viernes, 26 de octubre de 2018

¿PROHIBIDO PROHIBIR?

“No se lo prohibáis”


Se lee en el Evangelio que habiendo llegado Jesús y sus discípulos a casa en Cafarnaúm, Juan le cuenta que había prohibido a uno que echaba demonios en nombre de Jesús porque no es de los nuestros. Supongo que esperaba el aplauso de Cristo pero respondió para todos los presentes: no se lo prohibáis (Mc 9, 38-43). Antes de prohibir algo, hay que sopesarlo muy bien y saber de qué se trata. En la Biblia se lee que muchos siglos antes, otro “instrumento” de Dios, Josué, ayudante de Moisés, le pidió que prohibiera profetizar a los dos (Eldad y Medad) que no estaban allí (Números 11, 25-29). Qué manía la de andar prohibiendo pensando que es lo correcto.

La tentación de prohibir conduce a levantar muros que esconden lo que une, gusta subrayar lo que separa, enfrentar. Francisco en Lituania (23-IX-208) acaba de invitar (una vez más) a albergar las diferencias frente a las voces que siembran división y enfrentamiento, que pregonan que la única manera posible de garantizar la seguridad y la subsistencia de una cultura nace buscando eliminar, cancelar o expulsar a las otras. Allí dijo el Papa que “Lituania supo hospedar, acoger y recibir pueblos de diversas etnias y religiones (…) lituanos, tártaros, polacos, rusos, bielorrusos, ucranianos, armenios, alemanes...; católicos, ortodoxos, protestantes, viejos católicos, musulmanes, judíos...; han vivido juntos y en paz hasta que llegaron las ideologías totalitarias que (…) sembrando violencia y desconfianza".

Ya Juan Pablo II también necesitó recordarlo muchas veces desde su primera Encíclica programática “El Redentor del hombre” (Redemptor hominis, RH), donde se dirigía a quienes hubieran prohibido a los padres conciliares que llevaran adelante el Concilio Vaticano II en el que Wojtyla, como Ratzinger, había asistido activamente. “Hay personas que, (…) juzgando negativos los resultados de los trabajos iniciales ecuménicos, hubieran preferido echarse atrás. Algunos, incluso, expresan la opinión de que estos esfuerzos son dañosos para la causa del Evangelio, conducen a una ulterior ruptura de la Iglesia, provocan confusión de ideas y abocan a un específico indiferentismo” (RH, 6).

Algunos vienen prohibiendo aceptar algunas afirmaciones de Lutero como la de que sitúe la fe en el centro de su doctrina. ¿Qué teólogo no debe hacer eso? Tomás de Aquino, tres siglos antes, ya había manifestado que no hubiera negado la afirmación luterana de que no hay en los sacramentos una fuerza santificadora pues su eficacia es “simplemente” instrumental como la Humanidad Santísima de Jesucristo. El agua del Bautismo no tiene en sí más que H y O².

Los científicos prohíben la Religión porque antes (acción – reacción) los “creyentes” habían prohibido la Ciencia. Un disparate al que Jesús hubiera respondido como a Juan en Cafarnaúm. En esta hora en que se puede empezar a arreglar muchos desaguisados históricos de los eclesiásticos, se agradece que el Papa Ratzinger recordara que la Iglesia no tiene miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera Ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad” (Porta fidei, 12).

Stephen Jay Gould (+2002 con 61 años), de USA, geólogo, biólogo evolutivo, historiador de la Ciencia y paleontólogo, proponía la paz entre la Ciencia y la Religión. Hay que acabar con los prejuicios religiosos con la Ciencia y con la teoría de la Evolución. Ambos magisterios no se superponen como ya decía Robert Belarmino. Cualquiera con buena voluntad y sentido común cae en la cuenta de que la Evolución supone el azar pero en el azar entra la Providencia divina. No todo tiene que ser “necesario”.

En otro ámbito de cosas, hay quienes prohíben la democracia civil y la eclesial no digamos, pero ya Pío VII, Papa 1800-1823, siendo obispo de Imola, declaraba en Navidad de 1797: “la forma democrática no repugna al Evangelio (…) la democracia exige virtudes sublimes que sólo se aprenden en la escuela de Jesucristo”. Los papas posteriores hablan de ella dándola por supuesto.

Milan Kundera, n.1929 en Brno (Chequia) fue expulsado del PC al acabar la 2GM y tras la invasión de Praga en 1968 fue expulsado de la Escuela Cinematográfica y prohibidas sus obras. En 1975 se fue a Francia y en el 79 fue privado de su nacionalidad checa. Miles de ejemplos pueden citarse de aquell@s a l@s que se les prohibían sus obras. En la Universidad de París, donde se peleaban franciscanos y dominicos, Tomás de Aquino se encontró con que el obispo había prohibido bajo pena de excomunión, no solo leer obras de Aristóteles, sino siquiera mencionar su nombre.  Kundera, autor de “La insoportable levedad del ser” y otras muchas obras, cree que el hombre piensa y, mientras, Dios se ríe ¿por qué? Porque el hombre piensa y la verdad se le escapa. Porque cuanto más piensan los hombres, más se alejan los pensamientos de unos y otros.

Recientemente Francisco en Amoris laetitia (AmL) deja escrito que “el camino sinodal permitió (…) ampliar nuestra mirada y reavivar nuestra conciencia (…) nos mostró la necesidad de seguir profundizando con libertad algunas cuestiones” (AmL, 2). Desde la llamada Contrarreforma en la Iglesia se tenía prohibido pensar. Cualquier pensamiento sobre algo de la doctrina se tenía como pecado. Solo el hecho de pensar; no el contenido del pensamiento. En aquellos tiempos se puso “de moda” que los eclesiásticos dijeran a los fieles “no seas curioso”.

Otro tema en el que Francisco insiste por prioritario para vivir con fidelidad evangélica es destruir el residuo medieval del clericalismo causante de tantos daños en la Iglesia y en el mundo porque prohíbe a los fieles que piensen, que opinen, que expongan, aconsejen, propongan... Se trata de devolver al seglar lo que es suyo que se le sustrajo por considerarlo no maduro, menor de edad y no sabía leer.

En 2011, en la Carta  “Porta fidei” ante el Año de la Fe, Benedicto XVI ya escribió: “Tratando de percibir los signos de los tiempos en la Historia actual, nos compromete a cada uno (no a unos pocos) a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo (…) capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin” (PF, 15). Juan Pablo II a su vez dejaba escrito al concluir el Gran Jubileo del 2000 que “obviamente todo esto tiene que realizarse con un estilo específicamente cristiano: deben ser sobre todo los laicos, en virtud de su propia vocación, quienes se hagan presentes en estas tareas” (NMI 52).

Antes de irse a la casa del Padre en aquel 2005, Wojtyla dejaba escrita su última Encíclica sobre la Eucaristía (Ecclesia de Eucharistia, EdeE) donde una vez más recordó que “la Eucaristía (…) da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno (no a unos pocos) a sus propias tareas” (EdE 20).

Las palabras de Jesús, no se lo prohibáis, que dirigen a Juan delante de todos los demás, en la casa de Cafarnaúm y seguirán resonando hasta el final de los tiempos, generación tras generación.

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