No
hace falta que vayan
Este pasaje
evangélico de una de las dos multiplicaciones de panes y peces que hace Jesús
ante la muchedumbre hambrienta, lo viene comentando Francisco en varias
ocasiones. Así en la homilía de este domingo XVIII (A) del TO o aquel 31 de
mayo de 2013, solemnidad del Cuerpo y de la sangre de Cristo, en la homilía de
la Misa celebrada en san Juan de Letrán, en que consideró que “ante todo:
¿quiénes son aquellos a los que dar de comer? (…) es la muchedumbre, la
multitud. Jesús está en medio a la gente, la recibe, le habla, la sana, le
muestra la misericordia de Dios”.
“Frente a la necesidad de la multitud, ésta es la solución de los
apóstoles: que cada uno piense en sí mismo: ¡despedir a la gente! ¡Cuántas veces nosotros cristianos tenemos esta
tentación! No
nos hacemos cargo de la necesidad de los otros, despidiéndolos con un piadoso:
“¡Que Dios te ayude!”. Pero la solución de Jesús va hacia otra dirección, una
dirección que sorprende a los discípulos: “denles ustedes de comer”.
Lo
mismo en la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo de 2019 en san Juan
de Letrán. «Dadles vosotros de comer.
Estas palabras causan asombro entre los
discípulos. No entendían, quizás se enfadaron y le responden: “No tenemos
más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar
alimentos para toda esta gente»
El
profeta Isaías recuerda: “Esto dice el Señor: Todos vosotros, los que tenéis
sed, venid por agua (…) y coman (…) comeréis bien, saborearéis platillos
sustanciosos” (Is 55, 1-3).
Mateo dice que “replicaron: No
tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados. El les dijo: Traédmelos
(…) Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado se
llenaron doce canastos” (Mt 14, 13-21).
Al decir «¿cuántos panes tenéis? Id a ver»
(Mc 6, 38), Jesús lanza un reto de manera muy concreta, consideraba Francisco y
sugería: mirad a ver qué recursos tenemos, qué puede aportar cada uno, qué
iniciativas se les ocurren, qué propuestas surgen. Preguntad, buscad, indagad.
No os conforméis con lo ya sabido; poned en marcha la creatividad, no os dejéis
llevar por el derrotismo, movilizad vuestros recursos de todo tipo —los
económicos también, pero no sólo ellos—. Es una pregunta y una invitación que
también nos lanza Jesús a nosotros, sus seguidores en este siglo XXI.
En Gaudete et exultate (GEx, 10),
dejaba escrito Francisco que “el Señor hace a cada uno de nosotros, esa llamada
que te dirige también a ti: «Sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11,
45; cf. 1Pet 1, 16). El Concilio
Vaticano II lo destacó con fuerza: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier
condición y estado (…) son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la
perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (LG,
11).
A lo largo y a lo ancho de la
Historia y del planeta Tierra hubo, hay y habrá millones de hombres (o sea mujeres y
también varones aunque no tantos) todas las razas, de todas las lenguas, de
todos los tiempos, de todas las religiones, que han dado, dan y darán de comer a
los suyos y a los que lo necesiten. Y eso es una cosa divina o sea muy
cristiana. Lo recuerda el Papa argentino afirmando que “también se manifiesta en estilos femeninos de santidad, indispensables
para reflejar la santidad de Dios en este mundo (…) recordar a tantas mujeres
desconocidas u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sostenido y
transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio” (GEx,
12).
Lo cristiano no es solo rezar e ir a
Misa sino el estar pendientes de los demás, en sus necesidades materiales o
espirituales, y por eso explica Francisco que “sin embargo, a veces tenemos la tentación de relegar la entrega
pastoral o el compromiso en el mundo a un lugar secundario, como si fueran
«distracciones»” (GEx, 27).
Juan Pablo II en Redemptor hominis (RH,
1979) exponía su programa de gobierno al inicio de su pontificado explicando
que “La tarea no es imposible (…) La
Iglesia (…) no cesa de pedir (…) a todos en nombre de Dios y en nombre del
hombre: (...) ¡Pensad en vuestros hermanos que sufren hambre y miseria! ¡Respetad la dignidad
y la libertad de cada uno!”
En la Enc “La misión del Redentor” (Redemptoris missio, XII-1990) decía que "La misión es
de todo el pueblo de Dios, es tarea de todos los fieles. La participación de
los laicos en la expansión de la fe aparece claramente, desde los primeros
tiempos del cristianismo, por obra de los fieles y familias. Esto lo recordaba
ya el Papa Pío XII y el Concilio Vaticano II ha confirmado esta tradición".
Jesús no resolvió el hambre de
todo el mundo a lo largo de la Historia, como si tuviese una varita mágica. Tampoco nosotros estamos llamados a
resolver todo, como si nos creyésemos los salvadores del mundo pero la hora presente requiere, y además con
urgencia, acciones concretas y eficaces, con objetivos cuantificables, con
procesos cualitativos, con dinámicas transformadoras, con resultados tangibles,
con metas evaluables. Y, sin duda, ello contribuye a mejorar el mundo,
haciéndolo más habitable, más humano, más justo, más solidario, más divino.
En
la carta ap “Empezando el nuevo milenio” (Novo millennio ineunte, NMI, 2001), una vez celebrado el gran Jubileo del año 2000, el Papa Wojtyla recordaba que “Obviamente todo esto tiene que realizarse con un estilo específicamente
cristiano: deben ser sobre todo los laicos, en virtud de su propia vocación,
quienes se hagan presentes en estas tareas, sin ceder nunca a la tentación de
reducir las comunidades cristianas a agencias sociales” (NMI, 52).
En
la Exh ap “Los fieles cristianos laicos” (ChL, 1988) escribió que “En
nuestro tiempo (…) La llamada se dirige a todos: «Este Sacrosanto Concilio
ruega en el Señor a todos los laicos que respondan con ánimo generoso y
prontitud de corazón a la voz de Cristo, que en esta hora invita a todos con
mayor insistencia»” (ChL, 1).
En Redemptoris missio seguía deciendo que “en vísperas del tercer milenio, toda la Iglesia
es invitada a vivir más profundamente el misterio de Cristo, colaborando con
gratitud en la obra de la salvación. Esto lo hace con María y como María, su
madre y modelo: ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén
animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a
la regeneración de los hombres”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario