domingo, 15 de septiembre de 2019

DIOS SIEMPRE CON CORAZÓN DE PADRE Y MADRE

Aunque es infiel el pueblo de Dios



Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: "¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Bien pronto se han apartado del camino (…) Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: «Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto»"  (Ex 32, 7-14).

Siempre ronda la tentación de traicionar a Dios, como Judas Iscariote, de caer en la idolatría proclamando dios a algo que no lo es, sea el dinero, la salud, el placer, etc. por eso, refiriéndose al obrar humano, escribía Juan Pablo II en su primera Encíclica programática “El Redentor del hombre (Redemptor hominis, RH, III-1979): “El hombre está siempre amenazado por lo que produce, por el resultado del trabajo de sus manos y de su inteligencia. Los frutos se traducen muy pronto y de manera a veces imprevisible contra el mismo hombre”. Y se sigue leyendo que “la amplitud del fenómeno pone en tela de juicio las estructuras y los mecanismos financieros, monetarios, productivos y comerciales que rigen la Economía mundial. Nos encontramos ante un drama que no puede dejarnos indiferentes: el sujeto que sufre los daños y las injurias es siempre el hombre. Drama exacerbado aún más por grupos privilegiados y países ricos que acumulan de manera  excesiva los bienes cuya riqueza se convierte de modo abusivo en causa de diversos males" (RH, 15). Vivir sin Dios o al margen suyo, como si no existiera, repercute en primer lugar sobre el mismo hombre incrédulo e idólatra. Dios no es Dios porque exista el hombre; ya lo era antes de su creación así que cabe decir que la conducta humana no le afectaen su esencia aunque sí en su corazón de padre y madre.

Y Yahveh renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo (Ex 32, 14) o sea que no se le esconden los pecados pero se acude a excitar su misericordia divina como enseñó ya Juan Pablo II en la Enc Dios rico en misericordia (Dives in misericordia, DM, 30-XI-1980). En ella dejaba escrito que «“Dios rico en misericordia” (Ef 2, 4) es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre. Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, una exigencia de no menor importancia en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es “misericordioso y Dios de todo consuelo” [2Cor 1, 3]» (DM, 1).

Dios, siempre rico en misericordia, tiene un corazón de padre y madre que comprende, que ama, que no graba en el disco duro pero ese actuar de Dios escandalizaba y escandaliza también hoy a los pusilánimes o a los fariseos siempre hipócritas. Lo recuerda Lucas diciendo que los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este recibe a los pecadores y come con ellos. Entonces (Jesús) les propuso esta parábola: ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla (Lc 15, 1-32).

El «misterio pascual» es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia divina que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido salvífico querido por Dios (DM, 7). El hombre peca, reniega de Dios, su creador, pero Él, erre que erre, por amor, comprende, disculpa, acaricia, como suelen hacer las madres y se hace el encontradizo, no anatematiza, no condena, no encarcela, no lapida.

La Iglesia -sigue diciendo el Papa Wojtyla- debe dar testimonio de la misericordia de Dios revelada en Cristo, profesándola y tratando después de introducirla y encarnarla en la vida de sus fieles y de todos los hombres de buena voluntad. También implorándola frente a todas las amenazas que pesan sobre el horizonte de la humanidad actual (DM, 13).

La Iglesia -continua más adelante el Papa polaco- tiene el derecho y el deber de recurrir a la misericordia «con poderosos clamores» cuando el hombre contemporáneo no tiene la valentía de pronunciar siquiera la palabra “misericordia”. Es pues necesario una ferviente plegaria: un grito al Dios que no puede despreciar nada de lo que ha creado. Al igual que los profetas, recurramos al amor que tiene características maternas y que, a semejanza de una madre, sigue a cada uno de sus hijos, a toda oveja descarriada, aunque hubiese millones de extraviados, aunque en el mundo la iniquidad prevaleciese sobre la honestidad, aunque la humanidad contemporánea mereciese por sus pecados un nuevo “diluvio”, como mereció en su tiempo la generación de Noé (DM, 15).

La misericordia es también la esencia del magisterio de Francisco y escribió la Carta Apostólica Misericordia et misera (MM) al concluir el Jubileo Extraordinario de la Misericordia el 20 de noviembre de 2016 en la que se lee que “no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia” (MM, 1).

Como un viento impetuoso y saludable, la bondad y la misericordia se han esparcido por el mundo entero. Y delante de esta mirada amorosa de Dios, que de manera tan prolongada se ha posado sobre cada uno de nosotros, no podemos permanecer indiferentes, porque ella cambia la vida” (MM, 4).

Que los ojos misericordiosos de la Santa Madre de Dios estén siempre vueltos hacia nosotros (...) La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la protección de su manto (...) y sigamos su constante indicación de volver los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios” (MM, 22).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

JESUCRIST REI DE L’UNIVERS

La dimensió social de l’evangelització A la 2ª lectura d’avui, diumenge XXXIV del TO, cicle C, últim del any litúrgic doncs el proper és e...