La inteligencia humana y el sentido crítico
Cada
enero, del 18 al 25 (conversión de Saulo de Tarso) se celebra el octavario o semana de oración por la unidad de los
cristianos que este año 2019 lo han preparado cristianos de Indonesia, el
país más grande del sudeste asiático y donde el 86% de la población es
musulmana. El lema de la semana de oración “actúa
siempre con toda justicia” lo han sacado del Deuterenomio (Dt 16, 18-20) a
la luz de la situación social del país donde abunda la corrupción.
El
octavario se celebra ahora en enero en el hemisferio norte; en cambio en el sur
lo hacen en torno a Pentecostés desde la propuesta en 1908 del reverendo Paul
Watson. Ya en 1740 los recién nacidos pentecostales propusieron esta iniciativa
para rezar por todas las iglesias y con ellas. En 1820 el reverendo James Haldane Stewart publicó «Consejos para la
unión general de los cristianos con vistas a una efusión del Espíritu». En 1894
León XIII animó a vivir el octavario en el contexto de Pentecostés.
Pentecostés celebra aquel día en
que el Espíritu descendió de forma extraordinaria, llamativa y pública sobre la
Iglesia, o sea sobre l@s discípul@s de Jesús que estaban esperándole en el
cenáculo. Juntos con María, la madre de Jesús. Se lo anunció Jesús muchas veces
y, ya resucitado, les dijo que lo esperasen en Jerusalén. El Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará
todo lo que os he dicho (Jn
14, 26). El Espíritu ayuda a entender, a profundizar, no anula la razón.
Pablo VI,
en la Ex Ap Evangelii nuntiandi
recordaba que «Él es quien explica
a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él
es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa (…) predisponiendo
también el alma del que escucha» (EN,
75).
El Concilio Vaticano II recuerda
que «sin duda el Espíritu Santo obraba ya en el mundo antes de la
glorificación de Cristo» (Decr Ad
gentes, 4), decreto que nos trae a la memoria lo que está en el evangelio: El viento sopla donde quiere y oyes
su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va (Jn 3, 8).
Y lo recordaba Juan Pablo II en
su tercera encíclica Dominum et
vivificante (DV) dedicada al
Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, donde dice: «Hay
que mirar atrás (…) aun antes de Cristo: desde el principio, en todo el mundo
(…) El concilio Vaticano II (…) nos recuerda la acción del Espíritu Santo
incluso fuera del cuerpo visible de la Iglesia» (DV, 53).
El papa Francisco, en una Misa matutina
repitió (una vez más) no resistirse a las sorpresas del Espíritu. Es el Espíritu quien (…) lleva a la Iglesia adelante, también con sus
problemas (…) también en los momentos de resistencias y de encarnizamiento de los doctores de
la ley. El Espíritu –decía en esa homilía- les
llevaba a ciertas novedades, ciertas
cosas que nunca se habían hecho. Nunca. Ni siquiera las habían imaginado. Que
los paganos recibieran el Espíritu Santo, por ejemplo. Los discípulos tenían la patata
caliente en las manos y no sabían qué hacer. Así, convocan una reunión
en Jerusalén.
La acción del Espíritu Santo
puede ser bien correspondida (aunque no es fácil) pero el ser humano puede resistirle
y entristecerle –como dice san Pablo a los efesios (cf Ef 4:30)- cuando la correspondencia no es la
debida, todo lo humilde que se necesita.
Se colabora con el Espíritu Santo
utilizando la cabeza y el corazón. No nos ha creado para ser unos loros o unos
comodones, vencidos sobre todo por la pereza mental, aunque esté a la orden del
día. Y quizá por eso fray Cantalamessa, el predicador oficial de la Santa Sede, en
la primera meditación del reciente Adviento (7-XII-2018) recordaba que hay que
“descubrir que Dios no es una
abstracción, sino una realidad; que entre nuestras ideas de Dios y el Dios vivo
existe la misma diferencia que entre un cielo pintado sobre una hoja de papel y
el cielo verdadero”.
Si no se colabora con el Espíritu
no se llega a la verdad completa como dijo Jesús y se cae en modos y maneras falsas
e incluso detestables, de entender la realidad y las personas. A veces se
manifiesta con una seguridad total y absoluta en el “saber” en aquell@s que no
necesitan hacer ninguna pregunta y tienen siempre respuesta para todo. Es una
actitud mental ideológica que ciega y ensordece el alma, hace que el corazón
sea de piedra. ¡Qué “cara” de dolor debe poner el Espíritu en esos casos!, aunque
su talante divino es tolerar esa conducta porque respeta la libertad humana con
exquisitez divina. No entristezcáis al
Espíritu dice san Pablo (Eph 4, 30).
Así ocurre con los resistentes e inmovilistas
que intentan por todos los medios decir que con el Concilio Vaticano II no ha
cambiado nada (para mejorar y mucho) y que ahora con el papa Francisco no va a cambiarse
nada. Tampoco hicieron caso a Pablo VI ni a Juan Pablo II ni a Benedicto XVI
salvo en cuatro cosas no comprometedores y que sirven de excusa para aparentar
obediencia filial. Siguen diciendo que el Concilio es una tormenta de verano;
algo temporal y breve pero de nuevo el sol brillará. A lo mejor no aman a la
Iglesia sino a su propio ego, en cambio los otros demuestran un amor grande a
la Iglesia pues como la ven enferma en sus miembros, hacen lo posible por
mejorar las cosas, sanar lo enfermo, rellenar barrancos,…
Como los fariseos en tiempos de
Jesús, están atrapados en sus miles de normas de conducta inventadas y le
reprochaban al Nazareno que enseñase a sus discípulos a saltárselas con
libertad de espíritu y sin atentar a la prudencia ni a la justicia. Los
inmovilistas tienen al Espíritu Santo en
el paro.
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| Pablo VI y Atenágoras I |
Juan Pablo II, en su encíclica ecuménica “Que
todos sean uno” (ut omnes unum sint, UUS) de 1995 dejó escrito (las palabras se
las lleva el viento, se dice) que «desde la clausura del Concilio en adelante,
hay que dar gracias al Espíritu de la verdad prometido por Cristo Señor a los
apóstoles y a la Iglesia. Es la primera vez en la historia que la acción a
favor de la unidad de los cristianos ha adquirido proporciones tan grandes y se
ha extendido a un ámbito tan amplio (…) La unidad dada por el Espíritu Santo no
consiste simplemente en el encontrarse juntas unas personas que se suman unas a
otras (…) El Papa Pablo VI escribía al
Patriarca ecuménico Atenágoras I: “Pueda el Espíritu Santo guiarnos por el
camino de la reconciliación para que la unidad de nuestras Iglesias llegue a
ser un signo siempre más luminoso de esperanza y de consuelo para toda la
humanidad”» (UUS).
El
polaco Papa Wojtyla acababa su primera encíclica “El Redentor del hombre”
(Redemptor hominis, RH) confesando: “Suplico a la celeste Madre de la Iglesia
que, en este nuevo Adviento de la humanidad, se digne perseverar con nosotros,
el Cuerpo místico de su Hijo. Espero que, gracias a esta oración, podamos
recibir el Espíritu Santo y convertirnos en testigos de Cristo “hasta los
últimos confines de la tierra”, como aquellos que salieron del Cenáculo
el día de Pentecostés.


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