lunes, 3 de junio de 2019

JESÚS ASCIENDE AL CIELO

Y nosotros con los pies en el suelo


El séptimo domingo de Pascua, que en 2019 es el 2 de junio, en la mayoría de iglesias locales se celebra la Ascensión de Jesús al cielo, con su cuerpo glorioso. Algunas pocas diócesis siguen celebrándola el jueves anterior (como aferrados a lo de antaño). Han pasado 40 días (aprox) desde que Jesús resucitó aquel primer día de la semana (domingo) tras ser crucificado en el Gólgota y enterrado en una tumba cercana.

Jesús resucitado ahora se va al cielo y lo hace por su propio pie ya que es Dios; en cambio su madre, María, será asunta al cielo, o sea llevada por los ángeles en cuerpo y alma pues solo es una persona humana y no tiene ese poder de ascender por su propio pie como su hijo.

Tenemos claro que Cristo “sube” al cielo pero no para arriba; los australianos señalan para abajo (según nuestro punto de vista). En esto hablamos como cuando decimos que el sol “sale” y “se pone” pues nos fijamos en lo que vemos.

Tenemos claro que le ocultó una nube pero “no está en las nubes” y nosotros, los que nos quedamos todavía como peregrinos en esta vida terrenal, no nos pasamos la vida mirando al cielo y dando la sensación de que los cristianos están en las nubes, despreocupados de las cosas de la tierra. Al llegar el final del segundo milenio -como recordó Benedicto XVI- se acusaba a la Iglesia de estar mirando al cielo, misas, rosarios, romerías, procesiones, etc. y en cambio despreocupada de las injusticias y de las calamidades que sufren los hombres y mujeres en el planeta Tierra, salvo honrosas excepciones que nuca han faltado. Ello se puede deducir de que unos ángeles dijeron a los discípulos, ensimismados mirando hacia arriba, atónitos: Varones de Galilea, ¿qué hacéis ahí, mirando al cielo?

San Agustín comentaba: «Mientras Él está allí, sigue estando con nosotros (…) No se alejó del cielo, cuando descendió hasta nosotros; ni de nosotros, cuando regresó hasta allí». No es una cosa u otra, rezar u obrar, no estar en las cosas del cielo o en las de la tierra. El cristianismo borra la o/u y pone la y.

Cristo ha subido a los cielos, y se va con su cuerpo resucitado. La pregunta salta por sí sola: ¿tan importante es lo corporal, lo material para que además de resucitarlo, lo lleve al cielo? El cielo, como se entiende del paraíso terrenal, no es tanto un lugar, aquí o allí, sino una situación en la que se encontrarán los hombres en la vida eterna y en la que se encontraba el hombre (Adán y Eva) en un principio y la que tendrá cada hombre en la llamada “vida eterna”.

Como recordó Benedicto XVI, el cristianismo –en teoría- no es enemigo de la corporeidadEs incuestionable que a Dios sí le importa el cuerpo y todo lo material que Él ha creado y que está redimiendo, o sea haciendo el arreglo –ahora todavía no definitivo- de toda la creación entera, herida por el pecado del hombre. Arregla todo lo humano, incluso la muerte del cuerpo (el alma es inmortal) con la resurrección de la carne al final de los tiempos.

Por eso el Concilio Vaticano II utilizó la terminología "santificar el mundo" en el documento Lumen gentium: «A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. (...) Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo» (LG 31 in fine).

Así que el cristiano ha de mostrarse siempre vigilante, dándose cuenta de dónde y qué pisa, dispuesto a convivir con todos, a dar a todos la posibilidad de conocer y de acercarse a Cristo Jesús.

El papa Francisco, en la Exhortación apostólica “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium (EG), 24-XI-2013), como los anteriores obispos posconciliares de Roma, sigue recordando esta idea que es central en el magisterio conciliar porque a su vez lo es del Evangelio y del testimonio de vida con hechos y palabras del mismo Jesús.

Es estar en el mundo con los pies bien firmes en el suelo que se pisa: «Conviene recordar brevemente cuál es el contexto en el cual nos toca vivir y actuar» (EG 50). «Es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios» (EG, 51).

«Una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo. Sería desconfiar de su acción libre y generosa» (EG, 68).

Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est (DCE, XII-2005) insistía, como los papas anteriores, en que “se debe admitir que los representantes de la Iglesia percibieron sólo lentamente que el problema de la estructura justa de la sociedad se planteaba de un modo nuevo (…) La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política” (DCE, 27-28) sin perder de vista que la tentación de fundir lo del César con lo de Dios es eterna, para cada generación.

«Necesitamos (…) una mirada contemplativa –sigue diciendo Francisco- , esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas» (EG, 71). «El Resucitado envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes» (EG, 19). Esta idea la repite Francisco por ejemplo en la Ascensión de 2018.

Y seguía diciendo que “Por un lado, la Ascensión orienta nuestra mirada al cielo (…) Por otro, nos recuerda el inicio de la misión de la Iglesia: Jesús resucitado ha subido al cielo y manda a sus discípulos a difundir el Evangelio en todo el mundo.
La Ascensión nos exhorta a levantar la mirada al cielo, para después dirigirlo rápidamente a la tierra, llevando adelante las tareas que el Señor resucitado nos confía”.

La idea es tan básica y elemental que ya la escribió en su primera encíclica “programática” de su pontificado, Evangelii gaudium: «Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie» (EG, 23).

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