Armagedon, la gran catástrofe

En el siglo V todo cristiano
que se preciaba llamaba a Atila el anti-cristo; solo hubo una excepción que fue
Severino (†482) agustino que quiso cristianizar las
orillas del Danubio que eran sacudidas por terribles embestidas de los Hunos
que sembraban la desolación y la ruina; venían a expoliar la riqueza, el poder
y la cultura de Europa pero Severino entendió que la fuerza de esos jóvenes
pueblos bárbaros era imparable y la decadente sociedad romana recuperaría con
ellos el vigor.
El Papa francés Silvestre II, parece que también creía
en la inminencia del final apocalíptico, tras haber recibido clases de magia en
Sevilla y en Córdoba. El 31 de diciembre del año 999, convocó a todos los
fieles de la Cristiandad a “esperar
juntos la gran hecatombe y el día del desastre”. Esa fiebre milenarista
quedó teóricamente superada con la interpretación de Tomás de Aquino (+1274)
que hizo una reflexión desde la fe y la cordura (cf S.Th I-II, q. 106, a. 4, ad
1) pero volvió a rebrotar en los ambientes de la Reforma, y de modo exacerbado
en las primeras sectas milenaristas americanas de ámbito cristiano y que actualmente
se comercializan como producto “ligth” en los movimientos de “New Age”.

También en el mundo musulmán
hay hechos similares como la secta mística de los nakshabanditas que eligieron la región libanesa de Sin Reniye para
escapar de las catástrofes anunciadas para el 2000 por su jeque, el carismático
Nazem El Kubrusi, chipriota y políglota que estudió Ingeniería Química en
Estambul. Es una cofradía musulmana fundada hace seis siglos en Bujara, extendida
por Turquía, Irak, Uzbequistán, Bosnia, Malasia e Indonesia. Exalta el repudio
de la civilización occidental cristiana.
Cuando hacia el 2000 rebrotó
la fiebre apocalíptica como una pandemia planetaria, en USA, del libro Hal Lindsey sobre la inminencia del fin
del mundo, se compraron más de 30 millones de ejemplares, colocándose como
tercer libro más vendido, detrás de la Biblia y del Corán.
Se mantiene la mecha
encendida con el problema palestino-israelí pues el Islam, el cristianismo y el
judaísmo consideran el monte Moria de Jerusalén como el centro del mundo. Algunos
temían –aunque no sin fundamento- alguna catástrofe al final del segundo milenio
o al estreno del tercero pero no parece fundamentado decir que sería la
catástrofe apocalíptica que ha de preceder al fin del mundo con la segunda
venida del Señor, aunque los cristianos nos dispongamos interiormente a ello
cada domingo y en cada Eucaristía. Ya lo advirtió el propio Cristo: van a
suceder muchas cosas malas, guerras, etc., pero “entonces no será todavía el fin” (Mt 24, 4-14).

En 2015 el francés Boualem Sansal escribió “2084: el fin
del mundo”, una novela basada a su vez en la novela apocalíptica “1984” de George Orwell. El astrólogo y
numerólogo bíblico norteamericano David
Meade había profetizado el fin del mundo el día de san Jordi de 2018 en su
libro “Planeta X, la llegada de 2017”. La profetisa búlgara que en 1989
profetizó lo de las torres gemelas, Vangelia
Pandeva Dimitrov, conocida como Baba
Vanga (+ 1996 con 85 años), dijo que el fin del mundo será en el año 5079. Había
acertado, entre otras: que la URSS se desintegraba en 1991; que a finales
de la década de 2010 China sería la primera potencia mundial y que el 44º
Presidente de USA sería negro.
En el ámbito de la Reforma se
había desatado la fiebre milenarista europea con el ferviente teólogo luterano
Johann Valentin Andreae (+1654),
hijo del llamado “segundo Lutero”, pastor de Württemberg y Rector de la
Universidad protestante de Tubinga. Era miembro del “cenáculo de Tubinga”, un
grupo de luteranos inquietos, imbuidos de una fuerte expectación milenarista y
denunció públicamente la “Fraternidad Rosa Cruz” que considera una farsa e
intenta oponerse a ella mediante su propuesta de “Cristianópolis”, modelo de
ciudad cristiana para el milenio de paz apocalíptico. En la Norteamérica de
mediados del s. XIX hubo otro gran despertar de un milenarismo furioso en el
seno de tres grandes sectas cristianas: Mormones, Adventistas y Testigos de
Jehová.
Evidentemente cada día que
pasa nos acerca al final que los creyentes en Cristo creemos -para su segunda
venida o Parusía- pues forma parte de sus promesas, y las promesas divinas
nunca han dejado de cumplirse. Está cada día más “cerca” desde que Cristo
resucitado subió al cielo -donde está junto al Padre- hasta que vuelva, pero de
tal fecha, en boca del propio Cristo (cf Mc 13,32), nadie sabe ni el día ni la
hora, ni él como hombre ni los ángeles.

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