sábado, 27 de octubre de 2018

¿TEMO TENER MIEDO?


Sí y no. Depende…


Se lee en el evangelio de Marcos que “cruzaban Galilea (…) quería pasar oculto, sin ser molestado pues enseñaba a sus discípulos y les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto resucitará a los tres días. Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle” (Mc 9, 30-37). Ellos (los discípulos) “temían preguntarle”. El miedo es algo natural pero necesario unas veces para apoyarlo y otras para desecharlo. Es natural pues surge por su propio peso ante lo desconocido, ante lo desbordante, ante lo inmenso. En algunos casos hay que tener miedo a tener miedo pero en otras ocasiones hay que tener miedo a no tenerlo. Los valientes vencen el miedo (que siempre lo tienen y lo notan); los cobardes son los vencidos por el miedo.

Como el miedo es algo natural en el ser humano, también es propio de los creyentes y practicantes. Los discípulos de Jesús lo tenían incluso para lo que no debían tenerlo y podría faltarles para cuando fuera necesario tenerlo. Temían preguntarle entonces aquellos discípulos pero hoy también los hay que les pasa lo mismo. Suele haber miedo a cambiar cosas y una excusa habitual es la comodidad que puede disfrazarse de falsa humildad y manifestarse en que puede ser peor a lo que ya hay, a lo que hacemos ahora, etc.  Francisco, en una homilía matutina en santa Marta (16-IV-2013) exhortaba a no tener miedo a los arreglos o reformas que el Concilio Vaticano II propuso ya que es la voz del Espíritu Santo, que es Quien gobierna a la Iglesia. “El Espíritu Santo siempre nos mueve, nos hace caminar (…) Es eso lo que fastidia. La comodidad es mejor (…) Eso continúa hoy en día, pues aunque parece que estamos todos contentos por la presencia del Espíritu Santo, eso no es cierto. Esta tentación es todavía actual. Un solo ejemplo: pensemos en el Concilio: el Concilio fue una hermosa obra del Espíritu Santo. Piensen en el Papa Juan (…) obediente al Espíritu Santo (…) convocó el Concilio. Pero después de 50 años, ¿hemos hecho todo lo que nos ha dicho el Espíritu Santo en el Concilio?”

Juan Pablo II escribió en Redemptor hominis que “deseo (…) expresar mi amor por la singular herencia dejada a la Iglesia por los Pontífices Juan XXIII y Pablo VI que constituyen una etapa como umbral (…) herencia enraizada vigorosamente en la conciencia de la Iglesia de un modo totalmente nuevo, jamás conocido anteriormente, gracias al Concilio Vaticano II”. En la Bula “Misericordie vultus” que convocaba el Año Jubilar de la Misericordia, Francisco escribía: “He escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran significado en la Historia reciente de la Iglesia (…) el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su Historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu (…) Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo”.

Conviene no temer a lo que pide Francisco pues hay mucho que “discutir” como hacían los primeros discípulos de Jesús que discutían por el carrerismo y los honores. Discutir es criticar con afán de mejorar, viendo lo mal hecho y también lo bueno. Ya Benedicto XVI pedía por escrito que “es necesario que en la autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces” (Spe salvi, 22). Y Juan Pablo II escribió que "miles de voces piden que el cristianismo se actualice y, conservando su propia identidad, tenga el impacto que tuvo al principio" (NMI de 2001). Años antes había escrito que “la Iglesia (...) no puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe” (TMA de 1994, n. 33).

En varias páginas de los evangelios se ve que los discípulos no se atrevían a preguntar a Jesús ni a contestar por miedo y el Papa Francisco comentaba (15-V-2015) que un cristiano miedoso es una persona que no ha entendido el mensaje de Jesús (…) Jesús dice a Pablo: ‘No tengas miedo (…) Es la actitud de un alma encarcelada, sin libertad para mirar adelante, para crear algo, para hacer el bien (…) es un vicio (…) Hay comunidades miedosas, que van siempre a lo seguro: No hagamos esto, no, no, esto no se puede (…) Parece que en la puerta de entrada hayan escrito ‘prohibido': todo está prohibido, por miedo”.

El miedo es algo natural y por eso no extraña ver que el ángel que anuncia en Nazaret a María le dice nada más saludarla: “No temas, María”. También un ángel, en sueños, habla a JoséNo temas, José recibir a María”, pues tiene decidido dejarla ya que entiende que lo concebido en ella es cosa de Dios y piensa que estorba. Jonás, profeta del s VIII aC, quiso huir por temor al encargo divino de ir a predicar al este y decidió embarcarse hacia el lejano oeste, a Tarsis, en Huelva, junto al río Tinto. El abad Pafnucio escribió una especie de biografía de san Onofre (+400), el ermitaño con pelo hasta las rodillas y escribió: "Al verlo tan velloso, sin otro vestido que unas hojas en torno a la cintura, tuve miedo y quise huir. De san Alejo (+417 con 67 años) cuenta una tradición que cuando fue descubierta su origen familiar, por miedo a que le rindieran honores (se le llamaba el hombre de Dios) regresó a Roma donde vivió debajo de la escalera de casa de sus padres.

Pablo, por temor a los judíos, circuncidó a Timoteo. Los 49 mártires en Abitinia que fueron arrestados en el 304 por la persecución de Diocleciano y enviados a Cartago, fueron citados por Juan Pablo II en la Carta de 1999 Dies Domini (DD) recordando que dijeron: “«Sin temor alguno hemos celebrado la cena del Señor» (DD. 46). El rey Ricardo, jefe de Normandía, marido de santa Emma de Inglaterra (+1300), madre del rey san Eduardo de Inglaterra, tiene el apodo de "sin miedo". Quizá algún respingo se dio en algun@ la primera vez que leía de Francisco en Evangelii gaudium (EvG) que “muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre (…) algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal” (EvG, 81).

En otro punto escribe: “espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta” (EvG, 49). Y en otra página dice que “Jesús (…) espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana” (EvG, 270).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

JESUCRIST REI DE L’UNIVERS

La dimensió social de l’evangelització A la 2ª lectura d’avui, diumenge XXXIV del TO, cicle C, últim del any litúrgic doncs el proper és e...