domingo, 26 de mayo de 2019

¿RESISTIR AL ESPÍRITU SANTO?

Él os enseñará todo



Los discípulos de Jesús, como les había pedido, estaban en Jerusalén esperando recibir el Espíritu Santo. Jesús mismo les había explicado que “el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho (Jn 14, 26). Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad” (Jn 16, 13).

Años más tarde, como la actividad evangelizadora de Pablo extrañaba a unos cuantos, se convocó el Concilio de Jerusalén en el año 50 y entonces, Santiago “el menor”, que era el primer obispo de Jerusalén y hacía como de secretario del Concilio, dijo a la asamblea conciliar: “hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…” (Act 15, 29).

Pero su actuar en cada ser humano no es a empujones, arrastrándonos con una cadena atada al cuello para que hagamos lo que Él quiere. Dios nos creó libres pues es donde radica la imagen y semejanza con Él y eso requiere nuestra colaboración.

Con todo su sentido común y su auténtica fe evangélica, el Papa Francisco ya nos fue diciendo desde el principio cosas muy prácticas para ayudarnos a hacer realidad y vida diaria esa colaboración de cada hombre con el Espíritu Santo.

En un “reciente” homilía (24-IV-2018) comentó que “Siempre habrá quienes se resistan al Espíritu Santo siempre, siempre hasta el fin del mundo. Que el Señor nos dé la gracia de saber resistir a lo que tenemos que resistir, a lo que viene del maligno, a lo que nos quitar la libertad y sepamos abrirnos a la novedad, pero solo esas que vienen de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo, y nos dé la gracia de discernir los signos de los tiempos para tomar las decisiones que nosotros debamos tomar en ese momento”.

Comentaba que los rígidos “son incapaces de salir de ese mundo cerrado, son prisioneros de las ideas. Han recibido la ley que era vida, pero la han ‘destilado’, la han transformado en ideología y así dan vueltas, dan vueltas y son incapaces de salir de cualquier novedad porque para ellos es una amenaza”.

La Iglesia era una Iglesia en movimiento, una Iglesia que iba más allá de sí misma. No era un grupo cerrado de elegidos, una Iglesia misionera”.

También Juan Pablo II ya advirtió en su encíclica sobre la fe y la razón (FR) de 1998 que “la capacidad especulativa, propia de la inteligencia humana (…) ha provocado a menudo la tentación de identificar una sola corriente con todo el pensamiento filosófico. Entra en juego una cierta "soberbia filosófica" que pretende erigir la propia perspectiva incompleta en lectura universal”.

Y añadía que la Iglesia no propone una Filosofía propia ni canoniza una filosofía particular. La expresión «Filosofía cristiana» no debe ser mal interpretada: no se pretende aludir a una Filosofía oficial de la Iglesia puesto que la fe como tal no es una Filosofía(FR, 49).

Y seguía dando luz magisterial para confirmar en la fe a sus hermanos que “el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en el mundo (...) De aquí arranca el camino que lo llevará al descubrimiento de horizontes de conocimientos siempre nuevos. Sin el asombro el hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal”.

Por la misma fidelidad del Sucesor de Pedro, sea quien sea, y para confirmar en la fe a sus hermanos, hoy Francisco insiste en que “el mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio» y lo que se anuncie, serán algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas y no el Evangelio” (cf Evangelii gaudium 37). No es el Espíritu Santo quien lleva a los humanos a opciones ideológicas que no faltan, ni han faltado cuando no se colabora con el Espíritu.

Sigue recordando Francisco que “la Iglesia (…) necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad (…) A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión” (Idem, 40).

Pentecostés es palabra de origen griego donde "penta" quiere decir 5 ó 50. A los 50 días de la Pascua, los judíos celebraban la fiesta de las siete semanas (Ex 34, 22) en recuerdo de la Alianza del Sinaí y entonces se cumplió lo que el mismo Jesús  había anunciado en repetidas ocasiones que “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra(Act 1, 8). La acción del Espíritu Santo en cada humano y en el Pueblo de Dios, es para que sea una Iglesia en salida en cada generación, abriéndose al mundo entero, salir al encuentro de los demás. El Espíritu Santo no es dado para quedarse encerrados en casa custodiando un mal llamado “depósito de la Fe” que -como enseñó san Juan XXIII-, venía siendo un armario a reventar de cosas de las que ni la cuarta parte eran auténticas cosas de fe.

Juan Pablo II en su encíclica tercera sobre el Espíritu Santo (Dominum et vivificantem) en Pentecostés de 1986, ya había recordado que “el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo he dicho”. No sólo seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación, sino que también ayudará a comprender mejor el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables”.

(…) “A Él se dirige la Iglesia a lo largo de los intrincados caminos de la peregrinación del hombre sobre la tierra; y pide de modo incesante (…) «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo», en el que, según san Pablo, consiste el reino de Dios”.

Francisco concreta ese acudir a la tercera Persona de la Trinidad pues “el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir (…) al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo” (Gaudete et exúltate, 166).

A los jóvenes y a todo el pueblo de Dios el Papa acaba de pedir: “Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza” (Christus vivit, 107). “Es Él quien está detrás, es Él quien prepara y abre los corazones (...) es Él quien te ayudará (…) te hace entrar cada vez más en el corazón de Cristo para que te llenes siempre más de su amor, de su luz y de su fuerza” (ChV, 130).

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