viernes, 24 de abril de 2020

AHORA CONFINAMIENTO

Y tras la pandemia, ¿qué?



Ya se vienen alzando bastantes voces en esta situación anormal del planeta Tierra y el confinamiento de toda la humanidad, “quédate en casa” es el grito de guerra, y hay que dar las gracias repetidamente a todas esas voces y esas plumas que escriben en la prensa o en las redes sociales, denunciando lo malo y remarcando lo positivo que pueda vivirse ahora, pero que no sean voces que se las lleva el viento o “papel mojado”.

La normal actitud racional del ser humano exige hacer crítica de todo lo que ocurre en la vida y también en esta hora pandémica se ha de poner sobre el tapete lo que está pasando, lo que se dice, lo que se hace. Así que no quedan al margen las medidas gubernamentales contra la pandemia que, además, a primera vista, unas cuantas le chocan “al más pintado”; llaman la atención y se merecen un comentario.

Tanto con las cosas sociales civiles como las eclesiales. Juan Pablo II dejaba escrito en su primera encíclica programática que “el criticismo debe tener sus límites justos. En caso contrario deja de ser constructivo y no sería expresión de la actitud de servicio, sino más bien de la voluntad de dirigir la opinión de los demás según la opinión propia, divulgada a veces de manera demasiado desconsiderada”. Se entiende que no estuvo pidiendo que se tapara la boca a todo creyente ni mirara para otro lado cuando en su bando esa conducta de dirigir a los demás fue, era y es la práctica habitual de una no pequeña minoría, la ecclesiástica que no el laicado (cf Redemptor hominis, 4).

La inteligencia humana no queda indiferente cuando le dicen que durante el estado de alarma se exige reclusión total de los ciudadanos con el actual confinamiento, sin embargo se da permiso (¿?) para pasear el perro o la mascota que sea y no pueda hacerse lo mismo con l@s niñ@s, l@s abuel@s o con la edad que sea. la población humana sabe por sí misma, ante la pandemia, dar paseos lógicamente comedidos, guardando las distancias que la prudencia requiere y que el sentido común provoca. Enciende el alma eso de las multas injustas, excesivas, escandalosas... ¿Pero seguirá teniendo razón el filósofo medieval Tomás de Aquino que afirmaba con toda seguridad de que el sentido común es el menos común de os sentidos?

Es evidente que todos los temas o asuntos de la vida humana han de ser criticados, para hacer honor a la racionalidad, absolutamente todos, sin excepción alguna, pero a su vez todos, absolutamente todos, tienen sus luces y sus sombras. Uno que no puede quedar sin reflexión es el actual hecho de que los creyentes de cualquier religión no puedan acudir a sus reuniones, actos de culto, misas, bodas… una medida radical, sin tonalidades grises, para evitar (dicen) los contagios.

Desde luego ver los templos no solo vacíos sino cerrados, por la educación recibida, causa un primer “shock” de extrañeza pero se pasa enseguida. Jesús ni necesitó ni mandó a corto, medio o largo plazo, construir templos, basílicas o catedrales. Pero cada atardecer, esos aplausos diarios del vecindario al personal sanitario ponen la carne de gallina.

También estas semanas suena “raro” el que en el mundo cristiano occidental se profetice el futuro negativo solo por el hecho de ver los templos vacíos. Si la vitalidad del cristianismo está en la cantidad que acude (con más o menos fe) a los templos y se olvida o desecha el otro 95% de los “compromisos bautismales, ¡apaga y vámonos!

El papa Francisco viene denunciando el actual cáncer del clericalismo que tiene mil versiones pues abarca toda la vida eclesial (no solo la eclesiástica) pero aunque clericalismo sea una palabra que todos oyen, no está claro que la escuchen pues no parece que se concrete la terapia que ello exige y, por ello, la metástasis está asegurada por su propio pie. El clericalismo solo quiere tener los templos llenos y las procesiones a reventar. 

La Iglesia fue inventada y fundada por Jesucristo para algo y que en lenguaje actual se define como hecha para una colaboración imprescindible en la construcción del bien común a cargo de l@s bautizad@s, cada un@ en su lugar que le toca estar en este mundo y codo con codo con los demás de su aldea, de su pueblo, nación y, hoy por hoy, de la aldea global. No está fundada para el protagonismo de los eclesiásticos lo cual ha hecho y sigue haciendo mucho daño. Cuando se ve al Papa solo en la plaza vacía o dentro de la vacía basílica de san Pedro, hay quienes dicen: “esto no puede ser; esto es el fin; así la Iglesia desaparece…”. Me gustaría ver la cara que por ell@s pone Cristo Jesús resucitado.

Llama también la atención ver la extrañeza de no pocos creyentes por lo del modo de recibir la comunión en las condiciones de pandemia y la validez de la tele o internet para “cumplir válidamente” la vida religiosa.

La Iglesia no es solo una empresa humana para algo divino. “No es una organización social, filantrópica, como hay muchas: es la Comunidad de Dios” (Benedicto XVI, sábado 2 julio 2011 a los fieles de Altamura-Gravina-Acquaviva delle Fonti, comprometidos en el primer Sínodo pastoral diocesano)

Lo divino no es excusa para que todo lo humano sea buenísimo e intocable. Decir que la Iglesia es Madre no es para tener los ojos vendados. La Iglesia está llamada a liberarse de todo apoyo puramente humano para vivir en profundidad la ley evangélica de las Bienaventuranzas…” dejaba por escrito Juan Pablo II (Encíclica Ut omnes unum sint, 3).

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