lunes, 6 de enero de 2020

A TODAS LAS GENTES

“Amad a vuestros enemigos”


Los magos llegados de Oriente a Belén, tras recalar en Jerusalén (cf. Mateo 2, 1-12), representan a la humanidad entera pues se dijo que eran tres persas para simbolizar a los tres continentes entonces conocidos pues no se conocía América ni toda Asia ni toda África negra ni Oceanía.

El Verbo se hizo carne, el Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre para nuestra salvación, para realizar la llamada redención de la humanidad, de toda. Lo hizo para recomponer todo según el proyecto del Creador que había sido roto por el pecado. No vino en carne y hueso para salvar y redimir a unos pocos y privilegiados. La tarea de Cristo es universal y por eso Juan Pablo II llamándole “el redentor del hombre” abarcaba a tod@s y cada un@, tanto a todos los varones como a todas las mujeres de todas las razas, de todas las épocas históricas, de todos los rincones del planeta Tierra.

Esa universalidad de la tarea de Jesús de Nazaret se derrama por el Evangelio que, en expresión del propio Cristo, comunica a todas las gentes esa realidad divina para con la humanidad y por eso así es la misión de la Iglesia, instrumento universal de Dios.

La idea parece fácil de decir y de escribir pero vivirla día a día, sin excepción alguna, es harina de otro costal aunque no han faltado a lo largo de los siglos de cristianismo, quienes lo han vivido bien. Es Jesús mismo que dijo a los suyos Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan (…) Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿Acaso no hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿Acaso no hacen eso también los paganos? (Mt 5, 44.46-47).

Cada 7 de enero es san Raimundo de Peñafort (†1275 con 99 años), dominico que, entre otras tantas cosas, se dedicó a la evangelización de judíos y musulmanes, según su leal saber y entender y por ello pidió a santo Tomás de Aquino que escribiera la Suma contra gentiles.

Cada 8 de enero el santoral conmemora a san Severino (†482), agustino, patrono de Viena y Baviera, quien se negó a ser obispo y ante las terribles embestidas de los Hunos que sembraban la desolación y la ruina, y cuando algunos identificaban a Atila con el anticristo, entendió que la fuerza de esos jóvenes pueblos bárbaros era imparable y la decadente sociedad romana recuperaría con ellos el vigor.

Juan Pablo II, en su primera encíclica “El Redentor del hombre” (Redemptor hominis, RH, 1979) homenajeando al Concilio Vaticano II y a Pablo VI, recuerda con ellos que “La vida de Cristo habla al mismo tiempo a tantos hombres que no están en condiciones aún de repetir como Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. La Iglesia vive su misterio y busca continuamente los caminos para acercar este Misterio de su Maestro y Señor al género humano, a los pueblos, a las naciones, a las generaciones que se van sucediendo” (RH, 7).

El hombre —todo hombre sin excepción alguna— ha sido redimido por Cristo, porque con el hombre —cada hombre sin excepción alguna— se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello” (RH, 14).

La conciencia de la Iglesia debe ir unida con una apertura universal, a fin de que todos puedan encontrar en ella «la insondable riqueza de Cristo» (…) Tal apertura (…) determina el dinamismo apostólico, es decir, misionero de la Iglesia” (RH, 4). Parece que Francisco está repitiendo sus palabras.

Todo hombre está penetrado por aquel soplo de vida que proviene de Cristo (…) Esta unión de Cristo con el hombre es (…) dada a cada hombre por el Padre en Jesucristo, Hijo eterno y unigénito, encarnado y nacido de la Virgen María (…) La Iglesia, mirando con los ojos de Cristo mismo, se hace cada vez más consciente de ser la custodia de un tesoro: el tesoro de la humanidad, enriquecido por el inefable misterio de la filiación divina” (RH, 18).

Benedicto XVI, en “La puerta de la fe” (Porta fidei, PF), convocando “el año de la fe” entre X-2012 y XI-2013, escribió: “Hoy como ayer, él [Cristo] nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19) (…) El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar” (PF, 7). Parece que Francisco está repitiendo sus palabras.

En su primera encíclica “Dios es amor” (Deus caritas est, DCE, 2005), el hoy Papa emérito dejaba escrito que “cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar” (DCE, 12). La Iglesia en salida es el Evangelio mismo y no una ocurrencia de alguien.

Es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco (…) verlo con los ojos de Cristo (…) puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita” (DCE, 18). Ese detalle de cariño lo entiende y agradece cualquier varón o mujer incluso de Cromagnon o Neandhertal.

Francisco viene repitiendo lo mismo que sus antecesores ya desde su primer documento “La alegría del Evangelio (Evangelii gaudium, EvG, 2013) donde recuerda que “La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: «Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos» (…) el Resucitado envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes, de manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la tierra” (EvG, 19).

Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (EvG, 23).

La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan (…) experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1Jn 4, 10)” (EvG, 24).

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