LA HORA DE LOS LAICOS

En Belén, donde no falta el buey ni la mula, en ningún momento aparecen
curas, monj@s, frailes, sino pastores y magos de Oriente, laicos, como se llama a cualquier varón o
mujer bautizado que no sea clérigo o religioso en sentido canónico. La obra creadora y redentora de Dios no tiene en ningún momento
visos de clericalismo y de monopolio clerical donde se han desechado a los
bautizados que no son de su condición y se les ha venido tratando durante
siglos como simples espectadores, que sólo han de decir “amén” y por supuesto
no pueden pensar, ni hablar (que se tiene por criticar) sino aplaudir y
organizar espectáculo y que todo el mundo lo vea.

“El Concilio Vaticano II,
presentando el cuadro completo del Pueblo de Dios (…) no ha sacado esta
imagen únicamente de una premisa sociológica. La Iglesia, como sociedad humana,
puede sin duda ser también examinada según las categorías de las que se sirven
las ciencias en sus relaciones hacia cualquier tipo de sociedad” (Redemptor
hominis, 21).

Hasta la terminología debe reformarse pues a l@s batizad@s que son
laic@s o seglares, se les llama "fieles" para distinguirlos de los
clérigos por lo que tal concepción da pie a pensar que los clérigos no son
fieles; son infieles. Lo de llamarles seglares es para contraponerlos a
los religiosos que huyen del mundo, del saeculo (que decían los clásicos en
latín), que es lo esencial de los religiosos (monjes, frailes y demás términos
canónicos) que se retiran al monasterio o al convento.
.
Es innegable el cambiazo teológico dado en el Medievo con el
Aquinate y los escolásticos cuando la expresión paulina de la identificación
con Cristo, revestirse de Cristo, tener los mismos sentimientos de Cristo
Jesús, que en los anteriores siglos se venía entendiendo para tod@s l@s
bautizad@s, pasa a ser monopolizado por el religioso. El Aquinate afirma que ellos, los frailes, son los auténticos cristianos y que los demás (la mayoría de hombres
y mujeres bautizados) son en todo caso de “segunda división”, que no pintan
nada ni tienen nada que hacer como discípulos de Cristo. Ese cambio de la doctrina
se consagró después de que Inocencio III se atribuyera para sí ser sólo él vicario
de Cristo, mientras antes lo era cada bautizado, pues cada un@ por el bautismo,
es otro Cristo.
San Pablo recuerda a los primeros cristianos que la fidelidad al
Evangelio supone la esperanza de alcanzar la meta de todo bautizado: “Hasta
que Cristo tome forma en vosotros” (Gal 4,19). Luego no han ido faltando
excepciones a la regla general, voces proféticas aunque tristemente aisladas.
El sacerdote que preside la Eucaristía, se dice “insistentemente” que actúa in persona Christi y por eso la superior
dignidad del clérigo; pero cabe asombrarse de que si todo cristiano es otro
Cristo, también los demás asistentes a la Eucaristía actúan in persona Christi ya que son otro
Cristo cada un@ de ell@s.
El Vaticano II abrió las mentes creyentes a la plenitud de la
verdad y eliminó la visión negativa que durante siglos
se tenía de los laicos que se les “definía por lo que no son: no son sacerdotes
ni son religiosos. Se les ha devuelto la plenitud de sus derechos y se les
reconoce que son Iglesia pues lo es cada bautizado aunque viviera él solo en un
país, en una isla o en un planeta, como Robinson Crusoe.

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