domingo, 11 de agosto de 2019

LA FE, PRUEBA DE LO QUE NO SE VE

Tened las lámparas encendidas



En la Palabra de Dios de este domingo (11 agosto) XIX, ciclo C, del TO, oímos unas palabras de Jesús que Lucas recoge: “Tened (…) las lámparas encendidas” (Lc 12, 32).

En la reciente fiesta de la transfiguración de Jesús en el Tabor (6 agosto), Pedro recordaba en su segunda carta que a “la palabra de los profetas hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro” (2Pt, 1 19). Los profetas son lámparas encendidas como las bombillas porque también dan luz que no es propia sino que les llega al estar conectadas a la red.

La fe es certeza en las cosas que se esperan; y prueba de las que no se ven” (Heb 11, 1-2. 8-19). No es que no se vean por falta de luz sino por no meter la inteligencia en el misterio para “ver” hasta donde uno es capaz. Y no se consigue a la primera intentona, de un plumazo. La luz de la fe es don divino en la inteligencia por ser imagen y semejanza de Dios, lo cual que conlleva conocer la verdad y poder hacer las cosas de la vida diaria como las haría Él en nuestro caso.

En la próxima solemnidad de la asunción de María, tenemos ante los ojos un dato de fe, o sea de algo que no se “ve” pero de lo que podemos vislumbrar al menos una partícula de verdad en esta nuestra vida terrenal de la que fue sacada María y de una manera excepcional respecto al resto de los hombres.

El Catecismo de la Iglesia recoge un texto bizantino, de los cristianos de Oriente, en donde se lee que “en tu dormición no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con la fuente de la Vida [Liturgia bizantina, Tropario fiesta Dormición, 15 agosto] (CEC, 966). Se va pero se queda.

También el Prefacio del Misal romano reza lo mismo: “desde su asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina y protege sus pasos hacia la patria celeste hasta la venida gloriosa del Señor”. María, como su hijo Jesús, el Verbo encarnado, se fue al cielo pero no se marchó de nuestro lado. Jesús mismo dijo “conviene que yo me vaya” pero en otra ocasión avisó de que “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

María, como su hijo Jesucristo, está en el cielo y, mientras tanto, nosotros aguardamos su gloriosa y segunda venida al final de los tiempos. Entonces será realidad real para los humanos el reino de Dios que ahora se siembra pero como no está de manera definitiva, por lo que algunos se ponen nerviosos e impacientes pues quieren ver ya ahora y aquí en la Tierra la implantación definitiva. Para ellos, sobre todo, Francisco se desgañita en recordar que hay que evitar el clericalismo es una debilitación del sentido escatológico y una pérdida de conciencia sobre las características que Dios ha querido que tenga el tiempo que media entre la Resurrección y la Parusía. El triunfo de Cristo resulta entonces traído a la Historia actual e identificado con el triunfo humano, terreno, del cristiano. El clericalismo -dice Francisco- es un cáncer que se está tratando con sesiones de quimio para extirparlo o al menos reducirlo y que no sea letal. 

Cada ser humano, hombres y mujeres, laic@s, hacen lo que pueden para sacar adelante este mundo e irlo mejorando (si es posible); a toda la humanidad se dirige Dios y se dirige la Iglesia. A Dios le importa pero muy mucho este mundo que él creó para el hombre, encargándole que lo trabaje, lo mejore, lo haga una antesala del cielo. El Concilio Vaticano II se clausuraba con el “mensaje a la humanidad” de los padres conciliares, a todo@s, y donde se lee: “A vosotros todos, artistas (…) poetas y gentes de letras, pintores, escultores, arquitectos, músicos, hombres de teatro y cineastas”.

Lo recordaba Juan Pablo II (cf NMI, 56) impulsando las indicaciones conciliares para hacerlas vida y con las lámparas encendidas, ir “viendo” la inagotable profundización teológica de la verdad cristiana que ayuda a entender cada vez mejor que el cristiano no puede encerrase en el templo. La profundización no es monopolio del clero y de los teólogos masculinos. Por vocación divina -¡mar adentro!, ¡Id al mundo entero!-, debe ser cosa  de tod@s, estando abiert@s al mundo, dialogando con las filosofías, las culturas y las religiones que sin ser cristianas, son parte de la luz divina para la inteligencia humana.

En la “La alegría de la verdad” (Veritatis gaudium, VG), escribe el actual Papa argentino, que “el Pueblo de Dios peregrina a lo largo de los senderos de la historia, acompañado con sinceridad y solidaridad de los hombres y mujeres de todos los pueblos y de todas las culturas, para iluminar con la luz del Evangelio el camino de la humanidad hacia la nueva civilización del amor” (VG, 1).

Se sigue leyendo en VG que “Sapientia christiana (de Juan Pablo II en abril 1979), remitiéndose a la Gaudium et spes (del Concilio Vaticano II, 1962-65), deseaba que se favoreciera el diálogo con los cristianos pertenecientes a otras Iglesias y comunidades eclesiales, así como con los que tienen otras convicciones religiosas o humanísticas, y que también se mantuviera una relación «con los que cultivan otras disciplinas, creyentes o no creyentes», tratando de «valorar e interpretar sus afirmaciones y juzgarlas a la luz de la verdad revelada» (cf GS 62)”.

El Papa polaco Wojtyla, en Redemptoris Mater, escribió que “la peregrinación de la fe ya no pertenece a la Madre del Hijo de Dios; glorificada junto al Hijo en los cielos, María ha superado ya el umbral entre la fe y la visión «cara a cara». Al mismo tiempo, sin embargo, en este cumplimiento escatológico no deja de ser la «estrella del mar» (maris stella) para todos los que aún siguen el camino de la fe”.

Juan Pablo II, en la carta ap sobre “la dignidad de la mujer”, recuerda que Jesús conoce la dignidad del hombre, el valor que a los ojos de Dios tiene cada varón y cada mujer. Con esos mismos ojos mira María a l@s hij@s de Dios y así puede llegar a hacerlo cada bautizad@, otro Cristo (cristian@) decía san Pablo; otro Jesús (jesuita) decía san Ignacio.

Francisco acaba de enviar una carta a todos los sacerdotes pero como el pueblo de Dios es un pueblo sacerdotal, lo que escribe a los clérigos que tienen el «sacerdocio ministerial», sirve para tod@ bautizad@ que tiene el «sacerdocio real» (como lo llama san Pedro).

La carta la termina acudiendo (como siempre) a la madre de Dios y madre de la Iglesia y pide “contemplar a María. Ella (…) nos enseña la alabanza capaz de abrir la mirada al futuro y devolver la esperanza al presente (…) miremos a María para que limpie nuestra mirada de toda “pelusa” que puede estar impidiéndonos ser atentos y despiertos para contemplar y celebrar a Cristo que vive en medio de su Pueblo.

(…) La historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la “piedra viva” (cf. 1P 2, 4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él” (Carta, 4 agosto 2019).

En Evangelii gaudium escribió que “María (…) hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización” (EvG, 284).

Ella es la mujer de fe (…) representa un punto de referencia constante para la Iglesia” (EvG, 287).

En la “encíclica verde” Laudato si (LSi) también recordaba que “María (…) Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado (…) Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios” (LSi, 241).

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