martes, 14 de abril de 2020

PANDEMIAS DE FIEBRES APOCALÍPTICAS

Armagedon, la gran catástrofe


Esta Semana Santa vivida en confinamiento por el coronavirus (covid-19), mientras hacía zapping para buscar algo que me interesara, he visto que al menos en tres canales de la tele española, en 3 días distintos, han puesto la película Armagedon de 1998 que, según el Apocalipsis (Apoc 16, 16) es la gran batalla al final de los tiempos, entre las fuerzas diabólicas del anti-cristo y las divinas. Para l@s super creyentes fundamentalistas, muert@s a la esperanza, ésta es –dicen- la hora en que se libra esa batalla final. La Biblia afirma que quien diga que “tiempos pasados fueron mejores” es un necio.

En el siglo V todo cristiano que se preciaba llamaba a Atila el anti-cristo; solo hubo una excepción que fue Severino (†482) agustino que quiso cristianizar las orillas del Danubio que eran sacudidas por terribles embestidas de los Hunos que sembraban la desolación y la ruina; venían a expoliar la riqueza, el poder y la cultura de Europa pero Severino entendió que la fuerza de esos jóvenes pueblos bárbaros era imparable y la decadente sociedad romana recuperaría con ellos el vigor.

El Papa francés Silvestre II, parece que también creía en la inminencia del final apocalíptico, tras haber recibido clases de magia en Sevilla y en Córdoba. El 31 de diciembre del año 999, convocó a todos los fieles de la Cristiandad a “esperar juntos la gran hecatombe y el día del desastre”. Esa fiebre milenarista quedó teóricamente superada con la interpretación de Tomás de Aquino (+1274) que hizo una reflexión desde la fe y la cordura (cf S.Th I-II, q. 106, a. 4, ad 1) pero volvió a rebrotar en los ambientes de la Reforma, y de modo exacerbado en las primeras sectas milenaristas americanas de ámbito cristiano y que actualmente se comercializan como producto “ligth” en los movimientos de “New Age”.

El fin del mundo se suele relacionar con las profecías apocalípticas del médico y astrónomo francés del s. XVI Nostredamus quien, poco antes de morir, dejó anotado algo que algunos interpretan como el fin del mundo: “del cielo vendrá un gran rey de terror”. Buen revuelo se organizó con la fecha que algunos, interpretando al astrónomo, calculaban el 11 de agosto de 1999, otros dijeron que decía septiembre. Alrededor del 31 diciembre de 1999 hubo demasiados hechos cruentos, lamentables, pero no se consideraron apocalípticos en sí mismos. Fueron provocados por algunas sectas cristianas de líderes descerebrados, como los de Suiza o Uganda.

También en el mundo musulmán hay hechos similares como la secta mística de los nakshabanditas que eligieron la región libanesa de Sin Reniye para escapar de las catástrofes anunciadas para el 2000 por su jeque, el carismático Nazem El Kubrusi, chipriota y políglota que estudió Ingeniería Química en Estambul. Es una cofradía musulmana fundada hace seis siglos en Bujara, extendida por Turquía, Irak, Uzbequistán, Bosnia, Malasia e Indonesia. Exalta el repudio de la civilización occidental cristiana.

Cuando hacia el 2000 rebrotó la fiebre apocalíptica como una pandemia planetaria, en USA, del libro Hal Lindsey sobre la inminencia del fin del mundo, se compraron más de 30 millones de ejemplares, colocándose como tercer libro más vendido, detrás de la Biblia y del Corán.

Se mantiene la mecha encendida con el problema palestino-israelí pues el Islam, el cristianismo y el judaísmo consideran el monte Moria de Jerusalén como el centro del mundo. Algunos temían –aunque no sin fundamento- alguna catástrofe al final del segundo milenio o al estreno del tercero pero no parece fundamentado decir que sería la catástrofe apocalíptica que ha de preceder al fin del mundo con la segunda venida del Señor, aunque los cristianos nos dispongamos interiormente a ello cada domingo y en cada Eucaristía. Ya lo advirtió el propio Cristo: van a suceder muchas cosas malas, guerras, etc., pero “entonces no será todavía el fin” (Mt 24, 4-14).

Georgei, siguiendo los textos hindúes del Bhagavata-purana concluyó matemáticamente que el final de la “época oscura” será el año 2030. Jean Phaure (+2002 con 74 años), con estudios astrológicos y con las tradiciones egipcias, griegas e indo-arias, situó la “gran tribulación” en el año 2008. Era un gran conocedor de la sabiduría esotérica y en 1960 estableció que “el principio del fin” sería a partir de 1980 = 666 + 1314. Precisamente 666 es el número de la Bestia apocalíptica y 1314 fue el año de la disolución de la Orden de los Templarios: la considera fecha clave para la crisis de la civilización occidental cristiana y el derrumbamiento de la Cristiandad. A su vez Pico della Mirandola fue un destacado representante de la Cábala cristiana y en 1498 predijo que el fin del mundo sería 514 años y 25 días después de su profecía, o sea, el 2012.

En 2015 el francés Boualem Sansal escribió “2084: el fin del mundo”, una novela basada a su vez en la novela apocalíptica “1984” de George Orwell. El astrólogo y numerólogo bíblico norteamericano David Meade había profetizado el fin del mundo el día de san Jordi de 2018 en su libro “Planeta X, la llegada de 2017”. La profetisa búlgara que en 1989 profetizó lo de las torres gemelas, Vangelia Pandeva Dimitrov, conocida como Baba Vanga (+ 1996 con 85 años), dijo que el fin del mundo será en el año 5079. Había acertado, entre otras: que la URSS se desintegraba en 1991; que a finales de la década de 2010 China sería la primera potencia mundial y que el 44º Presidente de USA sería negro.

En el ámbito de la Reforma se había desatado la fiebre milenarista europea con el ferviente teólogo luterano Johann Valentin Andreae (+1654), hijo del llamado “segundo Lutero”, pastor de Württemberg y Rector de la Universidad protestante de Tubinga. Era miembro del “cenáculo de Tubinga”, un grupo de luteranos inquietos, imbuidos de una fuerte expectación milenarista y denunció públicamente la “Fraternidad Rosa Cruz” que considera una farsa e intenta oponerse a ella mediante su propuesta de “Cristianópolis”, modelo de ciudad cristiana para el milenio de paz apocalíptico. En la Norteamérica de mediados del s. XIX hubo otro gran despertar de un milenarismo furioso en el seno de tres grandes sectas cristianas: Mormones, Adventistas y Testigos de Jehová.

Evidentemente cada día que pasa nos acerca al final que los creyentes en Cristo creemos -para su segunda venida o Parusía- pues forma parte de sus promesas, y las promesas divinas nunca han dejado de cumplirse. Está cada día más “cerca” desde que Cristo resucitado subió al cielo -donde está junto al Padre- hasta que vuelva, pero de tal fecha, en boca del propio Cristo (cf Mc 13,32), nadie sabe ni el día ni la hora, ni él como hombre ni los ángeles.

No suelen faltar predicadores cristianos reformadores que llevados por el celo de conducir a las almas por las buenas o por las malas, amenazan con predicaciones tremendistas y la inminente llegada del fin del mundo, pues ven cumplido el que los cuatro jinetes del Apocalipsis (Hambre, Peste, Guerra y Muerte) ya han recorrido o están acabando de recorrer la faz de la tierra, y por tanto el Juicio Final es inminente. Pablo ya tuvo que frenar esa fiebre apocalíptica de los primeros cristianos de Tesalónica: "que no os inquiete ni os alarmeís" (1Tes 5, 2; 2Tes  2, 2), convencidos de que Cristo glorioso volvía ¡ya!

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