón, como los gentiles levantaron un tumulto por la fiesta de
Diana, fueron presos y el presidente Artocio les mandó azotar y luego, metidos
en un hoyo hasta la cintura, fueron apedreados hasta morir.
Lucas cuenta que “iba con él (Jesús ) mucha gente, y volviéndose les dijo: Si alguno viene a mí
y no odia a su padre y a su madre y a la esposa y a los hijos y a los hermanos
y a las hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,
25-33).La conducta que propone Jesús es la de odiar y en cambio Pablo pide
querer. ¿Se contradicen? ¿Se equivocó Jesús?
La pregunta de la 1ª lectura
del AT en la Liturgia de la Palabra de hoy nos hace pensar con “¿Qué hombre, en efecto, podrá conocer la
voluntad de Dios? ¿Quién hacerse idea de lo que el Señor quiere?”
(Sabiduría 9, 13).
Los agnósticos dicen que no
podemos conocer a Dios que nos excede. Tomás de Aquino decía algo parecido pero
de la esencia divina no de su existencia que podemos reconocer por las cosas
creadas sin necesidad de que se revele.
Los gnósticos (de ayer y de
hoy) son los que lo saben todo y no necesitan hacerse pregunta alguna de nada.
No deben querer progresar en la profundización cognitiva de las cosas pues
tienen la actitud del inmovilismo absoluto.
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Esos algunos que bajaron de
Judea son los de Santiago, los judaizantes que no toleran dejar de vivir los
preceptos mosaicos. Son los llamados también por el papa Francisco los
inmovilistas, los falsos·conservadores, que no quieren cambiar nada, no quieren
mejorar nada y tampoco quieren eliminar cosas que se hacen mal.
El Papa, con ocasión y sin ella, no para de repetir
esta idea de pedir eliminar esa nefasta actitud inmovilista. En su viaje
apostólico a Mozambique (5-IX-2019) ha tocado otra vez el tema en su primer
encuentro tenido en la catedral de la Inmaculada con los jerarcas, comunidades
religiosas, clero, catequistas, animadores, etc. Ha dicho para todos, para
ell@s y para l@s no presentes físicamente allí, que "A
veces olvidamos que la Tierra Prometida está adelante y no atrás, y en ese
lamento por los tiempos pasados, nos vamos petrificando".
El hombre está creado por
Dios como animal racional que decía el filósofo griego cuatro siglos antes de
Cristo y esa racionalidad tiene que utilizarla sin trampa ni cartón, sin
engaños creyendo que uno lo sabe todo o no puede saber nada.
La historia
enseña que la intolerancia supone dureza y rigidez en el mantenimiento de las
propias ideas que se tienen como absolutas e inquebrantables. Con frecuencia el fanatismo ha cubierto de sangre la
tierra donde el pensar de modo diverso al oficial, hasta en lo más opinable, es
delito.
Los inmovilistas –para justificarse- suelen identificar la tolerancia con la debilidad y la intolerancia con la fortaleza y los hay que confunden la tolerancia con el libertinaje y la intolerancia con el fanatismo. No hay que olvidar que la tolerancia no es un “bien” absoluto y por lo tanto no se trata de tolerar todo que es tan erróneo como su contrario: no se debe tolerar nada. Ni siquiera Voltaire, en su tratado sobre la tolerancia afirmó que careciera de límites.
Francisco escribe que “san Juan Pablo
II proponía la llamada «ley de gradualidad»” (AL, 295) cosa que los intolerantes
e inmovilistas niegan rotundamente y ponen el grito en el cielo cuando oyen tal
afirmación. En su encuentro en Mozambique
antes referido, también dijo que "a veces sin querer, sin culpa
moral, nos habituamos a identificar nuestro quehacer cotidiano como sacerdotes
con ciertos ritos, con reuniones y coloquios donde el lugar que ocupamos en la
reunión, en la mesa o en el aula es de jerarquía".
“Quizá tenemos que salir de los lugares
importantes, solemnes; tenemos que volver a los
lugares donde fuimos llamados, donde
era evidente que la iniciativa y el poder eran de Dios”, y “renovarnos como
pastores-discípulos-misioneros”.
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