Sí y no.
Depende…
Se lee en el evangelio de Marcos
que “cruzaban Galilea (…) quería pasar
oculto, sin ser molestado pues enseñaba a sus discípulos y les decía: El
Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y
después de muerto resucitará a los tres días. Pero ellos no
entendían sus palabras y temían preguntarle” (Mc 9, 30-37).
Ellos (los discípulos) “temían preguntarle”. El miedo es algo natural pero necesario
unas veces para apoyarlo y otras para desecharlo. Es natural pues surge por su
propio peso ante lo desconocido, ante lo desbordante, ante lo inmenso. En algunos casos hay que tener miedo
a tener miedo pero en otras ocasiones hay que tener miedo a no tenerlo. Los valientes
vencen el miedo (que siempre lo tienen y lo notan); los cobardes son los vencidos
por el miedo.
Como el miedo es algo natural en
el ser humano, también es propio de los creyentes y practicantes. Los
discípulos de Jesús lo tenían incluso para lo que no debían tenerlo y podría
faltarles para cuando fuera necesario tenerlo. Temían preguntarle entonces
aquellos discípulos pero hoy también los hay que les pasa lo mismo. Suele haber
miedo a cambiar cosas y una excusa
habitual es la comodidad que puede disfrazarse de falsa humildad y manifestarse
en que puede ser peor a lo que ya hay, a lo que hacemos ahora, etc. Francisco, en una homilía
matutina en santa Marta (16-IV-2013) exhortaba a no tener miedo a los arreglos
o reformas que el Concilio Vaticano II propuso ya que es la voz del Espíritu
Santo, que es Quien gobierna a la Iglesia. “El Espíritu
Santo siempre nos mueve, nos hace caminar (…) Es eso lo que fastidia. La
comodidad es mejor (…) Eso continúa hoy en día, pues aunque parece que estamos
todos contentos por la presencia del Espíritu Santo, eso no es cierto. Esta tentación es todavía actual. Un solo ejemplo: pensemos
en el Concilio: el Concilio fue una hermosa obra del Espíritu Santo. Piensen en
el Papa Juan (…) obediente al Espíritu Santo (…) convocó el Concilio. Pero
después de 50 años, ¿hemos hecho todo lo que nos ha dicho el Espíritu Santo en
el Concilio?”
Juan Pablo II escribió en Redemptor hominis que “deseo (…)
expresar mi amor por la singular herencia dejada a la Iglesia por los
Pontífices Juan XXIII y Pablo VI que constituyen una etapa como umbral (…)
herencia enraizada vigorosamente en la conciencia de la Iglesia de un modo
totalmente nuevo, jamás conocido anteriormente, gracias al Concilio Vaticano II”. En la Bula “Misericordie vultus” que
convocaba el Año Jubilar de la Misericordia, Francisco escribía: “He escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran
significado en la Historia reciente de la Iglesia (…) el quincuagésimo
aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La Iglesia
siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo
periodo de su Historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido
intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu (…) Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían
recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de
anunciar el Evangelio de un modo nuevo”.
Conviene no temer a lo
que pide Francisco pues hay mucho que “discutir” como hacían los
primeros discípulos de Jesús que discutían por el carrerismo y los honores.
Discutir es criticar con afán de mejorar, viendo lo mal
hecho y también lo bueno. Ya
Benedicto XVI pedía por escrito que “es necesario que en la autocrítica de la
edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo moderno, que
debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces”
(Spe salvi, 22). Y Juan Pablo II escribió que "miles de voces piden que el cristianismo se actualice
y, conservando su propia identidad, tenga el impacto que tuvo al principio"
(NMI de 2001). Años antes había escrito que “la
Iglesia (...) no puede atravesar
el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el
arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes.
Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos
ayuda a reforzar nuestra fe” (TMA de 1994, n. 33).
En varias
páginas de los evangelios se ve que los discípulos no se atrevían a preguntar a
Jesús ni a contestar por miedo y el Papa
Francisco comentaba (15-V-2015) que “un cristiano miedoso es una
persona que no ha entendido el mensaje de Jesús (…) Jesús dice a Pablo: ‘No
tengas miedo (…) Es la actitud de
un alma encarcelada, sin libertad para mirar adelante, para crear algo, para
hacer el bien (…) es un vicio (…) Hay comunidades miedosas, que van siempre a lo seguro: No hagamos esto, no, no, esto no se
puede (…) Parece que en la puerta
de entrada hayan escrito ‘prohibido': todo está prohibido, por miedo”.
El miedo es algo
natural y por eso no extraña ver que el ángel que anuncia en Nazaret a María le dice nada más saludarla: “No temas,
María”. También un ángel, en sueños, habla a José “No temas, José recibir a María”,
pues tiene decidido dejarla ya que entiende que lo concebido en ella es cosa de
Dios y piensa que estorba. Jonás, profeta del s VIII aC,
quiso huir por temor al encargo divino de ir a predicar al este y decidió
embarcarse hacia el lejano oeste, a Tarsis, en Huelva, junto al río Tinto. El abad Pafnucio escribió una especie de biografía de san
Onofre (+400), el ermitaño con pelo hasta las rodillas y escribió: "Al
verlo tan velloso, sin otro vestido que unas hojas en torno a la cintura, tuve
miedo y quise huir. De san Alejo (+417 con 67 años) cuenta una tradición que
cuando fue descubierta su origen familiar, por miedo a que le rindieran honores
(se le llamaba el hombre de Dios) regresó a Roma donde vivió debajo de la
escalera de casa de sus padres.
Pablo, por temor a los judíos, circuncidó a Timoteo. Los 49 mártires
en Abitinia que fueron arrestados
en el 304 por la persecución de Diocleciano y enviados a Cartago, fueron
citados por Juan Pablo II en la Carta de 1999 Dies Domini (DD) recordando que dijeron: “«Sin temor
alguno hemos celebrado la cena del Señor» (DD.
46). El rey Ricardo, jefe de Normandía, marido de santa Emma de Inglaterra
(+1300), madre del rey san Eduardo de Inglaterra, tiene el apodo de "sin
miedo". Quizá algún respingo se dio en
algun@ la primera vez que leía de Francisco en Evangelii gaudium (EvG) que “muchos laicos sienten el temor de que
alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de
cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre (…) algo semejante
sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal”
(EvG, 81).
En otro punto escribe: “espero
que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa
contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres
donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta”
(EvG, 49). Y en otra
página dice que “Jesús (…) espera que renunciemos a buscar esos cobertizos
personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de
la tormenta humana” (EvG, 270).
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