LA HORA DE LOS LAICOS
Empieza
a ser general el poner los belenes, árboles, adornos, etc., desde la Inmaculada
(8 diciembre) hasta incluso la Candelaria (2 febrero). Al mirar tantos adornos navideños por todos lados: en las calles,
tiendas, casas, … muchos de ellos cargados de figuras, ambientes,… me he
quedado “enganchado” dándole vueltas a un “detalle”: lo que veo en Belén,
hombres y mujeres corrientes, no es lo que veo en la Iglesia llamada católica y
que dice que es la de Cristo.
En Belén, donde no falta el buey ni la mula, en ningún momento aparecen
curas, monj@s, frailes, sino pastores y magos de Oriente, laicos, como se llama a cualquier varón o
mujer bautizado que no sea clérigo o religioso en sentido canónico. La obra creadora y redentora de Dios no tiene en ningún momento
visos de clericalismo y de monopolio clerical donde se han desechado a los
bautizados que no son de su condición y se les ha venido tratando durante
siglos como simples espectadores, que sólo han de decir “amén” y por supuesto
no pueden pensar, ni hablar (que se tiene por criticar) sino aplaudir y
organizar espectáculo y que todo el mundo lo vea.
El objetivo de pedir perdón en el Gran Jubileo del 2000 ya lo
tenía el Papa Wojtyla en su cabeza y en su corazón desde el primer momento de
su pontificado puesto que es un propósito propuesto en el Concilio Vaticano II
y Juan Pablo II era consciente de ello: “Es justo que la Iglesia, siguiendo
el ejemplo de su Maestro, que era humilde de corazón (Mt 1, 29), esté fundada
así mismo en la humildad, que tenga el sentido crítico respecto a todo lo que
constituye su carácter y su actividad humana, que sea siempre muy exigente
consigo misma" (Redemptor hominis, 4).
“El Concilio Vaticano II,
presentando el cuadro completo del Pueblo de Dios (…) no ha sacado esta
imagen únicamente de una premisa sociológica. La Iglesia, como sociedad humana,
puede sin duda ser también examinada según las categorías de las que se sirven
las ciencias en sus relaciones hacia cualquier tipo de sociedad” (Redemptor
hominis, 21).
Este Concilio quiere ayudar a la comprensión colectiva más madura
de la participación de todos los miembros en la misión de la Iglesia puesto que
se ha ido perdiendo hasta estrenarse el tercer milenio. Se ha vuelto (sobre el
papel) a reconocer los derechos y deberes de todo@s l@s batizad@s pues la
Iglesia no son solo el Papa, los obispos o el párroco. San Pablo afirma que en la comunidad creyente de cristianos no hay
(no debe haber) distingos, no hay judíos y gentiles, libres y esclavos, varones
y mujeres, laicos y clérigos. Todos son iguales a los ojos de Dios aunque
desempeñen tareas diversas. La comunidad de discípulos de Cristo era una grupo
familiar sin estructura piramidal ni protocolos ni “mandangas”.
Hasta la terminología debe reformarse pues a l@s batizad@s que son
laic@s o seglares, se les llama "fieles" para distinguirlos de los
clérigos por lo que tal concepción da pie a pensar que los clérigos no son
fieles; son infieles. Lo de llamarles seglares es para contraponerlos a
los religiosos que huyen del mundo, del saeculo (que decían los clásicos en
latín), que es lo esencial de los religiosos (monjes, frailes y demás términos
canónicos) que se retiran al monasterio o al convento.
.
Es innegable el cambiazo teológico dado en el Medievo con el
Aquinate y los escolásticos cuando la expresión paulina de la identificación
con Cristo, revestirse de Cristo, tener los mismos sentimientos de Cristo
Jesús, que en los anteriores siglos se venía entendiendo para tod@s l@s
bautizad@s, pasa a ser monopolizado por el religioso. El Aquinate afirma que ellos, los frailes, son los auténticos cristianos y que los demás (la mayoría de hombres
y mujeres bautizados) son en todo caso de “segunda división”, que no pintan
nada ni tienen nada que hacer como discípulos de Cristo. Ese cambio de la doctrina
se consagró después de que Inocencio III se atribuyera para sí ser sólo él vicario
de Cristo, mientras antes lo era cada bautizado, pues cada un@ por el bautismo,
es otro Cristo.
San Pablo recuerda a los primeros cristianos que la fidelidad al
Evangelio supone la esperanza de alcanzar la meta de todo bautizado: “Hasta
que Cristo tome forma en vosotros” (Gal 4,19). Luego no han ido faltando
excepciones a la regla general, voces proféticas aunque tristemente aisladas.
El sacerdote que preside la Eucaristía, se dice “insistentemente” que actúa in persona Christi y por eso la superior
dignidad del clérigo; pero cabe asombrarse de que si todo cristiano es otro
Cristo, también los demás asistentes a la Eucaristía actúan in persona Christi ya que son otro
Cristo cada un@ de ell@s.
El Vaticano II abrió las mentes creyentes a la plenitud de la
verdad y eliminó la visión negativa que durante siglos
se tenía de los laicos que se les “definía por lo que no son: no son sacerdotes
ni son religiosos. Se les ha devuelto la plenitud de sus derechos y se les
reconoce que son Iglesia pues lo es cada bautizado aunque viviera él solo en un
país, en una isla o en un planeta, como Robinson Crusoe.
El CIC ya regula la capacidad de los laicos para formar parte de Consejos (c 228), para cooperar en la potestad de régimen (c 129), para enseñar
ciencias sagradas (cc 230-231), para ser catequistas (cc 776 y 1064), para ser
ecónomos de diócesis y para administrar bienes eclesiales (cc 494 y 1282), para
colaborar en el poder judicial como jueces diocesanos, auditores de causas,
defensores del vínculo (cc 1421, 1424, 1428 y 1434), etc. pero por ahora, letra
muerta. Juan Pablo II dejó escrito que se han de valorar cada vez más
los organismos de participación también para los laicos (cf Novo Mil.lennio
Ineunte, 43-46). Es la hora de los laicos, escribió el Papa Francisco al cardenal
Marc Ouellet en abril de 2016, pero parece que el reloj se ha parado.
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