Armagedon, la gran catástrofe
Esta Semana Santa vivida en confinamiento
por el coronavirus (covid-19), mientras hacía zapping para buscar algo que me interesara, he visto que al menos en
tres canales de la tele española, en 3 días distintos, han puesto la película Armagedon de 1998 que, según el
Apocalipsis (Apoc 16, 16) es la gran batalla al final de los tiempos, entre las
fuerzas diabólicas del anti-cristo y las divinas. Para l@s super creyentes fundamentalistas,
muert@s a la esperanza, ésta es –dicen- la hora en que se libra esa batalla
final. La Biblia afirma que quien diga que “tiempos pasados fueron mejores” es
un necio.
En el siglo V todo cristiano
que se preciaba llamaba a Atila el anti-cristo; solo hubo una excepción que fue
Severino (†482) agustino que quiso cristianizar las
orillas del Danubio que eran sacudidas por terribles embestidas de los Hunos
que sembraban la desolación y la ruina; venían a expoliar la riqueza, el poder
y la cultura de Europa pero Severino entendió que la fuerza de esos jóvenes
pueblos bárbaros era imparable y la decadente sociedad romana recuperaría con
ellos el vigor.
El Papa francés Silvestre II, parece que también creía
en la inminencia del final apocalíptico, tras haber recibido clases de magia en
Sevilla y en Córdoba. El 31 de diciembre del año 999, convocó a todos los
fieles de la Cristiandad a “esperar
juntos la gran hecatombe y el día del desastre”. Esa fiebre milenarista
quedó teóricamente superada con la interpretación de Tomás de Aquino (+1274)
que hizo una reflexión desde la fe y la cordura (cf S.Th I-II, q. 106, a. 4, ad
1) pero volvió a rebrotar en los ambientes de la Reforma, y de modo exacerbado
en las primeras sectas milenaristas americanas de ámbito cristiano y que actualmente
se comercializan como producto “ligth” en los movimientos de “New Age”.
El fin del mundo se suele
relacionar con las profecías apocalípticas del médico y astrónomo francés del
s. XVI Nostredamus quien, poco antes
de morir, dejó anotado algo que algunos interpretan como el fin del mundo: “del cielo vendrá un gran rey de terror”.
Buen revuelo se organizó con la fecha que algunos, interpretando al astrónomo,
calculaban el 11 de agosto de 1999, otros dijeron que decía septiembre. Alrededor
del 31 diciembre de 1999 hubo demasiados hechos cruentos, lamentables, pero no
se consideraron apocalípticos en sí mismos. Fueron provocados por algunas
sectas cristianas de líderes descerebrados, como los de Suiza o Uganda.
También en el mundo musulmán
hay hechos similares como la secta mística de los nakshabanditas que eligieron la región libanesa de Sin Reniye para
escapar de las catástrofes anunciadas para el 2000 por su jeque, el carismático
Nazem El Kubrusi, chipriota y políglota que estudió Ingeniería Química en
Estambul. Es una cofradía musulmana fundada hace seis siglos en Bujara, extendida
por Turquía, Irak, Uzbequistán, Bosnia, Malasia e Indonesia. Exalta el repudio
de la civilización occidental cristiana.
Cuando hacia el 2000 rebrotó
la fiebre apocalíptica como una pandemia planetaria, en USA, del libro Hal Lindsey sobre la inminencia del fin
del mundo, se compraron más de 30 millones de ejemplares, colocándose como
tercer libro más vendido, detrás de la Biblia y del Corán.
Se mantiene la mecha
encendida con el problema palestino-israelí pues el Islam, el cristianismo y el
judaísmo consideran el monte Moria de Jerusalén como el centro del mundo. Algunos
temían –aunque no sin fundamento- alguna catástrofe al final del segundo milenio
o al estreno del tercero pero no parece fundamentado decir que sería la
catástrofe apocalíptica que ha de preceder al fin del mundo con la segunda
venida del Señor, aunque los cristianos nos dispongamos interiormente a ello
cada domingo y en cada Eucaristía. Ya lo advirtió el propio Cristo: van a
suceder muchas cosas malas, guerras, etc., pero “entonces no será todavía el fin” (Mt 24, 4-14).
Georgei,
siguiendo los textos hindúes del Bhagavata-purana concluyó matemáticamente que el final de la “época oscura” será el año 2030. Jean Phaure (+2002 con 74 años), con
estudios astrológicos y con las tradiciones egipcias, griegas e indo-arias,
situó la “gran tribulación” en el año 2008. Era un gran conocedor de la
sabiduría esotérica y en 1960 estableció que “el principio del fin” sería a
partir de 1980 = 666 + 1314. Precisamente 666 es el número de la Bestia
apocalíptica y 1314 fue el año de la disolución de la Orden de los Templarios:
la considera fecha clave para la crisis de la civilización occidental cristiana
y el derrumbamiento de la Cristiandad. A su vez Pico della Mirandola fue un destacado representante de la Cábala
cristiana y en 1498 predijo que el fin del mundo sería 514 años y 25 días
después de su profecía, o sea, el 2012.
En 2015 el francés Boualem Sansal escribió “2084: el fin
del mundo”, una novela basada a su vez en la novela apocalíptica “1984” de George Orwell. El astrólogo y
numerólogo bíblico norteamericano David
Meade había profetizado el fin del mundo el día de san Jordi de 2018 en su
libro “Planeta X, la llegada de 2017”. La profetisa búlgara que en 1989
profetizó lo de las torres gemelas, Vangelia
Pandeva Dimitrov, conocida como Baba
Vanga (+ 1996 con 85 años), dijo que el fin del mundo será en el año 5079. Había
acertado, entre otras: que la URSS se desintegraba en 1991; que a finales
de la década de 2010 China sería la primera potencia mundial y que el 44º
Presidente de USA sería negro.
En el ámbito de la Reforma se
había desatado la fiebre milenarista europea con el ferviente teólogo luterano
Johann Valentin Andreae (+1654),
hijo del llamado “segundo Lutero”, pastor de Württemberg y Rector de la
Universidad protestante de Tubinga. Era miembro del “cenáculo de Tubinga”, un
grupo de luteranos inquietos, imbuidos de una fuerte expectación milenarista y
denunció públicamente la “Fraternidad Rosa Cruz” que considera una farsa e
intenta oponerse a ella mediante su propuesta de “Cristianópolis”, modelo de
ciudad cristiana para el milenio de paz apocalíptico. En la Norteamérica de
mediados del s. XIX hubo otro gran despertar de un milenarismo furioso en el
seno de tres grandes sectas cristianas: Mormones, Adventistas y Testigos de
Jehová.
Evidentemente cada día que
pasa nos acerca al final que los creyentes en Cristo creemos -para su segunda
venida o Parusía- pues forma parte de sus promesas, y las promesas divinas
nunca han dejado de cumplirse. Está cada día más “cerca” desde que Cristo
resucitado subió al cielo -donde está junto al Padre- hasta que vuelva, pero de
tal fecha, en boca del propio Cristo (cf Mc 13,32), nadie sabe ni el día ni la
hora, ni él como hombre ni los ángeles.
No suelen faltar predicadores
cristianos reformadores que llevados por el celo de conducir a las almas por
las buenas o por las malas, amenazan con predicaciones tremendistas y la
inminente llegada del fin del mundo, pues ven cumplido el que los cuatro jinetes
del Apocalipsis (Hambre, Peste, Guerra y Muerte) ya han recorrido o están acabando de recorrer la faz de la tierra, y por tanto el Juicio Final es inminente. Pablo ya tuvo que frenar esa fiebre apocalíptica de los primeros cristianos de Tesalónica: "que no os inquiete ni os alarmeís" (1Tes 5, 2; 2Tes 2, 2), convencidos de que Cristo glorioso volvía ¡ya!
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