jueves, 8 de noviembre de 2018

CUMPLEAÑOS DEL MURO DE BERLÍN

Muros a derrumbar con Francisco.




Aquel 9 de noviembre de 1989 muchos millones de humanos, a través de la tele, vio derrumbarse el muro de Berlín, de hormigón armado. Se levantó el 13 de agosto de 1961 y se cayó por “su propio peso”, sin estar programado.

No poc@s estamos patidifus@s y escalofriad@s con los actuales muros separatistas en USA y en el Estado de Israel; ellos para los mexicanos y éstos para los palestinos. La alambrada en Melilla no pierde actualidad. Es como una manía a través de los siglos y también el Estado ciudad del Vaticano se rodeó con la llamada “muralla leonina” de 3 km de longitud que mandara construir el papa León IV (847-855) como muro protector. En IX-2013 colgué un post sobre esto de los muros de la antigüedad pues la cosa viene de lejos.

La Iglesia está siempre mirando a los ojos del Señor (o lo intenta) por eso el papa Wojtyla dejó escrito que “Jesús derriba los muros de la división y realiza la unificación de forma original y suprema” (FR, 70). Se sobreentiende que la referencia es tanto para los muros de la división del mundo civil como del mundo eclesial.

Muro contra los palestinos
Y no se  trata solamente de abatir piedras sino también ideas, mentes y corazones, por eso en su primera encíclica, “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium, EG), Francisco escribe: “En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio (…) No tengamos miedo de revisarlas [o sea, derribarlas si es el caso]” (EG, 43).

Hay que derribar o desechar todo aquello que la mirada de fe, con los ojos de Cristo, se ve desechable. Cristo hace muchas referencias a la abolición de cosas de lo antiguo como signo de la actitud interior nueva que deben acoger los hombres y mujeres. Odres nuevos para el vino nuevo (cf Mt 9, 17). El velo del Templo (que era el orgullo de los judíos) se rasgó cuando Jesús espiró (cf Lc 23, 45). Con claridad meridiana los fariseos y saduceos entendían que Cristo aludía a su estructura religiosa, esos “montajes” humanos, no siempre justos ni limpios. ¿No estará Jesús también hoy llorando, como le ocurrió frente a Jerusalén, cuando la miraba desde la otra vertiente del huerto de los olivos, unos días antes de ser crucificado (cf Lc 19,41-44)?

Muro USA contra los mexicanos y otros
También la tarea de la Iglesia–movida por el Espíritu Santo- es llevar a cabo los cambios de muchas cosas no esenciales y no intocables como señaló Juan XXIII y por ello convocó el Concilio Vaticano II y repetidas veces recordaron Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco. Las cosas humanas (la Iglesia lo es y Jesús les dio las llaves) son siempre materia de revisión ya que no son perfectas a la primera, son mudables, mejorables y no pertenecen al depósito intocable de la fe. El inmovilismo de la mente y del corazón es una trampa en la que se ha caído en los siglos pasados y se puede volver a repetir.

Un muro pendiente de ser derrumbado es el que divide al Pueblo de Dios y a los mismos jerarcas que no pueden vivir la colegialidad pues la estructura eclesiástica tenía aislado al obispo de Roma (el Papa) de los demás obispos que son el colegio apostólico instituido por Cristo mismo. El muro aislante es el Colegio cardenalicio, incrustado en medio para aislarlos. Además la colegialidad es esencial en la Iglesia, en el Pueblo de Dios, así que no es exclusiva ni excluyente de los jerarcas. En el primer concilio de la historia del cristianismo, el de Jerusalén, intervino la comunidad de esa ciudad, incluso fariseos (cf Act 15, 4-5) y después de hablar Pedro, “toda la multitud calló” (Act 15, 12).

Mejitzá en una sinagoga
Se trata de querer derribar el muro que, dentro de la Iglesia, separa a unos de otros, sacerdotes diocesanos seculares de los diocesanos “regulares” o sea religiosos. El muro que separa los clérigos de los laicos. Hay que derribar la separación entre la pastoral sacramental y la pastoral social, la vida activa y la vida contemplativa, etc., etc., etc.

Al derribarse los muros, se vislumbra una nueva etapa para sentire cum Ecclesia como recordó Benedicto XVI. Francisco dice que Él [Cristo] nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase (Evangelii gaudium, 3).

Es la hora de derribar también el muro que separa los varones de las mujeres, tarea pendiente y por eso el papa Francisco se queja: "Deseo resaltar que, aunque hubo notables mejoras en el reconocimiento de los derechos de la mujer y en su participación en el espacio público, todavía hay mucho que avanzar (…) No se terminan de erradicar costumbres inaceptables" (Amoris laetitia, 54). Muy de vez en cuando a alguna de ellas se la deja hablar pero tienen prohibido votar o sea opinar.

Él [el Espíritu Santo] siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida (…) romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina (Evangelii gaudium, 11).

Al otro lado del biombo pueden rezar ellas
Es la hora de derrumbar también el muro que tiene separada la razón de la libertad humana. A ello se refirió Benedicto XVI, entre otros momentos cuando glosaba a John de Salisbury (†1180), filósofo y teólogo, consejero de Tomás Becket (†1170 con 52 años). Resaltó que "en nuestra época, sobre todo en algunos países, asistimos a una separación preocupante entre la razón, que tiene la tarea de descubrir los valores éticos ligados a la dignidad de la persona humana y la libertad que tiene la responsabilidad de acogerlos y promoverlos” (Audiencia General 16-XII-2009).

Es la hora de derribar además el muro que separa lo espiritual de lo material, el cuerpo del alma, ya que la vida religiosa se ha de preocupar tanto de la salvación de las almas como de los cuerpos. Y lo material incluye la custodia del planeta Tierra que Dios ha creado y entregado al hombre que requiere una espiritualidad ecológica como clama Francisco: "Nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos" (LS, 1). "Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla" (LS, 2).

También era preocupación de Juan Pablo II -como lo es de cualquier cristiano y de cualquier hombre de buena voluntad- y la manifestaba ya desde el inicio de su pontificado (Redemptor hominis, 1979) ya que le dolía “la amenaza de contaminación del ambiente natural (…) La explotación de la tierra, del planeta (…) la amenaza del ambiente natural del hombre. Era voluntad del Creador que el hombre se pusiera en contacto con la Naturaleza como dueño y custodio inteligente y no como explotador y destructor sin ningún reparo”.

Ser ecológicos no es una manía del actual papa Francisco ni algo novedoso. El number one “verde” es el mismo Dios Creador y nosotros, los humanos, hechos a su imagen y semejanza, intentamos querer cada vez más y mejor el mundo, como Dios lo ama, que incluye tanto a los seres humanos como a los irracionales, los vegetales, las piedras y las galaxias, aunque a cada uno de modo distinto, claro está.

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