Sin él no
se hizo nada de cuanto ha sido hecho
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Como anillo al dedo viene en este nuevo 2020 el que cerca del día 1 de enero, el día 5 será el 2º domingo después de Navidad y la Palabra de Dios –como siempre- nos dirá cosas para pensar un rato al respecto. Se invita a meditar acerca de la Sabiduría, tanto con la primera lectura del AT como con la segunda del NT: “La Sabiduría (…) antes de los siglos, desde el principio, me creó, y por los siglos subsistiré” (Eclesiástico 24, 1-2. 8-12). “No dejo de (…) recordaros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda el Espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle; iluminando los ojos de vuestro corazón” (Efesios 1, 16-18).
Si
la Sabiduría se escribe con mayúscula es por referencia directa y exacta para
llamar así al Hijo de Dios, al Verbo eterno, a la Palabra de Dios, a Jesucristo,
encarnado en las entrañas de María por obra del Espíritu Santo; el que nació en
Belén y fue “saludado” por los pastores y los magos de Oriente.
En
la Biblia hay 5 libros sapienciales y uno de ellos se titula precisamente el
libro de la Sabiduría que empieza recordando que Dios creador “ama al hombre” (Sab 1, 6). El Concilio
Vaticano Ii recuerda que el hombre es la única criatura a la que Dios ama por
sí misma. No así a las demás creaturas ya que el hombre es creado a imagen y
semejanza de Dios. Él quiere también a todas las demás, tanto espirituales
(ángeles) como materiales, animales como vegetales como minerales, aunque a
cada una según su “naturaleza” y en tanto en cuanto sirven al hombre para
acompañarlo, para divertirse, para alimentarse, etc..
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Francisco
en VG cita a Juan Pablo II que en la Const. ap. Sapientia christiana (1979) dejaba escrito que “La
sabiduría cristiana (…) estimula continuamente a los fieles para que se
esfuercen por lograr una síntesis vital de los problemas y de las actividades
humanas con los valores religiosos, bajo cuya ordenación todas las cosas están
unidas entre sí para la gloria de Dios y para el desarrollo integral del hombre
en cuanto a los bienes del cuerpo y del espíritu (SCh, 1)”. El Papa Wojtyla ya se ocupaba de la espiritualidad
ecológica pues Dios es el primero que ama a sus criaturas y el hombre, como
está creado a su imagen y semejanza, debe hacer lo mismo.
El
apóstol Juan escribía que “todo fue hecho
por él, y sin él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho (…) En el mundo
estaba, y el mundo fue hecho por él” (Jn 1, 3.10)
“No fue Dios quien hizo la muerte ni se
recrea en la destrucción de los vivientes (…) él todo lo creó para que
subsistiera” (Sab 1, 13-14). Por eso los cristianos, por amor al mundo que
es buenísimo ya que salió de las manos de Dios, intentan cuidar con todo cariño
a toda criatura -humana o no- pues es lo que el Creador hace con su Providencia
divina. Está pendiente de todo, de lo visible y de lo invisible (se reza en el
Credo), tanto de lo material como de lo espiritual.
Por esto en la llamada “encíclica verde” (n. 5)
Francisco recuerda que “san Juan Pablo II
(...) advirtió que (…) Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone
cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de
consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad» (Enc. Centesimus
annus, 1991, 58)”.
Y en el párrafo siguiente (n. 6) escribía que “Mi predecesor Benedicto XVI (…) nos propuso
reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro
comportamiento irresponsable”.
Cada
1 de septiembre ya se viene celebrando la Jornada
Mundial de oración por el cuidado de la casa común, instituida en 2015 por
el Papa Francisco y el Patriarca Ortodoxo de Constantinopla Bartolomé. Y entonces escribió el significado de la Jornada que “ofrecerá a cada creyente y a las
comunidades una valiosa oportunidad de renovar la adhesión
personal a la propia vocación de custodios de la Creación (…) la
maravillosa obra que Él ha confiado a nuestro cuidado".
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El
Catecismo de la Iglesia (CEC) dedica unas páginas a la Creación y deja escrito
que “La catequesis sobre la Creación
reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida
humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta
básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado” (CEC, 282).
“La inteligencia humana puede ciertamente
encontrar por sí misma una respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto,
la existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras
gracias a la luz de la razón humana (cf. Concilio Vaticano I, DS, 3026), aunque
este conocimiento es con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por
eso la fe viene a confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia
de esta verdad” (CEC, 286).
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“La revelación de la Creación es inseparable
de la revelación y de la realización de la Alianza del Dios único, con su
pueblo. La creación es revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el
primero y universal testimonio del amor todopoderoso de Dios (cf. Gn 15, 5; Jr 33,
19-26)” (CEC, 288).
En
los últimos días del Sínodo en Roma sobre la Amazonia, se daba a conocer un
libro disponible en las librerías que recoge textos y discursos de Francisco
sobre la Creación. Se titula "Nuestra Madre
Tierra. Una lectura cristiana del desafío del medio ambiente".
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