viernes, 17 de mayo de 2019

ID A TODAS LAS GENTES

La tarea es cosa de tod@s l@s bautizad@s


Este domingo 19 mayo 2019, que es el 5º de Pascua, ciclo C, escuchamos que después de predicar el Evangelio en la ciudad de Derbe, a donde Pablo y Bernabé fueron después de lo de Listra y de hacer numerosos discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía (…) Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; y después de predicar la palabra en Perge bajaron hasta Atalía. Desde allí navegaron hasta Antioquía... Al llegar, reunieron a la iglesia, contaron todo lo que el Señor había hecho por medio de ellos, y que había abierto a los gentiles la puerta de la fe (cf Act 14, 21-27).

Pensando en esto que cuenta la Palabra de Dios, uno se pregunta ¿cómo llegó la fe a todos esos pueblos? No había la estructura actual de las Iglesias cristianas con curias diocesanas ni vaticanas, misioneros enviados canónicamente, obispos que decretaran… Ese aprender de los primeros cristianos es un tema recurrente en la meditación del Papa Francisco por las ganas de ir entendiendo cada día mejor la institución de Cristo y la misión que encomienda a sus discípul@s. La misión es tarea de tod@s.

Francisco, a la limón con Benedicto XVI, dejaba escrito que «la Iglesia en su conjunto (…)  han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios” (Porta fidei, 2).

También Pablo VI, tras celebrar el Año Santo en el 10º aniversario de la clausura de Concilio Vaticano II, escribía la Ex Ap. Evangelii nuntiandi (EN, 8-XII-1975) recordando la propuesta conciliar de hacer a la Iglesia (a tod@s l@s bautizad@s) cada vez más apta para anunciar el Evangelio a la humanidad (cf EN, 2).

Y también recordaba (EN, 59) el Decreto conciliar donde “el Vaticano II afirma que la Iglesia entera es misionera, la obra de evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios" (Decr. Ad gentes, 35).

Juan Pablo II había insistido en lo mismo en múltiples ocasiones y en la Carta Ap al estrenar el nuevo tercer milenio decía: El compromiso de la evangelización… no podrá ser delegada a unos pocos “especialistas” (NMI, 40).

Juan XXIII, el Papa que convocó el Concilio, había escrito en Princeps pastorum (PP, 1959) que “el Príncipe de los Pastores (1Pe 5, 4) nos confió (…) toda la grey de Dios (cf Jn 21, 15-57) doquier que more en el mundo” (PP, 1) (…) “por doquier surge la llamada "¡Ayudadnos!" (Act, 16,9) que llega a nuestros oídos… de innumerables regiones, fecundadas por la sangre y el sudor apostólico de los heroicos heraldos del Evangelio” (PP, 3)

Para intentar llevar a cabo los buenos deseos e intentar hacerlos vida, Benedicto XVI creó en 2013 el Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización y Francisco recuerda algo elemental: “el cristianismo es principalmente para ser practicado, y si es también objeto de reflexión, eso solo es válido cuando nos ayuda a vivir el Evangelio en la vida cotidiana” (Gaudete et exúltate, 109).

Ya Juan XXIII recordaba la idea básica de la verdadera evangelización que señala el que “ella misma [la Iglesia] no se identifica con ninguna cultura, ni siquiera con la cultura occidental, aun hallándose tan ligada a ésta su historia (ahí está la novedad). Porque su misión propia es de otro orden: el de la salvación religiosa del hombre”. Idea que repetiría Juan Pablo II muchas veces para ayudar a hacerla realidad.

Y en una homilía Francisco, un 23 de abril, san Jorge, comentando el texto bíblico de ese día (Act, 11, 20), consideraba el hecho de que algunos de Chipre y de Cirene empezaron en Antioquía a predicara a los griegos, lo cual entonces era casi un escándalo. Y aprovechó para decir en broma algo sobre el inicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) con la visita allí de Bernabé que fue enviado desde Jerusalén. Lo de entonces era muy positivo y no había paranoia persecutoria, inquisitorial aunque corregir al que yerra es una obra de misericordia que no puede olvidarse.

Ya en aquellos tiempos otro san Jorge, obispo de Mytilene (17 abril) condenó a 3 obispos de la zona sin esperar a que lo hiciera la CDF; fueron Nestorio (Patriarca de Constantinopla), Juan de Antioquía y a Teodoro de Mopsuestia.

El mismo Cristo no dijo: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros; como yo os he amado (…) En esto conocerán todos que sois mis discípulos” (Jn 13, 31-35). Esa es la razón de la eficacia cristiana; no son los métodos ni los planes superpensados ni el querer llamar la atención con signos externos, peinados, vestimentas, aparato, pompa…

Tod@ bautizad@ ha de ser optimista y esperanzado, a pesar de los pesares, pues no somos perfectos pero nos están esperando todas las gentes de todas las culturas. Viene bien recordar lo de la samaritana (cf Porta fidei 3) a quien su encuentro con Cristo hizo que lo anunciara a todo el pueblo regresando desde el pozo de Sicar.

Juan XXIII ya repitió en su momento que “los fieles cristianos (…) no pueden mantenerse cerrados en sí mismos, creyendo les baste con haber pensado y proveído en sus propias necesidades espirituales” (Princeps pastorum, 19).

Y ahora Francisco insiste: “me pregunto si no nos hemos anestesiado también respecto a las heridas del alma de los niños o lo de los inmigrantes (AL, 246).Serán las distintas comunidades quienes deberán elaborar propuestas más prácticas y eficaces” (AL, 199).

Pablo VI recordaba que “la Iglesia (…) tiene viva conciencia de que (…) es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades” (EN, 14).

En la Exhortación “Gaudete et exúltate” (GEx) sobre la llamada a la santidad en el mundo actual (19-III-2018, Francisco escribe: “Déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu (…) y así tu preciosa misión no se malogrará. El Señor la cumplirá también en medio de tus errores y malos momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a su acción sobrenatural que purifica e ilumina” (GEx, 24).

Y en la última Ex ap “Christus vivit” dirigida a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios (25-III-2019), Francisco recuerda una vez más el peligro del clericalismo cancerígeno que anida fosilizado hoy día y que desgraciadamente tiene una visión reduccionista pues considera que “la vocación del laico se concibe sólo como un servicio dentro de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.), olvidando que la vocación laical es (…) vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas instancias, para hacer crecer la paz, la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la misericordia, y así extender el Reino de Dios en el mundo” (ChV, 168).

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