Leer y escuchar la Palabra de Dios
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Leer
las llamadas sagradas Escrituras (SSEE) se viene impulsando desde el Concilio
Vaticano II pues en los siglos anteriores era un descuido y no se supo sacar
partido al nuevo invento de la imprenta que facilitó el que cada hombre o mujer
pudiera tener a mano una Biblia ya que no se tenía que seguir escribiendo a
mano, una a una y podía estar al alcance de cualquiera.
El
documento conciliar Palabra de Dios (Dei Verbum, DV, 18-XI-1965) fue el más
difícil de aprobar pues es el que dio más guerra para su redacción y aprobación
final. Ayuda a prestar atención que con Benedicto XVI tuviera lugar en 2010 un
Sínodo sobre la Sda Escritura y le dio pie a escribir la Exh Ap postsinodal “Palabra
del Señor” (Verbum Domini, VD) en la
que dice: “Con esta Exhortación, cumplo
con agrado la petición de los Padres de dar a conocer a todo el Pueblo de Dios
la riqueza surgida en la reunión vaticana y las indicaciones propuestas, como
fruto del trabajo en común” (VD 1).
“Hay que reconocer que en los últimos
decenios –sigue diciendo el Papa alemán- ha aumentado en la vida eclesial la sensibilidad sobre este tema (…) De
todos es conocido el gran impulso que la Constitución dogmática Dei Verbum ha dado a la
revalorización de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, a la reflexión
teológica sobre la divina revelación y al estudio de la Sagrada Escritura”
(VD 3) (…) “que la Biblia no quede como
una Palabra del pasado, sino como algo vivo y actual” (VD 5).
Hubo
un obispo francés que en una ocasión quiso advertir de la tentación de algunos
clérigos de creer que los fieles no han entendido nada de la Palabra de Dios escuchada
en la Eucaristía y con su homilía sí podrán enterarse y entender.
“Bastantes
intervenciones de los Padres sinodales –se sigue leyendo de Benedicto XVI- insistieron en el valor del silencio en
relación con la Palabra de Dios y con su recepción en la vida de los fieles (…)
de tal manera que favorezca la meditación. Cuando el silencio está previsto,
debe considerarse «como parte de la celebración» (VD 66).
Leer
cada día un poco, repite el papa Francisco, pero hay que andar con cuidado con
el cumplo y miento pues aunque se lea a diario un párrafo, una página o siquiera
un versículo, saltan a la vista que se viven muchas cosas que no son del
Evangelio e incluso son antievangélicas.
“El Sínodo ha dirigido muchas veces su
atención a los fieles laicos, dándoles las gracias por su generoso compromiso
en la difusión del Evangelio en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana,
del trabajo, la escuela, la familia y la educación. Esta tarea, que proviene
del bautismo” (VD 84). Pero que el testimonio no sea anti-testimonio como
hizo considerar Juan Pablo II, antes, durante y después de la celebración del
Gran Jubileo del 2000.
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La buena manera de evangelizar es también preocupación actual de
Francisco que pide “buscar superar este divorcio entre teología
y pastoral, entre fe y vida, ha sido precisamente uno de los principales
aportes del Concilio Vaticano II” (Veritatis gaudium, 2, XII-2017)
Evangelizar bien fue preocupación de todos sus predecesores como Juan
Pablo II que escribió sobre ello recordando que “el diálogo interreligioso,
que no sustituye al anuncio, debe hacerse con la íntima disposición de la
escucha que suscita en los mismos discípulos de Cristo comprender más
profundamente su mensaje” (NMI, 56).
Benedicto XVI, a la Asamblea Ordinaria del Consejo Superior de las
Obras Misioneras Pontificias (OMP), 21-V-2010, organismo dependiente de la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos, subrayó que "La
misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes lleva aparejado un juicio
crítico sobre las transformaciones planetarias, que están cambiando
sustancialmente la cultura de la humanidad (…) La predicación del Evangelio es
la llamada a la libertad de los hijos de Dios para la construcción de una
sociedad más justa y solidaria".
“Hay que reconocer también -escribía el Papa Ratzinger- que la misma creación, el «liber
naturae», forma parte esencialmente de esta sinfonía a varias voces en
que se expresa el único Verbo (VD 7). O sea que la preocupación ecológica es
algo cristiano y no solamente un tic “franciscano”. Seguía Benedicto XVI
escribiendo que “La creación es el lugar
en el que se desarrolla la historia de amor entre Dios y su criatura; por
tanto, la salvación del hombre (…) Esto nos permite reconocer plenamente los
dones preciosos recibidos del Creador: el valor del propio cuerpo, el don de la
razón, la libertad y la conciencia” (VD 9).
“La Palabra divina, por tanto, se expresa a
lo largo de toda la historia de la salvación” (VD 7), o sea desde Adán y
Eva; habla Dios de muchas maneras también a través de l@s no cristian@s.
La Constitución conciliar
“Dei verbum” termina diciendo: “Así,
pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados, la palabra de Dios se
difunda y resplandezca y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia,
llene más y más los corazones de los hombres (…) es de esperar un nuevo impulso
de la vida espiritual de la acrecida veneración de la palabra de Dios que
"permanece para siempre" (Is,
40, 8; cf. 1Pe, 1, 23-25)” (DV, 26).
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Benedicto
XVI termina su Exh. Ap. postsinodal diciendo: “Deseo llamar la atención sobre la familiaridad de María con la Palabra
de Dios. (…) Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se
convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone
de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el
pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios” (VD 28).
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