domingo, 13 de octubre de 2019

UN CAMBIO DE ERA

No una era de cambios


San Pablo dice que “Podéis estar seguros: Si morimos con él, también viviremos con él” (2Tim 2, 8-13). Morir es acabar algo pero para empezar otra cosa mejor con un cambio notorio e indiscutible. Morir es imprescindible y el mismo Jesús recordó que si el grano de trigo no muere, no da fruto.

Ya decía Pío XII que era un «cambio de era» y no una «era de cambios» y Juan Pablo II escribía que “el Concilio Vaticano II marca una época nueva en la vida de la Iglesia. Esto es verdad (Novo milenio adveniente, 8).
(…) Había pensado en este Año Santo del dos mil (…) como una convocatoria providencial en la cual la Iglesia, treinta y cinco años después del Concilio Ecuménico Vaticano II, habría sido invitada a interrogarse sobre su renovación para asumir con nuevo ímpetu su misión evangelizadora (ibid, 2).
Y más adelante apuntaba puntos de reforma, de mejora, de cambios diciendo: “¿Cómo no pensar en (…) el ministerio petrino  (…) la colegialidad episcopal designio mismo de Cristo sobre la Iglesia (…) la reforma de la Curia romana, la organización de los Sínodos y el funcionamiento de las Conferencias Episcopales” (ibid, 44 ).

O sea que Francisco lo único que hace es poner patas a esos propósitos que el Espíritu Santo ha señalado a la Iglesia de Cristo.

Juan Pablo II, en su primera encíclica “El Redentor del hombre” (Redemptor hominis, RH, 1979), al considerar cómo respondemos al sígueme que Cristo dice a cada discípul@, comenta que “a veces con poca responsabilidad y mucha incoherencia… pero con libertad y por ella” (RH 21)

Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, escribió en una de las últimas cartas apostólicas, la de la clausura del Gran Jubileo del 2000, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37) (…) Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo (NMI, 29).

Para la eficacia del testimonio cristiano (…) subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano” (NMI, 51). Así es el ambiente del actual Sínodo de la Amazonia.

Los hombres olvidaron el Evangelio y a fuerza de mezclarse con el mundo, se hicieron «del mundo»” (Rops, p. 212-13). Julián Marías, a quien leía Juan Pablo II, dice en Perspectiva cristiana que la fe se “enrarece” desde el Renacimiento. Se fijan tanto en el pecado (lo negativo) que se confiesan incluso de los veniales y se olvida la Redención. Algunos mantienen todavía la perspectiva tradicional, más por “beligerancia” o “resistencia” que por “naturalidad”.

En pp 105 ss trata sobre las infidelidades cristianas al cristianismo, sobre las adherencias históricas y sociales, sobre lo científico que parecía incompatible con la fe, etc. No parece nada descabellado ni inoportuno ni erróneo entender y afirmar que hace falta recomenzar, cambiar, mejorar.

Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (Novo milenio ineunte, 43).

Cada domingo Cristo resucitado nos convoca de nuevo como en el Cenáculo… para… iniciarlos en la gran aventura de la evangelización (…) El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza «que no defrauda» (Rm 5 ,5) (Novo milenio ineunte, 58).

El papa Francisco "simplemente" se dedica a ayudar al pueblo de Dios ha hacer vida la teoría y el mismísimo Evangelio. Y así, en la encíclica “La alegría del Evangelio” (Evangelium gaudium, EvG), escribe: “¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!” (EvG, 261).

Si pensamos que las cosas no van a cambiar –sigue diciendo Francisco- , recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive” (EvG, 275).

“La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva!” (EvG 278).

San Rigoberto (+740 con 80 años), benedictino, obispo de Reims, rezaba: “Señor, dame valor para cambiar lo que se debe cambiar, serenidad para aceptar lo que no puede cambiarse y sabiduría para distinguir una cosa de la otra”.

La Liturgia de la Palabra de hoy –domingo XXVIII del TO, ciclo C – además de la referencia paulina al morir y vivir, versa sobre el dar gracias y es casi automático recordar el refrán de que “es de bien nacidos ser agradecidos”. En la proclamación del Evangelio se escucha que Jesús cura a 10 leprosos y solo 1 (samaritano) da las gracias. ¿Dónde están los otros nueve?, preguntó Jesús. Naamán, curado de la lepra, agradece con un regalo siendo una persona no israelita sino pagana, no perteneciente al pueblo de Dios (cfr 2Reyes 5, 14-17).

Cervantes en “El Quijote” escribe que “Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno” (II parte, cap 58). Se puede dar las gracias de muchas maneras, también como los niños que sin pronunciar esas palabras, se les nota si no paran de jugar con los regalos.

María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos (…) Con María avanzamos confiados” (EvG, 288).

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