¿Jesús de Nazaret fundó una religión?
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A parte de interrogarse uno por lo de no
tener en cuenta a las mujeres ni a los niños al contar los asistentes, también
excita la inteligencia y acelera los latidos del corazón comprobar (una vez
más) que Jesús no hizo ni mandó redactar un reglamento o
algo parecido como hicieran los fundadores de las religiones que circulan por
el planeta Tierra.
El Papa Francisco ha
recibido a José María Castillo que estaba en Roma para presentar su libro «La religión de Jesús.
Comentarios al Evangelio diario Ciclo C», editado por Desclée, escrito con
la idea clara de que el Evangelio no es una religión y, por tanto, el
cristianismo tampoco: es un proyecto de vida. Parece claro –digo yo-
que Jesús no fundó nada puesto que dio las llaves a sus primeros discípulos
para que hicieran lo que quisieran y como les diera la gana. Sabía por ser Dios que los suyos, como todos los demás seres humanos, se organizarían y
estructurarían en una religión y en una iglesia pero no se encarnó Él para
fundar nada nuevo y atentar contra las demás religiones. Y no es que no supiera
que se le iba a fallar,
incluso que se le traicionaría como hizo Judas. Las religiones tienen un fundador
históricamente determinado. Esos fundadores pudieron ser hombres que
honradamente buscaban estar cerca de Dios, pretendían conocerle o, incluso,
pudieron ser un instrumento de Dios, pero ellos y Jesucristo son incomparables
(cf El cristianismo y las religiones. Comisión Teológica Internacional.
EDIM. Valencia, 1997, 20-22). El judaísmo empezó con Abrahán sin ser una
religión y con el tiempo aquella muchedumbre de hombres y mujeres formaron una
única nación y diseñaron una religión. Religión y política siempre bien
juntitos, de la mano (?).
Las primeras comunidades
(iglesias) cristianas se expandieron por el Imperio romano sin conocer el
Evangelio pero lo vivían. No lo pudieron conocer porque, por ejemplo, Pablo
(Saulo de Tarso) no conoció a Jesús ni los evangelios ya que el primero
cronológicamente hablando, se escribió no antes del año 70, cuando ya Pedro y
Pablo habían muerto en Roma martirizados. Con el paso del tiempo se construirá
la Iglesia cuyos miembros no conocen el Evangelio. Esa actitud fue
prolongándose en los siglos y se dio una vuelta de rosca al inventarse la
imprenta y afirmar que leer la Biblia era cosa de los “protestantes”.
La primera traducción de
la Biblia, la del griego al latín, fue en el siglo V cuando san Jerónimo (†420 con 72 años), monje y eremita en una
gruta de Belén, tradujo al latín la Biblia griega y se la llama “vulgata”
porque la tradujo por mandato del Papa san Dámaso (+384 con 79 años), llamado
“el español”, pues la quería en lengua vulgar, en la lengua que hablaba el
vulgo, el pueblo.
En la construcción de la
estructura religiosa llamada cristianismo, no falta Teodosio, el Emperador que
dio un paso más que Constantino, pues el hijo de santa Helena “solamente”
permitió que la religión cristiana fuese tan legal como las demás religiones que
corrían por el Imperio romano. Pero Teodosio la declaró “religión de Estado”
(religión y política siempre de la mano), siendo la única permitida en todo el Imperio
romano; las demás pasaron a la clandestinidad pues fueron perseguidas y
destruidas. A partir de ese momento,
finales del siglo IV, hasta comienzos del siglo VI, se produjo un fenómeno muy
documentado que fue la entrada en avalancha de la gente más rica y potentada.
Los ricos no son gente mala, bastantes son muy generosos y saben que lo que
tienen no es solamente suyo sino que son administradores de algo que también
pertenece a los pobres.
Jesús no hizo ascos de
l@s ric@s, al contrario, se rodeó de algún@s ya que el dinero es necesario
también para hacer el bien. ¡Cuánto cuesta la manutención, la educación y la enseñanza
de un hijo o una hija! Pero la avalancha de donativos llevó a que los jerarcas
no supieran negarse a acumular tanta fortuna o no supieron (¿no quisieron?)
cuidar en justicia las riquezas recibidas en vida o en herencias. Jesús no tenía
dónde reclinar su cabeza, nació en un establo en Belén, vivió en Nazaret casi
toda su vida en una casa como los demás nazarenos, nada de palacios, castillos
o edificios monumentales, coches de alta gama, vestimentas ricas con
complementos de oro y joyas, etc.
En tiempos de Pablo VI
–cuenta Castillo-, estando en Roma el domingo de Pascua de Resurrección, fui a
la misa del Papa en la Plaza de san Pedro. Asistían aquellos militares que
mataron a tanta gente en Argentina; representantes de dictaduras de América
Latina, de Europa... Cuando vi
el espectáculo, impresionante, yo pensaba: y todo esto, ¿qué tiene que ver con
aquello de Jesús que nació en un pesebre y murió colgado como un delincuente? Algo
muy parecido me pasó a mí mientras veía por la tele el funeral de Juan Pablo
II, presidido por el cardenal Ratzinger, sentado allá en lo alto, en un trono
llamativo y asistiendo mandamases del mundo entero en los lugares de preferencia, contra el criterio reformador del Concilio. Esa entrada masiva de
gente rica y poderosa en la Iglesia le hizo dar un giro copernicano pues se
mantenía el Evangelio en un cajón y no se vivía. Y el Evangelio no
es una teoría –afirma Castillo-, es una forma de vivir y está presente en la
medida en que se vive.
La Iglesia: que tenemos
es una institución organizada, gestionada y estructurada minuciosamente pero
alejada y distante del Evangelio, aunque hay algunas personas, Movimientos y
grupos que se esfuerzan en vivirlo. El Espíritu Santo se está sirviendo del Papa argentino para ir corrigiendo esos errores arraigados en los eclesiásticos
y, por ello, algunas mentes y corazones chirrían al oír hablar de conversión y
cambiar lo que sea necesario, ya que también se les toca el bolsillo.
Castillo es un teólogo
que durante años fue condenado por defender una Teología popular, abierta y
cercana a los pobres y el hecho de que Francisco lo salude parece claro gesto
de que lo rehabilita
sin más formalidades, como por ejemplo hizo Juan Pablo II con el sacerdote
Antonio Rosmini (†1855 con 58 años),
rehabilitado en la Encíclica “Fe y razón”, aunque no cite explícitamente su
nombre. Obras de Rosmini en su tiempo se incluyeron en el “Índice” de libros
prohibidos pero Benedicto XVI lo beatificó en 2007. Pablo VI le llamó “profeta”
y en 2001 una «Nota de la Congregación para la
Doctrina de la Fe», firmada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, alejó
toda sombra de duda sobre su presunta culpabilidad. También Rosmini fue citado por Francisco
junto con Juana de Arco el 12 marzo 2015, en la homilía matutina, poniéndolos
como ejemplo de santos tachados de herejes: “Juana quemada viva y Antonio con todos sus libros en el Índice, era
pecado leerlos”.
Siga escribiendo, le dijo personalmente Francisco a
Castillo. No deje
de hacerlo porque con esto le hace mucho bien a la gente.
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