sábado, 5 de enero de 2019

¿DÓNDE ESTÁ EL NACIDO REY DE LOS JUDÍOS?

Sobre el poder


 Cuando los magos de Oriente llegan a Jerusalén, preguntan que ¿dónde está el nacido rey de los judíos? (Mt 2, 2). Lo de rey suele llevar a pensar en el poder. Herodes mata a todos los niños menores de 2 años de la comarca de Belén para acabar con quien cree erróneamente que es “la competencia” y le podría destronar.

El ángel le había dicho a María en Nazaret, cuando la anunciación, que su reino no tendrá fin (Lc 1, 33). Jesús mismo nos enseña a rezar diciéndole a Dios Padre que venga a nosotros tu reino (Mt 6, 9-10). A Pilato le confirmará que efectivamente es rey pero no de este mundo o sea que no ha nacido para apropiarse del poder temporal de nadie aunque es un apetito del hombre de todos los tiempos y de todos los continentes.


En una de las dos la multiplicaciones de panes y peces, aquella multitud de miles de hombres, sin contar mujeres ni niños, quiso proclamarlo rey pero Jesús se escurrió entre la multitud y se alejó de ello (Jn 6, 15). Toda su enseñanza es acerca del reino, del reino de Dios o de los cielos, no de la tierra o terrenal.

Seis días antes de la Pascua, cuando ya bajaban del monte de los olivos, la multitud empezó a aclamarlo entusiasmada porque creían que era el Mesías esperado, el rey enviado por Jehová para liberarlos de la esclavitud de los romanos. Era esa errónea concepción de un mesianismo terrenal, propia del pueblo judío y de otros muchos de cualquier religión, que imponen la teocracia. Jesús solamente en esta ocasión, entrando en Jerusalén el domingo de los ramos, se dejó aclamar como si fuera un rey pero iba montado en un pollino y su trono fue la cruz: ahí es donde venció.

J. Ratzinger - Benedicto XVI, en el tomo II de la trilogía sobre Jesús de Nazaret, el tomo que trata los acontecimientos desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, dice: Jesús reivindica el derecho de rey… es el rey que rompe los arcos de guerra, un rey de la paz, y un rey de la sencillez, un rey de los pobres... Quiere que se entienda su camino y su actuación… no se apoya en la violencia, no emprende una insurrección militar contra Roma” (pp, 14-15).

Arnaldo de Brescia (s. XI) fue un abad que no quiso ser sacerdote y predicaba el pecado del poder temporal de la Iglesia –como habían hecho antes algunos y harían después otros- afirmando que, por derecho divino, ni los obispos ni los monjes pueden tener posesiones.

En la homilía matutina del 12 de diciembre de 2018, fiesta de la Virgen de Guadalupe, patrona de México y de las Américas, Francisco manifestaba que la Guadalupana es pedagoga del Evangelio pues en ella el Señor desmiente la tentación de dar protagonismo al poder. Ella se apareció a Juan Diego Cuauhtlatoatzin (†1548 con 74 años), un nativo humilde, sencillo, uno cualquiera y no un rey o uno de los poderosos de aquel tiempo y de aquellos lugares. Juan Diego fue canonizado por Juan Pablo II en 2002 y dijo que “representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús”.

Rainiero Cantalamessa, ofmcap., predicador de la Casa Pontificia, en una ocasión ante Juan Pablo II y demás asistentes a su prédica en la capilla vaticana “Redemptoris Mater”, glosaba el pasaje evangélico que narra: «Entonces Jesús, llamándoles, les dijo: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros…”» (Marcos 10, 42-44).

Después de las riquezas –seguía fray Rainiero-, conocemos el juicio de Cristo sobre otro de los grandes ídolos del mundo: el poder. Tampoco el poder es intrínsecamente malo, como no lo es el dinero. Dios se define a sí mismo «el omnipotente» y la Escritura dice que «el poder pertenece a Dios» (Sal 62, 12). Sin embargo (...) para darnos ejemplo se despojó de su omnipotencia; de «omnipotente» se hizo «impotente». «Se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo» (Flp 2, 7).Transformó el poder en servicio.

El poder –sigue diciendo Cantalamessa- tiene infinitas ramificaciones, se mete por todas partes, como cierta arena del Sahara cuando sopla el viento siroco. Hasta en la Iglesia. El problema del poder no se plantea, por lo tanto, sólo en el mundo político.

Los magos de Oriente llegaron a la casa
María dice que Dios «dispersó a los soberbios de corazón; derribó del trono a los poderosos» (Lc 1, 51 s.). Ella señala implícitamente un ámbito preciso en el que hay que empezar a combatir la «voluntad de poder»: el del propio corazón. En la familia misma es posible, lamentablemente, que se manifieste nuestra voluntad innata de dominio y atropello, causando continuos sufrimientos a quien es víctima de ello, frecuentemente (no siempre) la mujer.

¿Qué opone el Evangelio al poder? ¡El servicio! Un poder para los demás, no sobre los demás. Muchas veces lo vienen recordando los papas y Francisco tampoco pierde ocasión.

Cada cristiano también es rey como es a la vez sacerdote y profeta pero cada una de estas tres funciones del Redentor, de las que participa tod@ bautizad@, hay que entenderla bien y vivirla cada vez mejor.

Con la reciente crisis mundial ocasionada por la publicación de las abundante corrupción moral de clérigos y religiosos de la Iglesia católica, Francisco denuncia repetidas veces los abusos actuales, fruto del clericalismo, poniendo al mismo nivel los abusos sexuales con los de conciencia y poder (Dublín, 26-VIII-2018).

Además escribió (20-VIII-2018) una “Carta al Pueblo de Dios”, a toda la Iglesia universal, con motivo de la plaga de pederastia en la que también insiste en la tentación del poder para los de la Iglesia, que lo es para todo ser humano y tan fuerte como la del sexo o del dinero.

En una homilía matutina el Papa centró su reflexión en las características que diferencian la autoridad de Jesús de la de los Doctores de la Ley. El Señor “enseñaba con humildad” y dice a sus discípulos que “el más grande sea como el que sirve”, es decir, que “se haga pequeño”, los fariseos se sentían príncipes.

San Pablo recordaba a l@s primer@s cristian@s que "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios" (Phil 2, 6-7).

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