Y
tras la pandemia, ¿qué?
Ya se vienen alzando bastantes voces en esta situación anormal
del planeta Tierra y el confinamiento de toda la humanidad, “quédate en casa” es el grito de guerra, y
hay que dar las gracias repetidamente a todas esas voces y esas plumas que
escriben en la prensa o en las redes sociales, denunciando lo malo y remarcando
lo positivo que pueda vivirse ahora, pero que no sean voces que se las lleva el
viento o “papel mojado”.
La normal actitud racional del ser humano exige hacer crítica de
todo lo que ocurre en la vida y también en esta hora pandémica se ha de poner sobre el tapete lo que está pasando, lo que se dice, lo que se hace. Así que no quedan al margen las
medidas gubernamentales contra la pandemia que, además, a primera vista, unas
cuantas le chocan “al más pintado”; llaman la atención y se merecen un comentario.

La inteligencia humana no queda indiferente cuando le dicen que durante
el estado de alarma se exige reclusión total de los ciudadanos con el actual
confinamiento, sin embargo se da permiso (¿?) para pasear el perro o la
mascota que sea y no pueda hacerse lo mismo con l@s niñ@s, l@s abuel@s o con la edad que
sea. la población humana sabe por sí misma, ante la pandemia, dar paseos lógicamente comedidos, guardando las distancias que la
prudencia requiere y que el sentido común provoca. Enciende el alma eso de las multas injustas, excesivas,
escandalosas... ¿Pero seguirá teniendo razón el filósofo medieval Tomás de
Aquino que afirmaba con toda seguridad de que el sentido común es el menos
común de os sentidos?

Desde luego ver los templos no solo vacíos sino cerrados, por la educación recibida, causa un primer “shock” de extrañeza pero se pasa enseguida. Jesús ni necesitó ni mandó a corto, medio o largo plazo, construir templos, basílicas o catedrales. Pero cada atardecer, esos aplausos diarios del vecindario al personal sanitario ponen la carne de gallina.
También estas semanas suena “raro” el que en el mundo cristiano
occidental se profetice el futuro negativo solo por el hecho de ver los templos vacíos.
Si la vitalidad del cristianismo está en la cantidad que acude (con más o menos
fe) a los templos y se olvida o desecha el otro 95% de los “compromisos
bautismales, ¡apaga y vámonos!
El papa Francisco viene denunciando el actual cáncer del
clericalismo que tiene mil versiones pues abarca toda la vida eclesial (no solo la eclesiástica) pero aunque clericalismo sea una palabra que todos oyen, no está claro que
la escuchen pues no parece que se concrete la terapia que ello exige y, por
ello, la metástasis está asegurada por su propio pie. El clericalismo solo quiere tener los templos llenos y las procesiones a reventar.

Llama también la atención ver la extrañeza de no pocos creyentes por lo del modo de recibir la comunión en las condiciones de pandemia y la validez de la tele o internet para “cumplir válidamente” la vida religiosa.

Lo divino no es excusa para que todo lo humano sea buenísimo e
intocable. Decir que la Iglesia es Madre no es para tener los ojos vendados. “La Iglesia está llamada a liberarse de todo apoyo puramente humano
para vivir en profundidad la ley evangélica de las Bienaventuranzas…” dejaba
por escrito Juan Pablo II (Encíclica Ut omnes unum sint, 3).
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